Читать книгу El poder sanador del caos - Lucas Casanova - Страница 21
ОглавлениеOSLO
MARZO DE 2017
A UNAS TRES cuadras del Palacio Real, junto a un bar que parece sacado de Diagon Alley en el universo de Harry Potter, estaba el departamento de dos ambientes donde Andreas vivía. Un edificio antiguo, de principios del siglo veinte, con escaleras de mármol y paredes internas de madera y estuco rellenas de lana de vidrio para aislar del frío.
Todo allí era de estilo y seguía una cierta línea: la de la limpieza y el orden. Félix, mi schnauzer gigante de ahora ya cincuenta kilos, con el que decidí viajar, transformó ese espacio en una zona de guerra. Sus ladridos se escuchaban desde la otra punta del edificio, con esa voz de trueno tan parecida a la mía, pero en versión canina. Bolas de pelo detrás de cada mueble, algunos accidentes en la alfombra danesa de diseño y la total claridad de que la vida en esa casa nunca volvería a ser la que era. Al principio Andreas se resistió un poco, sin embargo, Félix ya había comprado su corazón y hacía con él lo que quería.
En los paseos por el parque, que poco a poco empezaba a quedar cubierto de nieve, una tarde vimos al príncipe William y a Kate Middleton saludando a los curiosos después de ver al rey Harald y la reina Sonia. Yo estaba entre la multitud tratando de advertir qué era ese movimiento, hasta que el perro se abrió paso entre todos y yo no llegué a tomar la mano del príncipe, no obstante Félix llegó a lamer un guante real.
Al poco tiempo llegaron desde Argentina las cuarenta y cinco cajas de mi mudanza, la mitad de ellas de libros que había seleccionado como indispensables para traer conmigo. Lo primero que hicimos al abrirlas fue desembalar al tigre de peluche y sacarnos una foto en el sillón de diseño con él entre nosotros.
Con Andreas habíamos hecho un pacto: así como él había estado antes en Buenos Aires unos seis meses sin trabajar y disfrutando de la ciudad, yo podía hacer lo mismo en Oslo hasta que me sintiera un poco más instalado y pudiera empezar a trabajar.
Desde Argentina, la escuela de yoga en la que trabajé tantos años me pidió que valorara seguir formando profesores, viajando hasta Buenos Aires unas tres o cuatro veces al año. De esta forma, a pesar de haberme instalado en la otra punta del globo, casi lo más lejos que se puede llegar a estar, empecé a viajar regularmente para dar clases en Argentina y también en otros países.
Eso significó que, de la noche a la mañana, me transformé en un profesor de yoga internacional, a tiempo completo, con mi blog y mis instantáneas desde esta ciudad nórdica.
La gente que me leía empezó a conocer Noruega a través de mis textos y mis propios hallazgos. Aquí la naturaleza es enormemente generosa y es como si en un territorio como San Martín de los Andes se instalara una capital europea.
Cada visita a Argentina se convirtió en mi principal trabajo. Dictaba ocho cursos, diez clases, algún taller y tenía consultas individuales allí en Valletierra. Todo eso en poco más de dos semanas. Saludaba al sereno que abría a primera hora de la mañana, el mismo que me tenía que esperar para cerrar a última hora de la noche.
Era agotador, luego necesitaba quizá un par de semanas para recuperarme de esos quince días, pero me hacía enormemente feliz. Eran miles de abrazos, conocer tantísima gente, compartir mates y charlas con tantos que había conocido a través de mensajes en Facebook a mitad de la madrugada. En esa maratón tenía poco tiempo para ver a amigos o familia, excepto que me quedase a dormir en casa de alguno de ellos. No me importaba, me sentía en unión con lo que amaba hacer. Era volver a Oslo y empezar a preparar el salto que haría noventa días después.
Escribía todos los días, en mi libreta negra, en mis redes sociales, y en los borradores del libro que tenía ganas de publicar. Me sentía pleno, feliz, dispuesto a todo. Y así llegó el septiembre que lo cambió todo, casi un año después de casarme y mudarme a esta ciudad.