Читать книгу El poder sanador del caos - Lucas Casanova - Страница 15
ОглавлениеYO NO VOY A ENFERMARME
NOVIEMBRE DE 2002
MI PADRE, que no solía compartir mucho de su vida privada con nosotros, siempre que no se tratara de un torneo de tenis de mesa ganado o de una victoria profesional con los sistemas de robótica que desarrollaba; una mañana me llamó para contarme que algunos análisis no le habían dado bien y que tenía que someterse a una biopsia.
Dos semanas más tarde, con los resultados en la mano, empezó a hacer chistes sobre la eficacia de la medicina: no se le ocurría otra forma de romper el silencio con respecto a su salud de hierro, y contarles a sus hijos que tenía cáncer.
Lo primero que se me cruzó preguntarle era cómo había permitido que algo así le pasara: lo operaron de cáncer de piel una cantidad innumerable de veces en la vida, hasta que dejamos de contarlas, pero ahora era cáncer de próstata, y a los cincuenta y cinco años. Suponía que a él la negación le resultaba aún más difícil que a nosotros. Siempre me pregunté cómo alguien que había jugado al tenis de mesa durante toda su vida, que había sido siempre un deportista al cual jamás había visto enfermo excepto, creo yo, una sola vez y de conjuntivitis…, alguien como él no podía enfermarse de cáncer, ¿no?
Por entonces yo trabajaba catorce horas por día, dormía cuatro o cinco horas por noche, tomaba litros y litros de café, y todo lo que comía era procesado. Nunca había hecho ejercicio físico, era malísimo con mi cuerpo, y todo me daba miedo. Si un roble como mi padre podía pudrirse por dentro, entonces yo estaba completamente condenado a la muerte pronta y segura.
Fue un llamado de alerta, y además me daba cuenta de que mis emociones estaban muy atadas a mi estilo de vida. Por suerte, el sistema corporativo acabó por echarme y terminé enfrentado a la posibilidad de cambiar la vida que había llevado hasta ese momento. ¿Por qué no intentar hacer las cosas un poco mejor conmigo? No fue un comienzo amoroso, fue estricto y de un día para el otro. Vacié alacenas, armé horarios, menús y actividades. Dejé de comer carne de todo tipo, apenas si consumía huevos, y transformé todo en sopas, guisos, ajustándome a una rigurosa comida ayurvédica. Uno de mis hermanos y yo nos hicimos vegetarianos desde ese diagnóstico, buscando garantía de una salud perfecta.
Pretendía asegurarme de que no iba a enfermar. Leí El estudio de China y me volví casi vegano, aunque nunca pude dejar del todo de comer huevos. Prediqué la alimentación consciente como si fuera un religioso misionero, yendo hasta a cumpleaños con un envase plástico con mi comida, con lo suficiente como para convidar a otros por supuesto. Nada de alcohol ni tabaco, y muy poco sol. Empecé a meditar todas las mañanas veinte minutos y volví a terapia. El yoga y la dieta sana serían la forma de evitar que una enfermedad tan cruel acortara mi vida.
Catorce años más tarde, tuve que enfrentarme con la realidad de que no hay recetas perfectas.