Читать книгу Estudios en homenaje al profesor Luis María Cazorla Prieto - Luis Cazorla González-Serrano - Страница 36
Luis María Cazorla Prieto en su vida universitaria como estudiante
ОглавлениеALFONSO VENTOSO ESCRIBANO
Doctor en Derecho. Notario excedente. Registrador de la Propiedad, Mercantil y de Bienes Muebles
Cuando el hijo mayor de Luis María Cazorla Prieto (para mí ha sido simplemente Luis) me llamó en plena pandemia y duro confinamiento, allá por el mes de abril de este fatídico año 2020, anunciando que estaba proyectando un libro en homenaje a su padre con motivo de la llegada a los 70 años, y en cierto modo a la jubilación, recibí la noticia con gran ilusión.
No tuve que oír más de ese proyecto pues ya sabía de antemano que iba a ser invitado a participar en él pues era una consecuencia lógica si se leen las páginas que siguen
Era una noticia doblemente alegre. En primer lugar, por la alegría de conocer de un proyecto para un gran amigo de muchos años y, en segundo lugar, por cuanto en ese momento de duro confinamiento con noticias en los medios de comunicación de contagios, fallecimientos, enormes colas de gente solicitando algo para comer etc., había pocas noticias agradables.
Pero luego, después de la alegría, que conlleva a veces una cierta distracción de la realidad, se apareció esta y una pregunta.
Luis es una persona que ha destacado en varios frentes: deportivo, jurídico y como escritor. Creo que a la vista de su currículum hay un mayor peso de lo jurídico.
Lo lógico era, pues, que a esa cita del libro homenaje acudieran juristas de relevante cualificación y me generó una primera preocupación: ¿de qué puedo escribir que esté a la altura que merece?
Pensé que, en lugar de escribir sobre un tema jurídico, que a buen seguro podría ser desarrollado por mejores y más brillantes plumas, podía escribir sobre una faceta suya que sería desconocida por muchos y de ser conocida, casi con seguridad, lo sería por conocimiento “oído” pero más difícil por conocimiento “presencial”. Me estoy refiriendo a un período de su biografía, corto pero creo –así lo dice él mismo con frecuencia– importante en su futuro: su paso por la Universidad como alumno.
Tanto Luis como yo estudiamos la carrera de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid (la “Complu”) en la promoción 1967-1972.
Nuestra amistad comenzó en el primer trimestre académico del curso 1968-69 y esa amistad continúa; aunque, lógicamente, la relación presencial ha disminuido pues los compromisos familiares, de trabajo, etc. ocupan un lugar temporalmente importante puedo decir que no hay acontecimiento relevante en nuestras vidas de la que no seamos conocedores y partícipes, tanto de los alegres como, desgraciadamente, de los tristes.
Como he dicho, Luis empezó la carrera de Derecho en el curso académico 1967-68 pero no tuvimos ningún contacto en ese primer curso. En aquella época los alumnos de primer curso se distribuían en tres grupos siendo el criterio de distribución la inicial del primer apellido. Obviamente, Luis con su inicial “C” estaba adscrito al grupo primero y yo con mi inicial “V” estaba en el tercer grupo.
Quizá convenga hacer un inciso para realizar dos observaciones.
La primera de ellas es subrayar la cronología: comienzo de los estudios universitarios en el curso 1967-68 –ambos, pues, en el inicio de nuestra andadura universitaria vivimos el famoso mayo del 68, que, con origen en Francia, generó importantes protestas laborales y estudiantiles–. Si ya el trasvase del Colegio a la Universidad supone un relevante cambio vital este se incrementó con aquel acontecimiento cuyos rescoldos nos acompañaron en varios períodos de nuestra carrera universitaria. Debe recordarse que la Universidad en aquellos tiempos estaba en vanguardia en las ideas frente al régimen de Franco y eran frecuentes las huelgas y disturbios obreros y estudiantiles, así como los cierres puntuales y temporales de la Facultad de Derecho, incluso de toda la Universidad Complutense.
Sin embargo, probablemente influyó en el nacimiento de nuestra amistad y en su fortalecimiento pues como diré más adelante los frecuentes cierres de la Facultad iban acompañados de una “Facultad” paralela y doméstica que creamos para estudiar juntos y ayudarnos en la soledad del estudio; a cada cierre de la Facultad le acompañaba de ordinario una reunión en la casa de Luis o en la mía para estudiar y, además, contagiamos a esas reuniones de una agradable sensación que la proyectábamos no solo cuando cerraban la Facultad sino también en momentos puntuales de exámenes, cotejo de apuntes, etc.
