Читать книгу El poder sanador del caos - Lucas Casanova - Страница 16
ОглавлениеAHSRAM
17 DE NOVIEMBRE DE 2009
¿ALGUNA VEZ HABÍAS ESCUCHADO la palabra ahsram? Creo que nunca había escuchado esa palabra antes. Así de ignorante era acerca de todo lo que tenía que ver con la vida espiritual. Vivía en Madrid y quería continuar los estudios que venía haciendo en psicoterapia. A pesar de haber terminado la carrera hacía poco, sentía una cercanía mayor con lo que advertía en la psicología del Yoga que con Freud y Lacan.
En una clase, tomando un aromático chai después de la práctica de yoga una profesora contó que iría a Londres un par de semanas para estudiar los fundamentos de la psicología del Yoga. Mientras la escuchaba, sentía las ganas de estar allí, alejado de todo por dos semanas, con algo para hacer todo el día… ¿a salvo de mi propia cabeza, quizá?
En la conversación con Lakshmi, mi profesora de los martes, supe que un ashram es un centro de meditación y enseñanza hinduista, tanto cultural como religioso. Es un sitio donde maestros y alumnos conviven y practican juntos. Es lo más parecido a un monasterio que una persona laica puede conocer en el mundo del yoga. Había algo de evasión pícara en esto de alejarme del mundo, me resultaba casi un alivio escuchar a mi profesora contar sobre este tipo de experiencias.
Con la obsesión de nunca saber suficiente acerca de nada, había elegido Psicología como segunda carrera, más por aprender que para usarla en la clínica. A pesar de todo, me sentía un poco frustrado con cómo resultaba esto de “atacar la mente desde la mente” en la consulta, cuando en realidad ese modelo no me había servido a mí mismo para avanzar demasiado.
A pesar de ser un tema que me apasionó siempre, esto de entender la razón de las cosas, del comportamiento humano, de cómo funciona nuestra mente, avanzaba en la carrera a los tumbos, siempre pendiendo de un hilo. En las charlas con mi tutor, estuve a punto de tirar la toalla en muchas ocasiones, pensando en abandonar los estudios. Mis ataques de pánico parecían controlados o más espaciados desde que había empezado a practicar yoga, aunque sin desaparecer por completo. Y aun cuando la meditación me parecía atractiva como resultado, no tenía paciencia alguna para sentarme a observar mi mente. Con el tiempo entendí que el problema era lo poco que me gustaba ese lugar: detestaba estar a solas con mis pensamientos.
Mi mente era mi principal demonio, la que saboteaba todos mis planes, distrayéndome de lo importante, corriendo detrás de todas las urgencias. Y créeme que encontraba urgencias para distraerme a diario. Mi vida en España se había vuelto muy intensa. Yo había supuesto que el problema había sido mi trabajo, de modo que cuando dejé Argentina también abandoné el mundo corporativo. En Madrid me dedicaba a la cooperación en una organización que trabajaba con asuntos de derechos humanos. Había dejado el traje de tres piezas para ir a la oficina en bermudas y crocs. Además de eso, no parecía haber cambiado mucho más. Necesitaba estar ocupado todo el tiempo, y cuando tenía tiempo libre, mi cabeza empezaba a ir a sitios oscuros. La idea de estar en un centro de retiro estudiando psicología de oriente y practicando yoga, comiendo de manera saludable, parecía una buena estrategia para hacer foco.
Y huir, claro. Salir de esa trampa mental, con la ilusión de que un lavado de cerebro me dejara en estado de nirvana constante y pudiese abandonar esos oscuros callejones internos. Un par de semanas fuera de mi vida en España, vistiendo pantalones de algodón blanco, sin hablar de mí o de mi pasado, sin hacer referencia a mi trabajo, mi pareja o a esos estados depresivos que solían asaltarme, parecía una buena idea. Sí, la depresión y la ansiedad pueden aparecer juntas, no es mala suerte, son solo síntomas de algo más profundo. El estrés que me causaba todo esto estaba haciendo que mis ataques de pánico, que hacía más de un lustro que se habían hecho esporádicos y leves, retornaran con más fuerza. Me rehusaba a retomar la medicación. Quería hacer este último intento antes de regresar a las pastillas.
En medio de una tristeza profunda, tratando de encontrar de nuevo el botón para detener la mente, hice un bolso pequeño con un par de mudas de ropa y un tigre de peluche gigantesco (2) y me fui al sur de Londres. Sí, un tigre de ochenta centímetros de alto. Un hombre de más de treinta años, con ansiedad creciente y una depresión que lo comía por dentro, con un peluche anaranjado enorme rebosando de su equipaje de mano. El muñeco ocupaba más de la mitad del único bolso que tenía permitido llevar conmigo al centro de retiro.
Así terminé en un ashram, entre decenas de profesores de yoga con años de práctica, estudiando los Yoga-sutras de Patañjali, el libro sagrado que resume la base de la psicología del yoga. La profesora era una swami alemana que había conocido al gurú en California en los setenta y se había dedicado a aprender sobre la forma en la que el yoga proponía aquietar la mente humana.
Todos mis compañeros estaban acostumbrados a pararse de cabeza, y buscaban cómo progresar en su práctica yendo desde las posturas y la respiración a la psicología. Yo, que tengo esa atracción particular para ir de atrás hacia delante, empecé metiéndome de cabeza en este curso sin haber hecho un entrenamiento previo, simplemente con clases de yoga como alumno y algún curso básico.
Madhava, el encargado de las admisiones, con enorme paciencia, mientras yo dudaba de todo y no sabía si esto sería para mí o no, me decía que si yo me sentía atraído por el tema, entonces debía animarme a meterme de lleno. Afirmaba que uno sabe lo que sabe sobre el yoga de esta vida, que el alma tiene mucha más historia que la que somos capaces de recordar.
Mientras conversábamos en la habitación que me habían asignado, compartida con tres completos desconocidos, no me quedó otra que empezar a abrir mi equipaje y saqué, como conejo de una galera, el peluche y lo puse debajo de mi almohada. Ninguno de los tres mencionó la existencia del tigre y así fue durante todo el tiempo que estuve en el ashram.
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que este curso cambió mi vida en más de un sentido, no solamente por lo que aprendí sobre el funcionamiento de la mente desde la perspectiva del Vedanta, sino por otra serie de cosas que descubriría allí: mientras creía que caminaba hacia un orden mayor, algo dentro de mí empezaba a desordenarse.
2. Este peluche fue un regalo que me hice a mi mismo mientras estudiaba psicología gestáltica en Madrid y lo usaba para hacer mis prácticas de los “ejercicios de la silla vacía”. Es el Tigger de las películas de Winnie the pooh, aunque a veces siento que va a responderme como lo haría Hobbes, el personaje de la tira cómica Calvin & Hobbes. En este momento, lo tengo sentado en mi sofá, junto al escritorio en el que escribo todas las mañanas.