Читать книгу Estudios en homenaje al profesor Luis María Cazorla Prieto - Luis Cazorla González-Serrano - Страница 35
El buscador de saberes
ОглавлениеFRANCISCO RUIZ RISUEÑO
Abogado del Estado
Escribir sobre Luis Cazorla y nuestra relación personal, no tengo ningún sonrojo en decirlo, es escribir en parte también sobre mí, porque desde el año 1975 en que nos conocimos, mantenemos un afecto personal y admiración profesional, que se ha conservado ininterrumpidamente hasta hoy. Relación que incluye felizmente a nuestras familias y, por tanto, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, a los que, recíprocamente, hemos visto nacer y crecer. Primero Asturias, más tarde Madrid, ciudad en la que vivimos a un tiro de piedra el uno del otro. Luego en Navacerrada, villa en la que, gracias a las gestiones de Luis y a las de nuestro recordado José María Torrent, adquirí un apartamento en su misma urbanización. Todo ello sin olvidar acontecimientos familiares y coincidencias profesionales, han creado entre nosotros y nuestras familias sólidos lazos de afecto mutuo. Por eso hablar y escribir sobre Luis Cazorla es escribir y hablar de mi propia vida, aquella que comenzó en Asturias, él en Oviedo, yo en Gijón, recién terminadas nuestras oposiciones. Asturias nos acogió como solo esa maravillosa y recia tierra sabe acoger, y marcó el “comienzo de una amistad” que no solo perdura, sino que se acrecienta y agranda.
Éramos jóvenes, llenos de ilusión y de proyectos, y nos encontrábamos en uno de los momentos más importantes de nuestra vida. Yo, casado y con un hijo de meses, Luis, soltero. Llegamos a nuestro destino sin apenas conocernos. Cada uno de nosotros se había preparado en academias distintas, pero pronto se produjo el primer contacto gracias a nuestros veteranos compañeros, ya desaparecidos, José Álvarez de Toledo y José López Muñiz, que, como buenos y generosos anfitriones, nos convocaron a una magnífica y divertida comida. A partir de ahí, el contacto y la relación fue permanente. Mi casa era el punto habitual de encuentro y el centro de operaciones, sobre todo los fines de semana.
Luis, junto a José Luis del Valle y Miguel Arias, era de los compañeros más jóvenes, yo, junto a Arturo Zabala (¡qué gran compañero!), era de los más veteranos. Desde el primer momento descubrí en él una clara predisposición hacia el estudio y el deporte y un inmenso deseo, su andadura posterior así lo refleja, de aprender y aprehender todo lo que la vida, en un Mundo plural y diverso, ante nosotros mostraba. Y así sucedió. Y así continua. Y así continuará (genio y figura) hasta que Dios quiera. Amén.
En aquellos años (Franco murió en noviembre de 1975) empezó a pergeñarse, junto a nuestra amistad, el gran cambio político que nos condujo a la Transición española y a través de ella al más importante e incruento proceso de transformación política, económica y social de los que se tenga memoria. Nadie pensaba, desde luego ni Luis ni yo lo pensábamos, que cada uno de nosotros tendríamos cierto protagonismo en una época llena de incertidumbres entre la España “que amanecía y la España que bostezaba”: Luis, como letrado de Cortes (Llegó a ser nada menos que Secretario General del Congreso), yo, como Diputado constituyente y más tarde como Senador (Presidente de la Comisión de Incompatibilidades y miembro de la Diputación Permanente).
Luis, aunque pudo (así me consta), no quiso tener actividad política activa. Se sentía más a gusto en su importante labor académica y de Letrado de Cortes, cerca, muy cerca, del centro del poder parlamentario, donde se elaboran las leyes y donde desempeñó una importantísima labor de aprendizaje, de moderación, sentido común y discreción en su quehacer diario. A mí me apasionaba la actividad política, el debate, ya fuese en el parlamento, ya fuese en los medios de comunicación, ya fuese en los bares y cafeterías (en aquellos tiempos era frecuente improvisar mítines en los lugares más variopintos) o en los comités locales del partido en los pueblos perdidos en la sierra de mi Albacete natal, donde se palpaba muy de cerca el verdadero sentir de los ciudadanos y sus diarias preocupaciones (¡¡Ay de la España vaciada!!).