La segunda observación es que estoy escribiendo del período 1967-1972, esto es, hace unos cincuenta años. Como nunca he llevado un diario es imposible recordar muchos datos y muchas cosas aparecen con cierta penumbra cuando no con oscuridad total. Algún nombre, alguna fecha o algún dato ha caído como en los ordenadores en la papelera de reciclaje con la diferencia y desventaja de que no se pueden recuperar.
Hechas estas aclaraciones y observaciones me sitúo en el primer trimestre de 1968, segundo curso de la Licenciatura.
Como en el curso académico anterior había ocurrido el conflicto de mayo del 68 las autoridades gubernativas o académicas pensaron que se tenía que humedecer los rescoldos de ese conflicto y para ello pensaron que una medida podía ser “divide y vencerás” y crearon varios grupos de alumnos, fundamentalmente unos tres grupos matutinos –creo recordar ese número–, otro por la tarde y otro por la tarde-noche. El de la mañana era, quizá por tradición, el más numeroso pero Luis escogió el de tarde y en él coincidimos.
Cinco asignaturas se elevaban ante nosotros y teníamos que superarlas además de lo que en su momento llamábamos las “tres marías”.
Probablemente los jóvenes desconozcan qué significan. Eran tres asignaturas: Religión, Formación Política y Educación Física. Eran más simbólicas que reales pues no recuerdo ningún agobio por ellas, ni por el estudio ni por el examen; incluso creo que Luis nunca llegó a examinarse de Educación Física pues la convalidaban si se estaba federado en alguna disciplina deportiva y Luis practicaba atletismo, concretamente el lanzamiento de martillo.
Eran, pues, tres asignaturas que durante el régimen franquista se cursaban en las carreras universitarias que no tenían especial peso específico (el examen podía consistir en un test con opiniones personales sobre un tema, un comentario de algún texto, etc.) pero había que presentarse y aprobar. No conozco a nadie que suspendiera pero como no se le daba importancia no se estudiaba y más de uno contaba haber tenido un mal sueño y que al inscribirse como abogado o al presentar la documentación tras superar una oposición le denegaron –en el sueño– la inscripción al tener pendiente alguna “maría”.
Las asignaturas del segundo curso de la Licenciatura eran Derecho Canónico (con el prof. Isidoro Martín), Derecho Civil 1 (Cátedra de Federico de Castro), Derecho Penal 1 (con el prof. César Camargo) Derecho Político (Cátedra de Torcuato Fernández Miranda) y Economía Política (Cátedra de Naharro). El número después del título es por cuanto el título de algunas asignaturas se repetía en años sucesivos y se diferenciaba por el número.
En ese segundo curso había lo que en lenguaje estudiantil se decía “un hueso”: el Derecho Civil de De Castro. Era frecuente que alumnos de tercero, cuarto y quinto tuvieran aprobadas todas o casi todas las asignaturas pero les faltaba aprobar el Derecho Civil 1, “el Castro”, que lógicamente cerraba el civil 2, 3 y 4, aunque –creo recordar– algunos catedráticos, flexibles o bondadosos, guardaban la nota si les aprobaban su correspondiente Derecho Civil hasta aprobar “el Castro”. Era tal el número de alumnos que tenían que examinarse de esa asignatura que prácticamente cuando se fijaba una fecha quedaban muchas aulas reservadas para ese examen pues ni siquiera en la llamada aula magna entraban todos los estudiantes convocados al examen. Incluso “el Castro” inspiró para la letra de alguna canción de la “tuna” basándose en la de “clavelitos”.
El “Castro” era famoso en toda la “Complu”; había algunos catedráticos en distintas Facultades que se caracterizaban por la dureza y servían de corte o realismo: se evidenciaba que no se estaba en el Colegio y que había que superar la asignatura si se quería obtener la Licenciatura.
Pero Luis, y yo, recordamos con alegría el Derecho Civil de De Castro pues allí surgió nuestra amistad.
Como he dicho, se crearon distintos grupos donde adscribir los alumnos y era imposible que D. Federico De Castro diera clase a todos ellos por lo que tenía un equipo de profesores como el prof. Sancho, Amorós Guardiola, etc. también duros en la exigencia y con años ya de experiencia. De Castro se reservó alguna clase “magistral” que Luis recuerda con frecuencia como “complicadas” para un inicio en Derecho Civil; en más de una ocasión ambos recordamos que a veces salíamos de esa clase y nos preguntábamos si le habíamos entendido. Era clara la respuesta de los dos.
