Читать книгу Estudios en homenaje al profesor Luis María Cazorla Prieto - Luis Cazorla González-Serrano - Страница 34
Luis María Cazorla Prieto un excelente abogado
ОглавлениеJOSÉ LUIS-RUIZ NAVARRO PINAR
Letrado de las Cortes Generales. Abogado
A principios del pasado mes de mayo, en pleno confinamiento por la Covid-19, recibí la llamada de Luis Cazorla GonzalezSerrano. Me dijo que estaban preparando el libro homenaje a su padre, mi buen amigo Luis María Cazorla Prieto y me invitaba a participar.
Somos muchos los que sin dudar hemos querido contribuir a esta obra de reconocimiento al trabajo de Luis durante tantos años de brillante carrera profesional como catedrático, letrado de las Cortes y abogado del Estado. No podría ser de otra manera, cuenta con una innumerable cantidad de amigos y compañeros que le quieren y le admiran.
Conozco a Luis María Cazorla hace cuarenta años. Recuerdo como si fuera hoy nuestro primer encuentro. Fue en la segunda planta del Palacio del Congreso de los Diputados, en la Carrera de San Jerónimo. Luis me había citado allí, pues yo tenía intención de preparar las oposiciones de Letrado de las Cortes. Me recibió con esa cortesía profesoral y maneras de gentleman que siempre le han caracterizado. Fue muy franco conmigo al explicarme la preparación de la oposición. “Vas a tener que trabajar mucho –me dijo- aprenderás derecho pero además vas a adquirir una formación humanista, como pocas oposiciones proporcionan”.
Las dotes de persuasión de Luis no pudieron ser más convincentes, pues inmediatamente me puse a estudiar. Luis junto con Emilio Recoder fueron mis preparadores. Siempre he estado en deuda con ellos. Quiero aprovechar la oportunidad que me brinda este libro para expresar todo el reconocimiento, la admiración y el respeto más cariñoso a Luis Cazorla y a Emilio Recoder que no solo han sido mis maestros si no también y sobre todo mis amigos más preciados.
Cuando aprobé la oposición al Cuerpo de Letrados de las Cortes Generales y me destinaron al Congreso de los Diputados, Luis Cazorla era Secretario General de la Cámara y Letrado Mayor de las Cortes. Fue una etapa enormemente gratificante, pues había que convertir un parlamento todavía decimonónico y anquilosado en las costumbres de unas Cortes orgánicas en un parlamento moderno.
Luis lo transformó. Se creó una organización para gestionar las distintas áreas administrativas. Se diseñaron procesos para que el trabajo parlamentario fuera más eficiente. Se dotó a los diputados y a los grupos parlamentarios de servicios que hasta entonces no existían, documentación, prensa y comunicación, asesoramiento y apoyo personal y material. Se inició la construcción de los edificios de ampliación del Congreso y el Senado que permitieron, un lujo para la época, que cada diputado y senador tuviera su propio despacho y los grupos parlamentarios contaran con espacio suficiente para su personal de confianza. Una verdadera revolución para entonces. Los que le acompañamos en aquella tarea cuyo resultado hoy todavía sigue vigente, nos sentimos orgullosos de haber colaborado con Luis en la transformación de aquellas Cortes que comenzaban a dar sus primeros pasos en democracia.
Desde entonces Luis ha hecho muchas cosas que sería imposible contar aquí, me consta que otros autores de esta obra lo harán de forma brillante.
Yo lo que quiero evocar ahora es mi relación con Luis Cazorla como abogado, añadiendo mi modesta aportación a este libro en el que participan eminentes juristas: sus amigos, compañeros y discípulos.
Luis ya había triunfado en su vida profesional. Era abogado del Estado, letrado de las Cortes, inspector de los Servicios, profesor en la universidad y ostentaba la Secretaría General del Consejo de Bolsas y Mercados Españoles.
