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Introducción

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Este libro se ocupa de la construcción de la nacionalidad en la sociedad argentina a fines del siglo XIX. En aquellas dos últimas décadas se perfiló con nitidez un amplio movimiento que evidenció preocupaciones nacionales y aun nacionalistas de índole política e ideológica. Estas preocupaciones se manifestaron en diversas actividades culturales y políticas de asociaciones e instituciones que ocupaban el centro de las escena pública, en movimientos de opinión, en la acción de grupos informales y también en las campañas de un amplio movimiento patriótico, que abarcaron actos patrios y manifestaciones públicas, además de una vasta producción historiográfica, la edición de libros y revistas especializadas y la realización de homenajes y monumentos a los próceres.

La preocupación por la formación de la nacionalidad está inserta en un proceso de largo aliento; crece con el movimiento romántico de 1830 y se mezcla luego con la construcción del Estado nacional. En este libro sólo se estudia este proceso en el período que va de 1880 hasta el fin del siglo. Dos factores jugaron en esos años para acelerar el ritmo del proceso de construcción de la nacionalidad: la afluencia de la inmigración masiva, que transformó completamente la sociedad argentina en un momento de fuerte expansión económica, y el inicio de una nueva etapa de construcción de las naciones y las nacionalidades en Europa, en un clima de expansión colonial imperialista. En estas circunstancias, los problemas se volvieron más graves y la necesidad de respuestas más urgente. Para los grupos dirigentes, la solución a aquellas cuestiones pareció encontrarse en la afirmación de la nación y en la formación de una nacionalidad propia.

Estos problemas están prácticamente ausentes en la mayoría de los trabajos referidos al período. La aparición de una preocupación por la nacionalidad ha sido generalmente relacionada con la constitución de grupos políticos nacionalistas, y también con el despliegue de una reacción a la inmigración masiva. Se ha señalado la emergencia del interés por la nacionalidad hacia 1910,1 pero en general se sostiene que el nacionalismo se define en la década de 1920, cuando se constituyen los grupos políticos que se denominan a sí mismos nacionalistas,2 aunque algunos autores reconocen la emergencia de un primer nacionalismo en 1910.3 Por contraste, suele considerarse que la época anterior –el largo período de expansión entre 1880 y 1910– está despojada de un auténtico interés por lo nacional y dominada por la “mirada hacia afuera”.

Por otra parte, en la historiografía argentina se ha planteado recurrentemente, de manera explícita o subyacente en el tratamiento de temas diversos, la estrecha relación que en las primeras décadas del siglo XX existió entre la inmigración masiva y la nacionalidad. Más allá de sus diferencias, estos planteos han coincidido en subrayar una misma cuestión: la aceptación o el rechazo de los inmigrantes por parte de la sociedad local. Del predominio asignado a una u otra actitud se concluyen dos caracterizaciones globales y opuestas de la sociedad argentina: una la quiere abierta, tolerante e integradora; la otra, cerrada y que rechaza. Ambas pueden aducir testimonios diversos y convincentes. Desde una de esas perspectivas, la idea de una reacción de la población nativa a la afluencia de inmigrantes y la conflictiva convivencia entre ambos grupos sirven para explicar el interés de una parte de la sociedad por lo nacional y las posturas nacionalistas; sus evidencias se encuentran en diversos testimonios de actitudes xenófobas: prejuicios frente a lo distinto, desvalorización de los inmigrantes, discriminación hacia ciertos grupos inmigratorios y, finalmente, rechazo. Esta explicación, centrada en la idea de reacción, resulta insuficiente para el problema en su conjunto, pero tiene una virtud: subraya la existencia de conflictos, a menudo desdeñados por quienes proponen una imagen armoniosa de la sociedad.

Desde la otra perspectiva, basada en las múltiples evidencias de un proceso de integración casi espontáneo, de una fácil convivencia entre nativos e inmigrantes y de la aceptación local de otros usos y costumbres, las reacciones negativas o de rechazo de la sociedad serían casos excepcionales o aislados. Quienes así piensan no desvinculan la preocupación por lo nacional de una reacción ante la afluencia inmigratoria, pero la reducen a una postura aristocratizante de grupos reducidos de la elite. Entre ellos se habría gestado hacia el Centenario un espíritu nacionalista, síntesis de actitudes de rechazo a lo extranjero y a los inquietantes sectores populares en crecimiento, que finalmente se impondrían al conjunto de la sociedad a través de la política oficial. La concepción y difusión de esta postura es frecuentemente atribuida a algunos escritores, que son a la vez personajes expectables de la sociedad, como Manuel Gálvez o José María Ramos Mejía. Aunque ambas interpretaciones parecen ser contradictorias, corresponden a fenómenos y procesos que efectivamente se gestaron en la sociedad de la inmigración masiva. Cada una de ellas mira distintos sectores de la sociedad y explica procesos parciales.4

Esta forma de plantear la relación entre la inmigración y la preocupación por lo nacional, la construcción de la nacionalidad y la emergencia de nacionalismos, ha dejado de lado, quizá por considerarlo obvio, un aspecto que en su momento revistió una importancia decisiva. A fines del siglo pasado, cuando recibía los contingentes inmigratorios más numerosos, la Argentina se encontraba en medio de un proceso inconcluso de formación de la nación, entendido también en el sentido de constitución de una sociedad nacional. Tan importante como ese proceso es que ocurriera simultáneamente con el de formación de las naciones europeas –de donde provenían aquellos contingentes– y con la discusión de los criterios internacionales con los que se consideraba la existencia de las naciones. En la Argentina la formación de la sociedad nacional estuvo condicionada al mismo tiempo por ambos procesos: el que gestaba la sociedad local y el que vivían los otros países, en referencia a los cuales se moldeaba el futuro rumbo del proceso interno.