A nosotros nos daba clases una joven promesa que luego se convertiría en un gran civilista: Antonio Manuel Morales.
Pues bien, hicimos un examen parcial y el prof. Morales nos dio la nota. Creo que Luis sacó un 5 y yo un 4,9. Por casualidad ese día estábamos sentados juntos y nos miramos y pensamos: ¡qué precisión! Pero fue el chispazo del comienzo de nuestra amistad.
Pocos días después cerraron la Facultad por huelgas y disturbios, y pensamos ¿por qué no estudiamos juntos y así nos ayudamos en lo que podamos? Dicho y hecho. Se apuntó también una compañera pero pronto prefirió el estudio por separado.
La pregunta surgió porque realmente el libro de estudio de De Castro era de una complejidad notoria. Como es sabido por todo civilista, De Castro tenía un magnífico libro –Derecho Civil de España”– en dos tomos que superaban las 1.200 páginas pero complicado para afrontarlo por un estudiante en los primeros años de carrera y por ello publicó un Compendio de Derecho Civil con una dimensión inferior, menos de una tercera parte. Sin embargo, ocurre a veces que una gran obra, cuando se reduce o resume, resulta de difícil lectura y comprensión para un no iniciado en la materia.
En ese curso se publicó por primera vez otro buen libro de De Castro –El negocio jurídico– que superaba holgadamente las 500 páginas lo que lo hacía prácticamente inabarcable para un alumno de 2.º curso. Por ese motivo se disminuyó la materia a estudiar a unos cuantos epígrafes lo que redujo la extensión pero aumentó la dificultad al carecer de la sistemática de un libro.
Luis y yo creímos que el estudio conjunto podía aliviarnos la soledad del esfuerzo y, además, podíamos compartir las muchas dudas que nos surgían y obtener alguna solución a ellas.
Creo que tanto a Luis como a mi ese comienzo nos ha marcado y para bien en nuestras vidas. El discurrir del tiempo es imparable y no admite segunda vuelta por lo que no sabemos cómo hubiera sido el futuro pero sí que de hecho lo hemos recordado con verdadera satisfacción.
Ese comienzo con el Derecho Civil nos resultó tan positivo que empezamos a reunirnos para estudiar en cualquier momento de cierre de la Facultad o cuando teníamos a la vista algún evento o incidencia cuya solución, como he indicado, la podíamos afrontar mejor con el estudio conjunto: examen, cotejo de apuntes, etc.
Generalmente cuando nos reuníamos por el cierre de la Facultad lo hacíamos por la tarde como si hubiéramos ido a la Facultad. El cierre de la Facultad fue una habitual causa de la reunión.
La frecuencia del estudio en casa de Luis o en la mía determinó que “entráramos” en las respectivas familias y ya no éramos unos meros compañeros de la Facultad, sino que pasamos a ser amigos y “como de la familia”.
La familia de Luis (igual que la mía) era el prototipo de la época: padre trabajador, a veces con algún pluriempleo, y madre dedicada a la familia y a la organización perfecta de la casa.
Como digo, estudiábamos en su casa o en la mía. Aunque han pasado muchos años recuerdo su casa y la habitación de estudio: era la propia de Luis donde había una mesa camilla y estaba en un extremo de la casa por lo que se disfrutaba de mucha tranquilidad, ajena a ruidos e interrupciones, salvo una. A media tarde entraba su madre, D.ª Soledad, cuyo recuerdo es el de una gran persona, atenta a cualquier problema de la familia y cariñosamente nos ofrecía un alto en el estudio y una merienda para reponer fuerzas ¡qué recuerdo más agradable!
Otra de las interrupciones era la de la “niña” de la casa al venir del Colegio que con el tiempo se convirtió en una sobresaliente Fiscal y la primera Fiscal de Sala contra la Violencia de la Mujer, fallecida en plena juventud que ha dejado dolorosa huella en Luis. Más de una vez Luis y yo la hemos recordado con cariño a la vez que con dolor. Pero en aquella época era la “niña” de la casa, especialmente para el padre, D. Luis, y también para nosotros pues una diferencia de cinco años en aquel momento era un abismo.
