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I. INTROITO

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Las personas disfrutan, especialmente las más inquietas, de una personalidad poliédrica, que se niega a quedar circunscrita, y en el peor de los casos empobrecedoramente restringida, bajo perfiles herméticos e impermeables. Y, menos aún, antitéticos o excluyentes. Algo que casa mal con la realidad, de por sí plural, abierta y dinámica.1 Decantación y síntesis sobrevenida de la lúcida construcción orteguiana del prius ontológico y del maridaje de la circunstancia acompañante, que forjan al unísono la personalidad y el hacer más personalísimo. “El carácter del hombre –esgrimía Heráclito de Éfeso– es su destino”.

Esta afirmación de pluridimensionalidad vital queda refrendada por la observación experimental de los hechos y por el examen empírico del devenir de la condición humana. La mitología griega era buena conocedora de lo afirmado, lo que explica que sus principales dioses, a semejanza de los humanos, gozaran de facetas y atributos dispares. Sirva de ejemplo el caso de Apolo, dios del fuego y de la purificación, pero también de las artes plásticas, la poesía y la música; o el de Atenea, diosa de la guerra, al tiempo que de la sabiduría, el conocimiento, las artes y los oficios2.

El mal entendido purismo monotemático, la incomprensible cerrazón a otras disciplinas que no sean la oficial y estrictamente “profesional”, no es en el ámbito de las ciencias sociales, ni el único, ni el mejor de los derroteros posibles. En las ciencias del espíritu, la interconexión entre saberes no merece ser denostada, sino que tendría que ser animada. La especialización llevada formalistamente hasta sus últimas consecuencias es una aberrante limitación. La vida no se construye sobre clausuradas y asfixiantes torres de cristal, sino sobre el fluido discurrir de sus vasos comunicantes. Les dejo este dato: Kandinsky y Matisse, los padres de la abstracción y del fauvismo estudiaron leyes en París y Moscú, respectivamente, antes de dedicarse a la pintura. Wilfredo Lam fue enviado por su padre a cursar Derecho en la Habana. Y Conroy Maddox ejerció como pasante en un despacho de abogados en Birmingham. Lo mismo que hizo, entre nuestros artistas, Alfonso Olivares, que había estudiado leyes en la Universidad Central e ingresado en la carrera diplomática, mientras se convertía en uno de los exponentes de la vanguardia histórica, y confeccionaba una de las colecciones de arte moderno más singulares, con obras de Picasso, Juan Gris, Vázquez Díaz, Ángeles Ortiz, Peinado… O, más recientemente, Luis Gordillo que, aunque no con gran aprovechamiento, asistió a las clases de Derecho en la Universidad de Sevilla; hoy erigido en uno de los actores egregios del movimiento informalista y del pop art. No importando ahora en demasía si dichos avatares fueron más o menos puntuales o permanentes.

Nadie mejor entre nosotros que Gregorio Marañón, médico, docente, investigador, activista político, periodista… humanista, para testimoniarlo3. Allegado amigo de renombrados pintores y escultores, Julio Antonio, Victorio Macho, Zuloaga, Vázquez Díaz, Benedito… Don Gregorio tenía además una faceta poco conocida. La de dibujante sobrio y vigoroso: “narrador de todos los géneros literarios, ha sido también un espléndido retratista de trazo escueto, ceñido, definidor. Su ‘ojo clínico’, facultad innata para el diagnóstico en una rápida visión, le asistía también cuando se despojaba de la bata hospitalaria y ejercía ese arte con la pluma4”.

En nuestra tradición nacional, cual “traperos del tiempo”, robándole horas al sueño para estas, “otras actividades”, se encuentran figuras notables del pensamiento jurídico: Sainz de Bujanda, García de Enterría, Olivencia, Menéndez, Vallet de Goytisolo, Escudero, Navarro-Valls, Alonso Olea, Castán Marín…5 Algunos actuales compañeros en la Real Academia Española de Jurisprudencia y Legislación de España, no han dejado pasar la oportunidad de realizar valiosas aportaciones vinculadas al fenómeno artístico en sus distintas manifestaciones . Son los casos, sin ánimo exhaustivo, de Alfredo Montoya6, Luis Martí Mingarro7, Encarnación Roca8 o Antonio Pau9.

Una afección que sigue siendo todavía, sin embargo, minoritaria. “A los amantes del arte nos mira el resto de los mortales –subraya Encarna Roca– como unos seres raros10”. Pues bien, uno de estos “raros” es el también Académico de Número Alfredo Montoya. Sirva de guía su declaración de intenciones sobre la representación artística del trabajo y el hacer de los pintores desde la perspectiva del Derecho laboral: “…dar cuenta de la variedad, a través de los ejemplos más relevantes que hemos encontrado en nuestra propia experiencia de lectores y contempladores de obras de arte es la tarea que lleva a cabo este pequeño libro, escrito, ocioso es decirlo, por amor al arte11”. En su páginas desfilan con solvencia, contextualizándolas histórica, social y jurídicamente, las pinturas de Le Nain, Veermer, Degas, Velázquez, Goya, Léger

Lo mismo hemos de reseñar de Luis Martí Mingarro, y sus reflexiones sobre la imaginería de la justicia desde los murales de la Viena finisecular y del muralismo mexicano. Un erudito repaso que arranca de la iconografía greco-romana de la diosa Temis, que sigue durante el Renacimiento con Rafael, Giordano, Giorgione, y que llega hasta Prud´hon, Klimt, Orozco, Ribera y Siqueiros. Una caracterización de la justicia, tan ensalzada por algunos, como vilipendiada por otros: “desde la imagen edulcorada de un poder virtuoso, a la amargura de un reo perdido, desolado, miserable, prisionero de un pulpo reptante y rodeado de vestales, muy a lo Klimt, llenas de belleza, frialdad, distancia y reproche”. Y una comprometida afirmación con la que cierra sus meditaciones: “Las críticas son necesarias, y las de los artistas tienen fuerza para motivarnos en el esfuerzo permanente que concierne a los juristas, de hacer que sean realizados y efectivos, los postulados básicos de ese gran progreso que es el juicio justo con todas las garantías12”.

Antonio Pau también ha escrito juicios clarividentes sobre el papel del artista en el caso concreto del retrato. En tales ocasiones, se manifiesta, “el pintor opera un segundo alumbramiento. Hace que una persona viva cobre una segunda vida en la superficie plana del lienzo… el retrato mantendrá en el mundo una memoria de su imagen que tratará de borrar la muerte13”.

Pues bien, a esta selecta estirpe pertenece nuestro homenajeado. Luis María Cazorla, no es solo un jurista descollante, un ejemplar servidor del Estado, un abogado de éxito, un reputado académico, un solvente investigador y un contrastado conocedor de los avatares empresariales. Es, además, un apasionado del arte, de la pintura y la escultura, sin olvidar la música, y un literato de reconocido prestigio. Por más que la literatura se haya ido convirtiendo en una compañera tan perenne, que reclama un lugar preferente, en relación de casi paridad, con sus ensayos jurídicos.

Estudios en homenaje al profesor Luis María Cazorla Prieto

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