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La estrategia del caracol de Sergio Cabrera

La maduración del cine colombiano


Antes de decir cualquiera otra cosa (y pensando en los que dejarán de leer este artículo después de ocho o diez líneas), quiero afirmar con toda la contundencia que me sea posible, que es obligación (y placer) de colombiano ir a ver La estrategia del caracol. Además, que es obligación reconocer que lo logrado en esta película es un enorme salto cualitativo, la creación de una obra redonda, impecable, vital, cine del mejor y del que podemos sentirnos orgullosos. La estrategia del caracol es una película a la que no hay que perdonarle nada, con la cual no se necesitan actitudes paternalistas, una película que vale por sí misma y que es el fruto de una bendecida colaboración de talentos, una obra individual y colectiva que tiene su metáfora no pretendida en la propia historia que cuenta: la de una intensa, alegre e inventiva coordinación de esfuerzos para una causa común. Podría decirse que a Sergio Cabrera y a sus colaboradores, como a los inquilinos de la casa Uribe, se les apareció la Virgen, aunque el resultado no sea un milagro sino fruto tanto de inspiración como de transpiración. Para el aporreado cine colombiano (y para el latinoamericano), La estrategia del caracol es, por decirlo así, el equivalente del 5 a 0 de Buenos Aires. Aquí hay algo que, definitivamente, no se puede pasar por alto.

La película es una maduración de muchos elementos que habían quedado sin resolver en el cine colombiano y el aprovechamiento inteligente de las experiencias contrastadas de su realizador. Si su primer largometraje, Técnicas de duelo, revelaba talento e inteligencia, también era frustrante ver cómo historia y personajes se le escapaban a Cabrera de las manos y ciertas condiciones negativas de producción terminaban reflejándose fatalmente en la película. En entrevistas e informes de prensa y televisión se hizo énfasis en las tremendas dificultades de toda índole que tuvo que afrontar la factura de La estrategia del caracol. Lo bueno, sin embargo, es que no hace falta conocer este proceso para juzgar la película y, acaso, matizar el juicio. Ella es buena independientemente, con dificultades y sin ellas. En el producto realizado no se reflejan cicatrices o imperfecciones que haya que tener en cuenta a la hora de mirarla.

Por eso se siente un gran alivio al saber que se puede escribir de esta cinta colombiana, exclusivamente como cine. El primer elemento que quisiera relevar, y que distingue a La estrategia del caracol de otras películas latinoamericanas con historias ingeniosas y mágicas (deberían prohibir este calificativo por lo menos durante un siglo), es que la realización de Cabrera es esencialmente cinematográfica y no literaria. Es cierto que el elemento estructural fundamental es el guion, un guion basado en una anécdota atractiva pero, por sí sola, no especialmente significativa. Importante es que este guion no está concebido a partir de metáforas literarias sino de imágenes, movimiento, montaje. Es una anécdota zavattiniana que recuerda a Milagro en Milán y ello podría invitar con mucha facilidad a caer en las típicas trampas neorrealistas del cine latinoamericano. Pero Cabrera y su guionista Humberto Dorado (con la colaboración del argentino Jorge Goldenberg) mantienen una fina distancia de la ideologización y, sobre todo, del sentimentalismo. El guion crea un grupo coral de personajes, logrando milagrosamente evitar los estereotipos. Crea además un ritmo narrativo que depende esencialmente de las imágenes y de su encadenamiento rítmico, de la puesta en escena.

Sergio Cabrera supo encontrar en cada campo colaboradores que supieron llenar de vida lo que era, simplemente, un esquema anecdótico, sin hacerlo parecer panfleto o comedia grotesca. Y este es el logro más milagroso, no solo porque el humor colombiano no suele ser para nada sutil y matizado, sino porque el grupo de intérpretes de La estrategia del caracol está compuesto por actores, muchos de ellos talentosos, pero que llevan años interviniendo en realizaciones, cabalmente, panfletarias y grotescas. Gracias a la precisión de este guion y a la batuta del encargado de interpretarlo, estos actores han podido recibir aquí el homenaje que se merecían.