También recuerdo en su propia habitación a su hermano estudiando; era también buen estudiante y buen atleta y su altura le permitía destacar en el salto de altura.
A veces se acercaba su padre, D. Luis Cazorla Navarro, que era militar del Cuerpo de Intervención del Aire y ejercía a su vez de abogado en un despacho que tenía en su casa, entrando a la izquierda. La habitación era grande, a la izquierda estaba su mesa con los sillones de confidente y a la derecha una gran librería que cubría toda la pared y del techo al suelo. Fantástica ante lo que cabía preguntarse ¿todo eso hay que estudiar? Probablemente haya influido en Luis que es un gran amante de los libros, no solo jurídicos, y le agrada ver una librería llena de libros a la vez que le descorazona ver una desnuda de ellos. Luis, hoy, tiene una gran biblioteca privada.
Así empezó nuestra amistad y nuestra incorporación al ámbito de nuestras respectivas familias. Dado que el protagonista es Luis queda exento de detallismo lo relativo a la mía, aunque puede sobrentenderse que sucedía lo mismo cambiando los nombres y particularidades.
D. Luis era serio y preocupado por los estudios de su hijo Luis, que por ser el mayor de los hermanos debutaba en la preocupación parental. Dado que habitualmente estaba encerrado en su despacho trabajando la relación con él era más corta pero aunque pareciera lejano por su seriedad se le notaba que por encima de todo estaba la familia y en ese ambiente de seriedad, serenidad familiar y ejemplo en la laboriosidad vivió Luis su periplo universitario como estudiante.
Por esa seriedad y la diferencia de edad veía a D. Luis más distante y supongo que él nos veía como aprendices, ni siquiera becarios, y meros proyectos de juristas. Aunque la biografía se refiere a Luis no resisto a relatar una anécdota que revela hasta qué punto nuestra amistad transcendía de la habitual de compañeros de estudios. Transcurridos unos años acudió D. Luis a mi despacho y me hizo una pregunta. Fue una sensación inolvidable, supongo como el que siente un novillero al darle el maestro la alternativa.
El proceso de ir a estudiar a casa de uno u otro se repetía cada vez que nos cerraban la Facultad pero nos sentíamos tan a gusto y con aprovechamiento mutuo que empezamos a establecerlo cada vez que teníamos, como he dicho, algún motivo especial como exámenes, cotejo de apuntes, etc. o simplemente por entender que era provechosa la mutua compañía. Estudiábamos, revisábamos apuntes, nos preguntábamos los temas o las dudas, etc.
Lógicamente, aunque se trata de una película biográfica de Luis acotada temporalmente, resulta difícil y en muchos casos imposible no salir yo mismo a la escena pues, como he dicho, prácticamente todas las tardes universitarias las pasábamos juntos bien en la Facultad o en casa de uno u otro, así como alguna mañana o fin de semana cuando lo requerían las circunstancias y especialmente en quinto curso como diré.
Luis era un buen estudiante, tenía sobresaliente capacidad, fuerza de voluntad, gran brillantez expositiva y, además, era de fácil trato y sintonizaba con rapidez con los compañeros. Era consecuencia natural que me contagiara y estimulara para el estudio y puede decirse que éramos buenos estudiantes, aunque no dejábamos de hacer lo que todos los jóvenes hacían y, además, Luis competía en el lanzamiento de martillo.
Esas cualidades de Luis eran notorias y recuerdo que en una de sus primeras conferencias el presentador las resaltó y terminó diciendo que tenía “baraka”.
Muchas veces Luis, recordando aquellos años universitarios dice que fueron años muy importantes para su brillante (este calificativo lo inserto yo pero es verdad) carrera. Con frecuencia dice que le (nos) sirvió para coger afición al estudio y consolidar la vocación jurídica. Le (nos) divertía el Derecho pues hablábamos, discutíamos, en definitiva, introducíamos a la soledad del estudio ingredientes que la atenuaban y la hacían agradable y, sin darnos cuenta, le (nos) generó el gusto por el Derecho.
Sin duda el estudio requiere soledad y a veces hay que construir alrededor una bóveda que puede resultar algo asfixiante; por ello puede ser beneficioso que los comienzos sean atractivos para luego poder acometer empresas que requieran mayor concentración y esfuerzo. Nadie empieza concurriendo a unas Olimpiadas ni presentando un recurso de casación en el Tribunal Supremo: todo tiene su aprendizaje y entrenamiento y debe ser lo más agradable para no tirar la toalla. Pienso que el trabajo jurídico de Luis –en sus distintas facetas de catedrático, abogado, conferenciante, escritor, etc.– ha sido, y es, ingente, difícil de alcanzar si no va acompañado de cierto placer en su desarrollo y creo no equivocarme si digo que se alumbró en cierto modo en aquellos años en la “Complu”.