Pero Luis Cazorla es un emprendedor, como se dice ahora y siempre le había picado el gusanillo del ejercicio profesional. A Luis la vocación de abogado le viene de sangre. Su padre, D. Luis Cazorla Navarro, Coronel Interventor del Ejército del Aire y abogado decía con ironía que estudió, como alumno libre de la Universidad de Sevilla, la carrera de derecho entre barriles de vino en la tienda que su padre montó en Larache, entonces Protectorado de Marruecos.
El abuelo de Luis emigró a principios del siglo pasado desde el pueblo alicantino de Novelda a Larache donde abrió con enorme esfuerzo y tesón una tienda de vinos y nacieron tanto sus hijos como su nieto Luis.
Luis Cazorla Navarro, que hablaba árabe a la perfección, abrió despacho profesional de abogado en Larache y más tarde, después de la independencia, cuando se trasladó a Madrid con su familia en la calle Bravo Murillo.
Por sus raíces familiares Luis ha tenido siempre una querencia sentimental hacia Marruecos y en especial a la ciudad que le vio nacer que ha reflejado en sus novelas históricas. Su novela “La ciudad del Lucus” refleja un Larache de primeros del novecientos sobre la que Luis hace un profundísimo e inédito estudio de investigación histórica y presenta el drama humano de la emigración que llevó a un grupo de españoles, entre ellos su abuelo, a Marruecos ilusionados por las oportunidades que ofrecían aquellas tierras.
El Coronel Cazorla inculcó en sus hijos el amor por el derecho, por lo que como repite su hijo Luis, “cuando terminé mi bachillerato nunca me plantee otra opción que matricularme en la facultad de Derecho”. Igual hizo su hermana Soledad, luego brillantísima Fiscal de Sala de violencia de género del Tribunal Supremo e incansable luchadora por dignificar la figura de la mujer.
No es de extrañar, por tanto, que el padre de Luis empujase a su hijo al libre ejercicio profesional. Y que también y con igual espíritu, Luis haya continuado la tradición paterna. Sus dos hijos, Luis y Pablo, ejercen la abogacía en el despacho familiar presidido por su padre, “Cazorla&Abogados”, en la calle Antonio Maura 4 de Madrid. El despacho cuenta hoy con treinta abogados y tiene entre sus áreas de práctica: administrativo, compliance y penal económico, deporte, energía y sectores regulados, financiero y tributario, M&A, mercantil y laboral.
Pero hasta llegar a Antonio Maura, Luis anduvo un lago recorrido. Recuerdo la ilusión de Luis montando en 1988 su primer despacho en la calle de Montalbán 8. La cantidad de viajes que hicimos trasladando libros desde su domicilio de la Castellana hasta el primer piso de Montalbán. Era tal el número de libros jurídicos, que tuvimos que apilarlos junto a las paredes por temor al sobrepeso en las vigas del edificio.
Estoy viendo su despacho con su imponente mesa lacada en negro con una foto de su mujer Carmen y su sala de juntas presidida por un cuadro de Canogar. No era un piso grande, si lo era el deseo y la confianza de Luis por sacar adelante el bufete.
Probablemente Luis no se acordará, pero fue precisamente entonces cuando conocí a su padre. Sentado en aquel despacho, orgulloso de su hijo, que con su brillante mirada de listo aconsejaba no solo a Luis sino también a los jóvenes que le acompañábamos, a su sobrino Javier Gonzalez Serrano y a mí mismo, a que fuéramos prudentes, modestos y muy trabajadores en la aventura que iniciábamos.
Luis actuó siempre conmigo como un “Senior”. Ya había sido mi preparador de oposiciones y ahora iba a ser mi maestro en el oficio de la abogacía, oficio que ni se enseña en las universidades ni se aprende en los libros.
No era difícil trabajar con Luis. Cuando abordábamos un asunto, siempre traía los deberes hechos. Su capacidad de trabajo y su rigor jurídico se plasma-ban en un pequeño esquema sobre el asunto que traía escrito a mano.
Uno de los primeros dictámenes que nos encargaron fue sobre un asunto mercantil con complejas implicaciones inmobiliarias y societarias. A mayor abundamiento, el mismo dictamen fue encargado a uno de los despachos más prestigiosos de Madrid. Había, pues que “dar el do de pecho”. Nuestro dictamen debía ser el mejor. Los que pertenecemos a este gremio sabemos que el ejercicio de la abogacía no tiene horario. Lo cierto es que trabajamos muchísimo, fines de semana incluidos.
