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6.2.Ética laica y libertad moral

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Llego así a la segunda cuestión arriba enunciada: la del nexo entre ética laica y libertad moral y del fundamento de la primera sobre la segunda, es decir, sobre la autonomía de la moral como capacidad de autodeterminarse y por eso sobre el rechazo del apoyo heterónomo del derecho. Para entender este nexo, hay que reconocer que detrás de la oposición entre ética laica y ética católica o más genéricamente religiosa hay dos oposiciones de carácter epistemológico y meta-ético, estrechamente conectadas entre sí: la oposición entre cognoscitivismo (y objetivismo) y anticognoscitivismo (y antiobjetivismo) ético, y la que se da entre heteronomía y autonomía de la moral.

La concepción meta-ética de la moral que expresan, por ejemplo, las jerarquías católicas, consiste en considerar que la moral existe ontológicamente, porque querida por Dios, inscrita en la naturaleza o revelada por la religión, y en proponer así las valoraciones y las prescripciones morales como «verdades morales». Por el contrario, la concepción meta-ética de la moral propia de las posiciones laicas excluye que sean predicables de los valores morales la verdad o falsedad, solamente asociables a las tesis de la lógica o a los juicios empíricos o de hecho. Por eso, la oposición se produce entre objetivismo y antiobjetivismo, y entre cognoscitivismo y anticognoscitivismo ético. Es evidente que concebir como «verdaderas» las tesis morales es algo que está en la base de su pretensión de ser traducidas en normas jurídicas, en virtud de la más firme intolerancia de opciones éticas distintas: exactamente en el mismo modo en que se juzga intolerable que se sostenga o se considere que 2 + 2 = 5 o que el agua hierve a los 20 grados. Por el contrario, para la meta-ética laica, la idea de que los preceptos morales sean «verdaderos» es una mistificación tanto de la ética como de la verdad, al no ser tales preceptos ni verificables ni refutables, sino argumentables como justos o como injustos. Es superfluo añadir que esto no quiere decir en absoluto que, para un laico, la moral sea menos importante que la lógica o que la ciencia empírica: estamos mucho más dispuestos a luchar por la afirmación de principios morales o políticos que por la defensa de verdades científicas. Simplemente significa rechazar la ecuación entre «justo» y «verdadero» que está en el origen de toda intolerancia.

De aquí se sigue una segunda oposición: entre heteronomía y autonomía de la moral. La moral profesada por la Iglesia católica, precisamente porque asumida como «verdadera» en virtud de su fundamento en la fuente divina, aunque sea mediada por las jerarquías eclesiásticas, es por su naturaleza una moral heterónoma. En efecto, si la moral es «verdadera» en cuanto dictada por Dios, por la naturaleza o en todo caso como expresión de alguna ontología de los valores, es claro que equivale a un sistema de normas objetivo y heterónomo semejante al derecho. No es casual que la Iglesia católica la conciba y la funde como «derecho natural». Por el contrario, la ética laica se basa en el reconocimiento del carácter autónomo de la moral y en el rechazo del gobierno de las conciencias por parte de autoridad alguna. En pocas palabras, se basa en la libertad moral en el sentido antes ilustrado, es decir, como capacidad de la persona de autodeterminarse a partir de sus opciones autónomas: sobre la libertad según fue testimoniada, como he recordado, por Vittorio Foa en los años de la cárcel, vividos por él como afirmación de libertad; sobre la libertad moral manifestada por Giordano Bruno, que aceptó morir por no abjurar de sus tesis y no abdicar de la propia libertad de pensamiento; o bien, incluso, sobre la libertad moral de las mujeres islámicas que desafían las represiones quitándose el velo, rechazando la infibulación, viajando sin permiso del marido o yendo solas a comer a un restaurante. Al contrario de la ética religiosa, que es una ética heterónoma, la ética laica no pretende, más bien excluye, el apoyo heterónomo del derecho, dado que su autenticidad depende de la autonomía de las conciencias y del valor asociado a su observancia como fin en sí misma. En esta perspectiva, la acción moral no es un medio para evitar el infierno o alcanzar el paraíso, y menos aún para evitar sanciones terrenas o de otra naturaleza. Al contrario, tiene en sí misma la propia compensación, además del propio fundamento —así como la acción inmoral lleva en sí misma la propia sanción—, de modo que no solo no requiere, sino que rechaza el apoyo coactivo del derecho.

Cognoscitivismo ético y heteronomía moral, de un lado, y anticognoscitivismo ético y autonomía moral, del otro, son, en suma, los dos opuestos fundamentos meta-éticos de la concepción confesional y de la concepción laica tanto del derecho como de la moral. Si la ética es verdad, se entiende que equivalga a un sistema de preceptos heterónomos y pretenda la traducción en normas jurídicas, Si, en cambio, es «sin verdad», como dice el bello título de un libro de Uberto Scarpelli8, en cuanto fundada en la autonomía individual, es claro que el derecho, si quiere proponerse como un sistema de normas aceptables por todos, debe secularizarse, limitándose a garantizar la pacífica convivencia y los derechos de libertad de todos, comenzando por la libertad de conciencia y de pensamiento, cualesquiera que fueren los valores morales profesados por cada uno. Se confirma así la tesis de que tanto la laicidad del derecho como la laicidad de la moral designan la autonomía recíproca entre las dos esferas, y por eso el rechazo tanto de la fundamentación moralista del derecho, expresada en la imposición jurídica de una determinada moral, como de la fundamentación jurídica de la moral, que se expresa en la identificación de la moral con un determinado derecho, sea positivo o natural.

Manifiesto por la igualdad

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