No quiero, ni es mi intención, entre otras razones, porque saldría perdiendo en el intento, comparar nuestras vidas y actividades profesionales, la de Luis y la mía, ya que lo único que pretendo por medio de estas páginas es relatar aquellos hechos y situaciones en las que a lo largo de nuestra andadura (“se hace camino al andar”) hemos tenido puntos de coincidencia, y sobre todo, lo que quiero es hablar del amigo, solo de la persona, porque, permítaseme la licencia, Luis es un “Proteo pluriforme”, un trabajador incansable, un madrugador tenaz, un metódico inmisericorde, que hace muchas cosas y todas las hace bien, en un deseo incontenible por ampliar saberes y conocimientos: Un gran deportista, Abogado del Estado a los 24 años, Inspector de los Servicios del Ministerio de Hacienda, Letrado de Cortes, Catedrático de Universidad, destacado miembro del COI, Académico de Número de la de Jurisprudencia, Vicepresidente de Thompson Reuters y Presidente de su Consejo Económico, Secretario de la Bolsa de Madrid, articulista, ensayista, escritor y prestigioso abogado!!. En fin, como diría el castizo: “un perla”!!
Pero ante todo, Luis es un buen hijo, un buen padre, abuelo y esposo y un buen hermano. Su padre, su mejor referente, le inculcó, junto a una sólida disciplina, los principios en que se basa toda su conducta y quehacer: esfuerzo, honradez, lealtad, compromiso con la palabra dada, respeto hacia los demás y un inmenso amor a España. Carmen, su mujer y compañera, ha sabido crear, con total y admirable discreción, un entorno de respeto hacia la inmensa actividad del esposo, aportando mesura y equilibrio, no exento, cuando procede, de las necesarias dosis de realismo y humildad. Carmen aporta mucho más de lo que en principio parece y Luis es sabedor de ello. Entre los dos han sabido crear un ambiento de amor y afecto entre sus tres magníficos hijos, que se percibe de inmediato y que lógicamente se transmite a los nietos, verdaderas estrellas de la familia. La comunión con sus hermanos, en especial con Sole-dad, era perfecta. Su temprana muerte le dejó una huella imborrable.
Además de todo ello, Luis es el amigo leal y servicial, presto siempre a la ayuda, al consejo, a la reflexión, a la charla. Su deseo por saber, por conocer, por descubrir nuevos horizontes, o nuevos paisajes o ciudades, o nuevos amigos, no tiene límites. Viaja, lee, estudia, investiga, va en busca de los orígenes y de los lugares donde se han desarrollado los hechos que describe en sus novelas, para dar a los mismos la veracidad del realismo necesario con el fin de ubicar los personajes y las situaciones que describe. Nada está dejado a la improvisación.
Me admira y me acompleja su ilimitada capacidad de trabajo y su predisposición a abrir nuevos horizontes en el mundo del saber. Nada le es indiferente, nada le es ajeno, aunque sea para eludirlo o desecharlo, pero quiere saber el porqué de las cosas, el porqué de las conductas de los hombres, el porqué de una sentencia, o de una ley, o de un artículo de esa u otra norma, siempre quiere saber el por qué y también el para qué. Y una vez que lo capta y asume, su inmensa vocación universitaria le impulsa a transmitirte su aprendizaje, para que lo compartas con él y, si ha lugar y te atreves, para que se lo rebatas.
Para Luis Cazorla, cualquier momento o circunstancia es apropiada para dialogar o investigar. Durante los complicados días de confinamiento a causa del COVID-19, hemos intercambiado opiniones sobre la regulación del recur-so de casación en vía contencioso-administrativa introducida por la Ley Orgánica 7/2015, ya que desde que Luis me hizo el honor de prologar la undécima edición de mi libro sobre el proceso contencioso-administrativo, son frecuentes nuestras charlas sobre la cuestión, con el único y sano deseo de encontrar el justo término en el que dicho recurso debe ubicarse.
