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II. LA CREACIÓN DE BOLSAS Y MERCADOS ESPAÑOLES
ОглавлениеConocí al Profesor Cazorla Prieto en el contexto de la creación de la que habría de llegar a ser la sociedad holding de las Bolsas de Valores y mercados financieros que a principios de este siglo se estaba diseñando. Eran tiempos complejos, en los que cada uno de los seis mercados regulados (las cuatro Bolsas, MEFF, AIAF), el SCLV (antiguo Servicio de Compensación y Liquidación de Valores) y el propio Banco de España, como organismo rector del Mercado de Deuda Pública, y titular de CADE (Central de Anotaciones del Mercado de Deuda Pública) estaban planteándose su estrategia internacional, y en concreto sus posibles alianzas e incluso fusiones internacionales. Con buen criterio, los principales accionistas de aquéllos decidieron que era mejor unir fuerzas y crear un campeón nacional, para lo cual se acordó constituir una sociedad holding a la que se aportarían y sería titular de las participaciones directas en todas aquéllas Bolsas y mercados, que dio en llamarse Bolsas y Mercados Españoles, Sociedad Holding de Mercados y Sistemas Financieros, S.A., y que vio la luz en el año 2002.
En concreto, la primera pieza de aquel nuevo diseño, dos años antes, fue la creación de una sociedad promotora de la futura IBERCLEAR, participada por el antiguo Servicio de Compensación y Liquidación de Valores y por el Banco de España, para la creación de un nuevo sistema de compensación y liquidación que unificara los sistemas de liquidación bursátiles y del Mercado de Deuda Pública.
En el Consejo de Administración de aquella Promotora el secretario del consejo había sido designado por el Banco de España y a mí, en representación del SCLV, me tocó el papel de vicesecretario. En dicho contexto y a resultas de las vueltas de la política entre diferentes bancos y miembros de las Bolsas, se llegó a la conclusión de que se debía nombrar a un Presidente de esa Promotora que viniera del mundo más cercano a las mesas de tesorería de los bancos y en consecuencia al Mercado de Deuda Pública, supervisado por el Banco de España.
Se produjo entonces un cambio de Presidente y se designó a José Barreiro, quien a su vez decidió que quería un Secretario de su confianza. Sin previo aviso, y en la siguiente sesión del Consejo de la Promotora, en una escena que podríamos calificar propia de las nuevas series de televisión sobre abogados norteamericanos, cuando ya todo el Consejo estaba sentado, entró por la puerta José Barreiro, y detrás de él un hombre de estatura media, con aspecto de deportista, que irrumpió haciendo saludos y ademanes y dejando claro que conocía muy de cerca y tenía gran confianza con todos los pesos pesados, tanto del Banco de España como de las Bolsas de Valores que estaban presentes. Tras saludar a todo el mundo y dar por iniciada la sesión, el Presidente descargó la bomba atómica: iba a designar un nuevo secretario del Consejo, cesando en ese momento al vigente, que se enteró sobre la marcha (y que fue designado Letrado Asesor, si no recuerdo mal), y nombrando a Luis María Cazorla Prieto como nuevo Secretario de la nueva sociedad de gestión y liquidación, que luego todos conoceríamos por IBERCLEAR.
Yo tuve en ese momento la suerte de ser Vicesecretario porque si no mi cabeza hubiera rodado por el suelo inmisericordemente. Tras terminar aquella sesión, Luis María Cazorla Prieto, al que yo no conocía absolutamente de nada, y a mis escasos 30 años ni siquiera había oído hablar de él, convocó a todo el equipo jurídico y nos dijo que teníamos 48 horas para hacerle un plan perfectamente cerrado sobre cómo llevar a cabo la creación de IBERCLEAR. Es decir, dos días para diseñar la privatización y simultánea fusión e integración de una parte de una Entidad Pública que era la Central de Anotaciones de Deuda Pública y una entidad privada híper-regulada y supervisada tan singular como el Servicio de Compensación y Liquidación de Valores. A continuación añadió que si no teníamos un plan claro y realizable, no nos debíamos preocupar, porque pensaba llamar a un despacho de campanillas, que haría esa operación muy rápidamente –y que, pensaba yo, demostraría la inutilidad de nuestra existencia–.