Las actuaciones de La estrategia del caracol superan estupendamente el esquema cómico-serio y Cabrera nos ofrece un ramillete de personajes vivos, entrañables, hermosos en medio de sus fealdades. La coordinación de todas estas diversidades en una compleja coreografía es una de las cosas más difíciles y más apreciables de la película. La figura de Vicky Hernández, esposa consagrada y dolorida, es notable. La intensidad sensual y frágil de Florina Lemaitre, conmovedora. Frank Ramírez como el Perro Romero hace una inteligente variación de su papel de Albarracín en Técnicas de duelo, un papel que, cuando se estrenó, califiqué de una manera que es válida también ahora: “Recónditamente tímido, noble y anticuado, demócrata responsable y absurdo cabeciduro”, son momentos claves de la actuación en nuestro medio. Brillante y sutil, mefistofélico, es Víctor Mallarino, cuyo papel del magnate Holguín es una extraordinaria creación, verosímil y fuerte. Delfina Guido y todos los personajes secundarios son como un condimento que le da sabor y solidez a esta película estupenda. Tal vez el menos convincente sea el fraile Gustavo Angarita, inexpresivo y plano en un papel que hubiera sido necesario rescatar del clisé. Si no he mencionado a Fausto Cabrera es porque hay que decir algo más enfático: su papel de Jacinto nos lo reconcilia totalmente después de los excesos mímicos del pasado. Su personaje es una figura bella, finamente controlada en su expresión, exenta de fáciles clisés, cómica e intensamente trágica al mismo tiempo, una presencia discreta pero de absoluta necesidad. La imagen del español en el andamio canturreando una canción anarquista es uno de los momentos fuertes de la cinta.

Estos personajes tienen fuerza, entre otras cosas, porque están íntimamente unidos a un ambiente y ese ambiente lo dan una cuidada dirección artística y una expresiva fotografía. Mucha gente piensa que una buena fotografía es la que embellece las cosas o la que muestra cosas de por sí bellas. Creo que ninguna película colombiana había mostrado tan adecuadamente a Bogotá, a la Bogotá real, con una belleza que es la de sus contradicciones, la de su miseria y la de su riqueza humana y para ello este inquilinato se revela infinitamente más hermoso que todos los aburridos barrios del Norte o los unicentros. Sergio Cabrera fue, antes de ser realizador de largometrajes el mejor fotógrafo cinematográfico del país. Sin quitarle los méritos a Carlos Congote creo que la mirada del director es fundamental en las imágenes expresivas, bellamente encuadradas, brillantemente iluminadas, poéticas, de La estrategia del caracol. Hay un cuidado extremo, además, en la selección de los objetos, del mobiliario, del vestuario, que crean un entorno sugestivo y plenamente verosímil. Imágenes como la final, con los habitantes de la casa Uribe en una de las colinas capitalinas con la ciudad al fondo son tan fuertes que puede decirse que son ya un icono, un patrimonio visual del país.

La estrategia del caracol cautiva desde el primer momento, con sus originales y bellos títulos de crédito (lástima que las imágenes en foto fija para la promoción de la película no revelen la verdadera calidad fotográfica de la película). Después el interés no decae un solo instante. Es una historia cómica y terrible, una historia colombiana y fuerte con elementos utópicos, una declaración sobre la solidaridad, sobre la explotación, sobre la fortaleza humana pero sin toques de comicio electoral. Es una película poética y política en el mejor sentido de la palabra y es, antes de cualquier otra cosa, cine.

La aventura del cine tiene muchos episodios y si falla uno, todo puede venirse al suelo con estrépito. Confesión a Laura, bella e importante, no contó con la difusión y el adecuado tratamiento de distribución. Pasó fugazmente sin que la mayoría de la gente se diera cuenta de que existía. Sergio Cabrera no quiso tener la misma suerte y le dedicó un intenso esfuerzo a la publicidad, a la información, a hacer que su cinta penetrara en la conciencia de los colombianos antes de que la vieran. Naturalmente que los importantes premios internacionales contribuyeron grandemente a este darse cuenta del público colombiano. El resultado es que la película está siendo vista masivamente y se está convirtiendo en el mayor éxito del cine colombiano en toda su historia. Cuando se tiene un buen producto hay que saberlo vender adecuadamante, darlo a conocer como es debido. Muchas veces el mercadeo resulta exaltando lo que no lo merece, como es el caso de la muy mediocre Como agua para chocolate. No es así con La estrategia del caracol. Que haya tanta gente viéndola y disfrutándola es algo que no puede sino alegrar.

En una entrevista de hace ya un tiempo Sergio Cabrera llamaba al cine de este país “un animal en extinción”. El cine colombiano no ha sido víctima de falta de talento creativo ni de escasez de medios, sino de una vergonzosa falta de conciencia cultural, ante todo del Estado. Cabrera, quien habla a veces con sensibilidad china, decía que tenemos solo un árbol donde deberíamos tener, aunque fuera, un pequeño bosque. Pero este pequeño bosque está demostrando que la reforestación es necesaria. Que al talento existente hay que crearle unas estructuras, hay que organizarlo, hay que diseñarle una estrategia.

El Colombiano, 9 de enero de 1994

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