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Capítulo I
Los años ochenta: una nacionalidad cuestionada
ОглавлениеEn 1887, el diputado Estanislao Zeballos afirmaba en el Congreso:
La cuestión de la inmigración es el interés más grave que tiene la República Argentina en estos momentos; el Congreso debe ser previsor adoptando todas las medidas prudentes para realizar estos dos grandes propósitos: atraer hacia nuestra patria a todos los habitantes del mundo que quieran vivir en ella e inculcar en el corazón de los extranjeros el sentimiento de nuestra nacionalidad.1
Zeballos resumía las inquietudes del momento. Una de ellas era la cantidad creciente de inmigrantes que estaban llegando al país. “Cuando se ven llegar millares de hombres al día, todos sienten el malestar de la situación, como una amenaza de sofocación, como si hubiera de faltar el aire y el espacio para tanta muchedumbre”, había escrito Sarmiento expresando una preocupación generalizada sobre las consecuencias de tal aluvión para una sociedad relativamente pequeña y una nación aún en formación.2 A la inquietud se agregaba un temor: según algunos políticos italianos, que buscaban justificaciones para la expansión colonialista, la jurisdicción metropolitana debía extenderse allí donde había colonias de connacionales, y donde consecuentemente se prolongaba la nacionalidad italiana, como ocurría con el Río de la Plata; en ese caso la anexión sería simplemente la consagración de un derecho natural. La convalidación de tal pretensión podía encontrarse en la categórica afirmación de uno de los teóricos de la nacionalidad italiana, Pasquale Stanislao Mancini: “¿Cuál es el límite racional de derecho de cada nacionalidad? Las otras nacionalidades”.3
Ya fuera por el fantasma de una sociedad en disgregación, o por la posibilidad, tanto o más amenazante, de que la soberanía nacional fuera cuestionada, en la década de 1880 la nacionalidad se ubicó en el centro de las preocupaciones de los grupos dirigentes. No era un tema completamente nuevo, pues el interés por la nacionalidad puede encontrarse mucho antes, con el romanticismo; sin embargo en la Argentina no fue un factor demasiado significativo en la construcción de la nación.4 Según se entendía por entonces, nación y Estado eran equivalentes; construir la nación supuso prioritariamente lograr, a través de un dificultoso proceso, los acuerdos políticos mínimos, la imposición del orden, el armado institucional, jurídico y administrativo; también, dotarla de un punto de partida legítimo y de una historia. Hacia 1880, con un dominio más pleno del territorio nacional y con la federalización de Buenos Aires, el Estado nacional surgió como el exitoso resultado del proceso previo.5 Pero en ese momento triunfal, la sociedad pareció entrar en un proceso de disolución: ante los angustiados ojos de muchos contemporáneos, la sociedad nacional y la nacionalidad –entendida como la manifestación de la singularidad cultural de un pueblo– parecían entrar en disgregación. Entonces, la cuestión de la nacionalidad cobró una importancia diferente. En los años previos, particularmente en la década de 1870, aparecieron indicios de preocupación por la nacionalidad –ya en la definición de los problemas, ya en las ideas–, pero en la década de 1880 esta cuestión adquirió una complejidad y una urgencia completamente nuevas. Los factores mencionados confluyeron para acelerar su despliegue: el ritmo que asumió la afluencia de la inmigración masiva y el clima de aguda competencia imperialista entre las naciones europeas. En estas circunstancias, los viejos problemas se tornaron graves y la necesidad de respuestas fue urgente. La solución se encontró en lo que sin duda era un imperativo del momento: la afirmación de la nación y la formación de una nacionalidad propia.