Las conversaciones que mantenemos ponen de manifiesto su deseo de investigar, de razonar y, como si de un laboratorio científico se tratara, de encontrar la fórmula que nos lleve a la solución correcta. No tengo ninguna duda, el tiempo lo dirá, que terminará escribiendo sobre tan trascendental materia. Su ilimitado afán por saber, y su no menor deseo de transmitir sus conocimientos, lo harán posible y, desde luego, deseable.
Como tampoco tengo ninguna duda de que jamás alterará su metódico modo de organizar su diaria jornada de trabajo. En una ocasión, ya lejana en el tiempo, lo llamé por teléfono a su casa. Eran alrededor de las 21,30 horas. Una hora estupenda, al menos para mí, justo antes de la cena. Yo siempre he sido amigo de la noche, de esa maravillosa soledad que te inspira y acompaña. Me quedé sorprendido cuando Carmen me dijo que Luis ya estaba acostado, por lo que pensé que estaría enfermo, y le pregunté por su estado de salud. No está enfermo, está ya acostado porque mañana se tiene que levantar a las 6, me respondió con toda naturalidad. ¡¡Ah!!, dije, es que va de viaje?, pregunté, extrañado del madrugón anunciado. No, no, es que todos los días se levanta para trabajar a esa hora, me respondió. ¿Que se levanta todos los días del año, llueve o nieve, haga frio o calor, sea invierno o verano, a las 6 de la mañana? ¡¡Así es!! respondió, quedando sorprendida de que yo no conociese ese hábito de Luis. Cuando colgué el teléfono, recordé su costumbre de madrugar (“las del alba sería cuando D. Quijote…”), pero ignoraba que la hora de hacerlo coincidiera con la hora en que yo a veces me acostaba ¡¡Santo Cielo!! Pensé en mi padre: “hijo, la noche se ha hecho para dormir”, y comprendí la resistencia de Luis a salir a cenar y a trasnochar, y el gesto escéptico de Carmen cuando les proponía una salida nocturna. En las pocas ocasiones en que lo conseguí, no logré que mantuviera los ojos abiertos más allá de la medianoche, justo cuando el ánimo se apresta a la conversación tranquila, junto a una copa amiga.
Tampoco he conseguido que tome una copa de más, y menos por la noche, ya que, si tal cosa hiciera, el sueño lo embargaría antes de la hora prevista, lo que lógicamente nos conduciría a un círculo vicioso y anticiparía su vuelta a casa y el levantamiento de la sesión nocturna, cosa que ninguno de los comen-sales, incluida la propia Carmen, deseamos. Porque, querido Luis, una copa es una invitación a fortalecer la amistad y la confianza. Una copa es una magnifica compañera para una conversación amable y relajada. Dice la leyenda que “el día en que Salomón tuvo la feliz idea de partir el niño en dos, estaba iluminado por los efectos de una sabrosa digestión”, porque “un hombre bien bebido es siempre un hombre justo”. Curiosamente, el famoso juez del “circulo de tiza caucasiano” (Bertolt BRECHT) impartió justicia a través de una oportuna inmersión etílica.
Esta reflexión que te hago, querido Luis, no es ninguna queja, ni mucho menos un reproche, y está motivada por el deseo que siempre nos hemos transmitido de gozar y disfrutar más y mejor de nuestra vieja amistad. Tu parquedad en el beber, tu temprano descansar y tu pronto amanecer, dificultan un trato más frecuente. ¿Que soy yo el que tiene que madrugar y el que debe de dejar la afición a la copa? Ante tamaña e irreconciliable discrepancia, deberíamos de acudir para resolverla a un árbitro imparcial (¡¡ya salió por medio el arbitraje!!), cuyo laudo sería inmediatamente ejecutable.
Perdona que, desde una posición claramente interesada, puro egoísmo, aproveche este libro-homenaje que tanto te mereces, para trasladarte públicamente mi deseo de que sigamos compartiendo amistad, por lo que propongo que los árbitros que deben resolver la controversia sobre el madrugar y beber sean todos los buenos amigos que colaboran en las páginas de este libro. Yo me someto gustoso a su veredicto.