Читать книгу El poder sanador del caos - Lucas Casanova - Страница 20
ОглавлениеVELOCIDAD CRUCERO
OCTUBRE DE 2016
MI VIDA nunca transcurrió en un solo lugar. Cuando era todavía muy pequeño como para viajar, vivía perdido dentro de libros, de historias que inventaba, tratando de huir de algún modo de la vida real.
Cuando tuve edad suficiente para hacer una valija, entonces no me paró nadie. Entre mis 23 y mis 43 viví en diferentes lugares: Buenos Aires, Madrid, Londres, Oslo…, mi cabeza, perdida en mi pasado, podía estar en un sitio y no estar a la vez: completamente ausente. Me moví por el mundo como si fuera un blanco móvil, como si estuviera huyendo de los servicios de inteligencia de algún país poco democrático.
Cada vez que me tuve que enfrentar a una gran ruptura en mi vida, migré. Así, con minúscula, no como escribiría el autor de telenovelas argentino Alberto Migré, aunque había bastante de drama profundo y de seguidilla de acontecimientos que terminaban en un aeropuerto y yo diciéndole adiós a algo y a alguien.
Ese juego en un momento tendrá que cortarse, porque empezar de nuevo cada vez requiere un esfuerzo de esos que nunca te permite volver a ser el mismo, y mi biblioteca creció tanto que un salto oceánico se convertirá en un esfuerzo de logística digno de Misión Imposible.
En plan de buscar soluciones, refugio o simplemente darme un poco de aire anónimo y alejado de mis conflictos, probé todo tipo de sistema de creencias y me metí en cuanto lugar quisiera recibirme. De este modo entré a centros de retiro, monasterios, templos, casa de amigos y hasta en relaciones un poco tóxicas, que a fin de cuentas resultaron grandes maestras. Ahora que lo pienso, estas últimas me enseñaron más que algunos monjes de cabeza rapada.
En esa oportunidad, la vida en Buenos Aires, aunque la había creído definitiva, no lo fue. Y esta vez fue casi en contra de mi voluntad. Me enamoré de Andreas, y mis cosas tenían el entrenamiento de los efectos personales de Mary Poppins. Me resultaba tan fácil tomar la decisión de que nos fuésemos a vivir juntos a Noruega, su país de origen, que me generó una duda horrible. ¿Sería lo correcto? ¿No estaría otra vez huyendo de algo sin darme cuenta? ¿No estaba ya un poco grande para empezar de nuevo en un país en el que ni siquiera hablaba el idioma local?
Desde el día en el que nos comprometimos, y que le dije que dejaría Argentina nuevamente, hasta que nos subimos al avión juntos, pasó más de un año. Si me iba, quería hacerlo con todo resuelto, seguro de que no estaría huyendo de nada.
Un día de octubre nos casamos, tardamos tres días en desarmar lo último que quedaba de mi departamento en Caballito y nos fuimos a hacer vida nórdica. La que yo esperaba que fuese, sin sobresaltos, predecible y sin cambios sorpresivos de rumbo. El mayor desafío había sido para mí embalar mis libros.
Sentado en ese avión, pensaba lo feliz que me hacía tener la certeza de que mi vida, desde entonces en más, sería de lo más aburrido que pudiera imaginarme.