Estos factores, que intervienen también en los casos de otros países receptores de inmigración, tienen sin embargo rasgos singulares en la Argentina, donde el peso de los extranjeros –en relación con la sociedad receptora, relativamente pequeña, y con su organización estatal reciente y débil– resultó un condicionante decisivo. En otras palabras, es preciso recordar que en la Argentina los inmigrantes no sólo eran mano de obra vital para una economía en expansión, extranjeros que debían incorporarse a una sociedad con diferentes grados de integración y conflicto, potenciales ciudadanos de un sistema político en gestación e integrantes de una nación que estaba formándose, sino que además, y al mismo tiempo, eran miembros de otras naciones distintas, también en formación, y por esto mismo requeridos por Estados nacionales extremadamente celosos de su población. Resulta fundamental mirar a los hombres que vivieron esta etapa como actores de diferentes procesos y como protagonistas simultáneos de por lo menos dos historias.

El uso del término nacionalidad remite a la riqueza polisémica que tuvo en el siglo pasado; muchas veces fue equivalente de nación y también significó el conjunto de atributos en los que un pueblo basaba su aspiración a ser una nación, cuando aún no poseía un Estado. Es posible entonces usarlo en los sentidos antes mencionados, con la ventaja de conservar algunos otros sentidos anexos, utilizados también en el pasado para aludir a una zona ambigua de la realidad, de amplitud fluctuante, entre el individuo-ciudadano y la nación-Estado, recorrida por diversas formas de relación que iban desde una vaga idea de pertenencia hasta el más cerrado patriotismo, desde los lazos formales hasta los sentimientos y los ideales.

Para estudiar la construcción de la nacionalidad, se examinó el amplio espacio de la realidad histórica que se constituye entre el Estado, la política y la vida de la gente en sociedad, así como los sentimientos de pertenencia y patriotismo, entre los que cobra forma la nacionalidad. La cuestión se ubica en un espacio relacionado con la constitución de la nación-Estado en términos institucionales y jurídicos y su adquisición de un estatus de nación soberana frente a otras naciones, además de la formación de una sociedad nacional, es decir, el establecimiento de vínculos de relación entre los individuos-habitantes y el Estado nacional. Estos vínculos se expresaron de manera formal –distintos tipos de leyes, como la de Ciudadanía–, pero también se definieron a partir de otro tipo de relaciones: tradiciones culturales, emociones, deseos, aspiraciones y sentimientos. Entre unos y otros juegan las políticas y las ideologías de los Estados, las acciones de los individuos, los grupos y las instituciones, un conjunto de prácticas que cuentan con consenso o bien dan lugar a debates abiertos, pero que –vistas en su desenvolvimiento a lo largo de esta etapa– son reveladoras de un movimiento general, un proceso mayor en el que se perfila la construcción de la nacionalidad.

Para reconstruir ese complejo proceso fue preciso atender a los cambios de la sociedad, a los procesos culturales, a las ideas dominantes, a las acciones de los individuos, los grupos y las instituciones. Se prestó atención a los discursos elaborados, publicados en libros, fruto de la reflexión tranquila, a los discursos más espontáneos que suscitan los acontecimientos cotidianos, a las argumentaciones menos meditadas, nacidas al calor de los debates y estimuladas por algunos problemas urgentes. En los momentos de discusión hay un despliegue de argumentos a los que los protagonistas recurren, presionados por la necesidad de fundamentar una postura en el debate: se exigen definiciones, las opiniones se extreman y los matices se diluyen. Cuando el tema divide aguas, se ponen de manifiesto las diferencias más profundas que separan a los grupos. Así, en el vasto movimiento patriótico en el que participaron los grupos dirigentes junto a otros sectores más amplios, es posible advertir, más allá de ciertos propósitos comunes, las diferencias políticas e ideológicas que gradualmente los fueron separando, las tensiones que recorren la tarea de construcción de la nacionalidad y las diferentes ideas de lo que debía ser una nación. De estos debates nacieron las distintas denominaciones de sus protagonistas: patriotas, cosmopolitas y nacionalistas, con las que se definían o eran denominados. Aquellos patriotas que siguieron sosteniendo un patriotismo inclusivo, con valores compatibles con la pertenencia a un orden universal, fueron calificados de cosmopolitas por otros patriotas, que asumieron la defensa de la singularidad cultural y la raza nacional y se consideraron a sí mismos los únicos nacionalistas.

Este libro es producto de una tesis doctoral, presentada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en junio de 1998. Marcela Ginestet, Viviana Mesaros, Vilma Bada y Bárbara Raiter colaboraron en distintas etapas de la investigación, que desarrollé en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Doctor Emilio Ravignani”, de la misma Facultad, y en el Centro de Estudios Sociohistóricos de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata. Recibí apoyo de la Universidad de Buenos Aires, a través del Programa UBACyT, y del CONICET, a través de sus Proyectos de Investigación. Avances del trabajo fueron presentados en distintas jornadas y encuentros, y publicados en revistas especializadas. En esas ocasiones, las opiniones de comentaristas, árbitros y colegas fueron de gran utilidad. Ema Cibotti, Rubén Cucuzza y Diana Epstein me permitieron acceder a diversos archivos. José Carlos Chiaramonte dirigió la tesis doctoral. Natalio Botana, Ezequiel Gallo y Oscar Terán, miembros del jurado, realizaron comentarios que consideré al preparar la versión final. Agradezco a todos ellos, y muy especialmente a los colegas y alumnos de la Universidad de Buenos Aires, en cuyo estimulante clima intelectual pude llevar adelante este trabajo.

Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas

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