Las próximas cuarenta y ocho horas cuentan entre las más frenéticas de mi vida. Apenas dormí una hora cada noche. Veía peligrar mi futuro gravemente y, en consecuencia, tenía que reaccionar. Lo primero que hice fue tratar de informarme sobre aquel sujeto, que me pareció entonces la perfecta mezcla entre un abogado de Wall Street y un académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación: lo tradicional perfectamente combinado con el dinamismo de los tiempos modernos.
Lo primero que hice fue llamar a todas las personas que conocía para tratar de averiguar cómo era este dinámico personaje y cuál era su forma de conducirse. Recuerdo perfectamente las cosas que me dijeron sobre él, y que no hicieron sino incrementar mi ansiedad: “es el tipo con más oposiciones aprobadas de toda España”; “es Catedrático de Universidad, Abogado del Estado, Letrado de las Cortes e Inspector de Servicios”; “fue el Secretario General del Congreso de los Diputados más joven de la historia”; “es muy exigente, pero muy justo”; “corre maratones”; “es obsesivamente ordenado”; “no te dejará respirar”; “mejor no fallarle”; “si te da su palabra, siempre la cumplirá”; “conoce a todo el mundo”; “puede llegar a cualquiera si se lo propone”; “sabe manejarse en todas las aguas y caminar en la delgada línea entre la política y la empresa, aunque jamás se mojará ni tomará partido políticamente hablando”; “es un tipo valiente y decidido pero a la vez no se dejará arrastrar ni doblar por los intereses de un cliente”.
Todo aquello me pareció tremendamente preocupante. Además Luis María Cazorla Prieto llevaba años siendo Secretario del Consejo de AIAF, el mercado regulado de renta fija privada, mientas que a mí me había contratado Antonio Zoido1, Presidente de la Bolsa de Madrid y del SCLV, y por tanto yo tenía el sesgo de venir del mundo bursátil, no del bancario. Era la época de las grandes fusiones bancarias, de peleas entre bandos de colores, y sin querer me había metido en el epicentro de otra guerra de sables previa a otra gran fusión en el mundo financiero. Al mismo tiempo me consolé pensando que un hombre de esas características sabría apreciar el trabajo bien hecho.
Por esa razón, y con el único objetivo de tratar de impresionarle, usé las susodichas 48 horas en preparar hasta 42 documentos distintos que constituían la totalidad de la operación de fusión entre la Central de Anotaciones de la Deuda Pública y el Servicio de Compensación y Liquidación de Valores. Recuerdo que incluso redacté la orden ministerial que aprobaría el nuevo reglamento y le di el formato propio de la letra del BOE, para que él lo viera como si fuera un BOE ya publicado, con la esperanza de que Marshall McLuhan y su “el medio es el mensaje”, me ayudaran.
Cuando terminaron las cuarenta y ocho horas fuimos a reunirnos con él por primera vez al ya mítico despacho de Montalbán 10. Tras un debate entre los presentes sobre la forma de abordar la operación, le dije que había preparado una documentación que quería que revisase. Recuerdo su cara de sorpresa, y que incluso le costó un poco comprenderlo, hasta que llegó a la conclusión de que tenía delante la totalidad de la documentación necesaria para esa operación. Entonces dio por terminada la reunión y me pidió que me quedase con él para tratar otro tema. Ya a solas, y sin menoscabo para nadie más, me dijo “esto es bastante sorprendente, te felicito; tú y yo iremos juntos a muchos sitios”. Nació entonces una relación de confianza que ha durado ya veinte años.
Durante ese periodo los dos momentos de mayor intensidad en nuestra trato fueron los de la etapa inicial de BME, hasta que se produjo su salida a Bolsa en 2006; y más recientemente en 2019 y 2020, a raiz de mi asesoramiento al Consejo de BME, ya desde mi despacho actual, en el contexto de la OPA de SIX Group sobre BME. En consecuencia centraré mi relato en estos dos interesantísimos e intensos periodos.