Mis primeros borradores extremadamente farragosos propios de un junior inexperto sufrían sin compasión la censura de la pluma de Luis que con su inteligencia mucho más sintética y práctica, me razonaba bondadosamente “es imposible que el cliente asimile semejante tocho”. Y es que yo pretendía plasmar en mis informes toda la teoría que había aprendido en las oposiciones, pero Luis, apelando a su cualidad de Senior, me aconsejaba “los clientes no vienen al despacho a aprender sino a que les resuelvas el asunto”.
Nunca supe si nuestro dictamen fue mejor que el de la competencia, pero fidelizamos al cliente y el asunto concluyó con éxito gracias, precisamente, a esa “mano izquierda” que Luis tiene para resolver los conflictos entre las partes.
Luis es, efectivamente, un especialista, en lo que hoy se conoce como mediador, un amigable componedor, según el término de nuestro Código Civil. El componer voluntades, el conjugar intenciones, el aunar intereses, el resolver conflictos. En todo ello Luis es un maestro.
Luis nunca despreciaba a ningún cliente, por humilde que fuera. Con igual empeño trabajábamos para una gran multinacional que para un particular que tenía un problema laboral o familiar. La cortesía que dispensaba era la misma para todos los clientes que acudían a su despacho.
Luis escuchaba con atención a su interlocutor. Después emitía su criterio y siempre añadiendo que su valoración jurídica era provisional, pues debía someterse a un estudio exhaustivo del asunto. Luis posé una cualidad de los buenos abogados como es la intuición. Con una simple mirada, siempre respetuosa, sabe perfectamente cómo tratar a los clientes. Sus opiniones jurídicas se siguen y respetan no ya por su gran conocimiento del Derecho sino sobre todo porque están cargadas de sentido común.
Como profesional del derecho Luis Cazorla actuaba con un decoro y cortesía exquisitas que no eran la impostura del triunfador, era algo mucho más profundo, era una prueba explícita de su independencia como abogado y de respeto al cliente.
Luis es un firme defensor de los derechos profesionales de los abogados y lo demostraba tanto a los que trabajábamos con él como a los abogados contrarios a los que se dirige con el viejo título de “compañero”, costumbre que estoy seguro adquirió de su padre. El trato con sus colegas de profesión es cortés en las formas pero inflexible en la defensa de los derechos de sus patrocinados.
La deontología profesional en el ejercicio de la abogacía se ha considerado muchas veces como una carga, como una implicación más retórica que real, de escaso contenido y aplicación práctica. Luis me ha enseñado que nada más alejado de la realidad. El código ético siempre debía estar encima de la mesa del abogado. Luis no dejaba pasar ni una. Si se planteaba un dilema moral, sabía dónde debía colocarse, al lado de la verdad.
Luis siente una profunda admiración por su hermana Soledad. Fue la segunda mujer en acceder a la Fiscalía del Tribunal Supremo, pero nos dejó prematuramente en 2015 con una inmensa carrera por delante. Este cariño y admiración fraternal Luis los ha traducido en un trato especialmente respetuoso y considerado con los miembros de la Judicatura. Admira su difícil trabajo de juzgar sobre la vida y la hacienda de las personas.
En las ocasiones que he tenido oportunidad de verle informar en estrados he podido comprobar, cómo se dirigía a Sus Señorías con respeto pero sin presunción, con ímpetu pero sin soberbia, con convicción pero sin arrogancia. Una prueba de todo ello es la amistad profunda que le profesan muchos jueces y magistrados.
Guardo un magnífico recuerdo de aquella época de iniciación al ejercicio de la abogacía en el despacho de Luis, de la que siempre estaré agradecido. Creo haber correspondido con la misma moneda y espero que este modesto relato sirva para renovar mi testimonio de afecto y amistad a Luis Cazorla Prieto.
Madrid, noviembre 2020