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AMAR EL ORDEN

EN ALGÚN MOMENTO DE 2001


DESDE CHICO siempre tuve curiosidad por la forma en que funciona la mente humana. Me crié con mis abuelos y bisabuelos, y para mí era notoria la cantidad de achaques y complicaciones de salud que tenía cada uno de ellos, y cómo se sentían con respecto a sí mismos. ¿Era que los más amargos tenían dificultades para caminar y tenían mucho dolor justamente porque eran más amargos?, ¿o eso era una consecuencia del dolor que parecía acompañarlos siempre?

Esas preguntas de la infancia siempre terminan condicionando la manera en la que construimos nuestra vida adulta. Quizá por eso me dediqué a comprender los mecanismos de la enfermedad y la salud, especialmente sobre cómo factores como la genética, el ambiente y el procesamiento del pensamiento pueden hacer que las personas se enfermen o puedan curarse a sí mismas. Siempre tuve curiosidad por comprender por qué algunas personas superaron ciertos desafíos en la vida y por qué algunos se sintieron tan sobrepasados por ellos, hasta el punto de no recuperarse nunca por completo. Estas cosas que alteran nuestra vida, como la enfermedad, el desamor, la vida en prisión, las pérdidas o la guerra, crearon caos y fueron realmente catalizadores del cambio para algunos individuos muy resilientes. Quería saber “qué” había detrás de eso. Así fue que me convertí en un “especialista en caos”.

En realidad, me volví un experto en tratar de evitar el caos. Desde mi adolescencia el orden era para mí una forma de ordenar la realidad: desde las etiquetas de latas, frascos y botellas en la heladera (todas hacia delante, bien legibles), hasta el orden de mis libros por tema, autor y fecha de publicación en los estantes de la biblioteca. Durante muchos años sufrí de trastorno obsesivo-compulsivo. Mi misión era hacer todo predecible. Creía que, si conseguía someter todo lo que pasaba a mi alrededor, iba a poder decidir sobre el resultado. ¡Y mi motor era el miedo a que el desorden me tragara y me hiciera desaparecer!

Hasta los 16 años, compartí mi habitación con uno de mis hermanos, a quien adoro y admiro por su fuerza y lealtad. Nosotros cuatro, porque somos cuatro varones, somos para mí como “Los 4 Fantásticos”: yo soy “el hombre elástico”, adaptándome a toda situación posible; mi hermano que me sigue en edad es “la Mole”, con fuerza, empuje y determinación; y los mellizos son: uno, todo pasión y fuego, el otro tiene el poder de hacerse invisible a voluntad.

“La Mole”, con quien compartía habitación, era como la mayoría de los chicos, a los que no les preocupa el desorden, lo que implicaba un gran esfuerzo para poder caminar en su habitación sin pisar algo. Mi caso era más llamativo, porque no toleraba tener nada fuera de lugar. No alcanzaba con mi habitación. Me dedicaba a ordenar la casa completa empezando por el comedor con la mesa principal, que siempre estaba cubierta de libros y ropa recién lavada en parvas. La entropía me desarmaba, me hacía sentir un hueco en el estómago y la necesidad de saltar a la acción y remediar de algún modo la ausencia de orden. Por entonces, no debía tener más de diez años.

Esa urgencia se convirtió en determinación con el tiempo, y pude, de muchas maneras, usarla para avanzar en la vida. Me transformé en una especie de analista de sistemas amateur. Todo necesitaba ser estudiado y calculado. Varias veces. Pros y contras. Tanto fue así, que lo transformé en una profesión.

Y aunque no fuera una persona espontánea (bueno, en realidad tenía una complicación, podía llegar a bloquearme durante horas) transformé eso en una especie de talento: ayudar a la gente a recobrar el orden en sus vidas. Yo era de esos que te sacudía el polvo, te acomodaba la ropa y te daba una palmada en la espalda, después de que la vida te arrastrara por el camino de la amargura. TU orden era MI orden. Tal vez eso fuera solamente una excusa para poder intervenir en el desorden de los otros de manera lícita.

Además, mis padres son ambos ingenieros, por eso yo escuché hablar de “las leyes de la termodinámica” tanto como de “Caperucita roja”. Quizá mi obsesión con el orden o los sistemas cerrados y abiertos no sea sólo mía. Aunque la lucha de ellos contra la entropía ha sido bastante diferente.

Chogyam Trungpa Rimpoché, un gran maestro budista tibetano, solía decir: “El caos, siempre debe considerarse una excelente buena noticia”. Recuerdo haber leído esta cita por primera vez hace unos veinte años en un libro de Pema Chödrön, y haber pensado que el budismo seguramente tenía un sentido del humor que yo era incapaz de comprender.

A mí me gustaba que las cosas fueran previsibles, que se pudieran pronosticar: desde el clima hasta los estados de ánimo. Realmente despreciaba la aleatoriedad: el caos era mi enemigo, para mí la vida sin orden era un fracaso. Como afirmaba mi abuela María cuando hablaba con las vecinas en la puerta de su casa tomando el fresco: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

El poder sanador del caos

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