Las líneas que preceden han sido en algún momento detallista pero parece que el comienzo siempre requiere entrar en determinados pormenores para situar el contexto y los hechos futuros que como los ríos discurren por cauce natural desde el nacimiento.
No hace falta decir que Luis aprobó todas las asignaturas con muy buenas notas (incluyendo Matrículas de Honor) y por supuesto el “hueso” del Derecho Civil de De Castro.
Para festejar el buen resultado Luis me invitó (y a otro compañero, también muy brillante, que luego se dedicó a la Sociología y llegó a ser minis-tro con Rajoy) a pasar unos días al chalet que tenía la familia en Novelda. Su padre tenía allí familiares y se había encariñado con ese pueblo alicantino y se había construido un bonito chalet e, incluso, había comprado algunas viñas.
Luis hizo de perfecto anfitrión, visitamos algunas de las fincas de la familia, visitamos a algún amigo o familiar y por supuesto un sitio emblemático en la mayoría de los pueblos: el Casino.
Algún recuerdo se oscurece por el transcurso del tiempo. Recuerdo a Luis yendo a la Facultad en su coche, un Mini (alguna vez le veía con su moto pero hubo un tiempo en que le cogió un poco de respeto por un accidente estando parado del que aprendió que, en un semáforo, como precaución, hay que meterse entre dos coches o delante de uno parado para que no te arrollen por detrás como le ocurrió en ese accidente). Le recuerdo, decía, con su “Mini, pero creo recordar que nos llevó a Novelda en un Seat 600 y tanto en el viaje de ida como en el de vuelta tuvimos que hacer alguna parada para tomar algo de aire fresco… el coche. Eran otros tiempos.
Luis enfiló el curso tercero de la Licenciatura y allí cursó Derecho Civil 2 (con el prof. José Ferrandis), Derecho Administrativo (con el prof. Gallego Anabitarte), Derecho Internacional Púbico (con el profesor García Arias), Derecho Penal (con el mismo César Camargo) y Hacienda Pública 1 (con el prof. Lampreave) y las famosas “tres marías”.
La historia durante este curso 1969-1970 repitió la del curso anterior pero la experiencia contaba. En esa época el cierre temporal de la Facultad no era infrecuente por los conflictos habidos y Luis y yo poníamos en práctica casi de modo automático nuestro sistema de estudio y de nuevo nos reuníamos en su casa o en la mía y el “acogimiento familiar” lógicamente se hacía más fluido. De nuevo D.ª Soledad nos preparaba la merienda, D. Luis salía de su despacho para interesarse por nosotros, su hermano estudiaba en su habitación y “la niña” nos saludaba al venir del “cole”.
Luis siguió su magnífica trayectoria y siguió siendo un brillante estudiante por lo que la relación con los profesores era muy buena, la típica de un profesor respecto a un buen estudiante. Creo que la mejor relación en ese curso la tuvo con José Ferrandis, buen profesor y buena persona. Su clase desprendía serenidad y sosiego, y humo pues era fumador y en aquella época los profe-sores podían fumar en clase. Su estampa de bonachón cogiendo un cigarro, darle un pequeño golpecito en la mesa y encenderlo quedó en nuestras memorias. Cuando José Ferrandis se enteró de los éxitos de Luis le mandó una carta de felicitación por ellos.
Lo mismo que en el curso anterior Luis aprobó holgadamente todas las asignaturas con Matrículas de Honor y Sobresalientes (excluyendo la “marías” que tenían otro desarrollo y era prácticamente aprobado general, aunque a veces la nota podía mejorar, si bien tenía escasa relevancia académica).
Desde el comienzo del curso en octubre hasta su finalización en junio pasamos prácticamente todas las tardes lectivas juntos, bien en la Facultad bien en alguna de nuestras casas; los fines de semana a veces nos reuníamos pero Luis dedicaba buena parte del fin de semana al deporte, entrenamiento o competición, y yo había encontrado mi media naranja (Luis fue más lento en este terreno pero los años le han demostrado que le valió la pena esperar). Poco contacto tuvimos entre julio y octubre pero no fue por ser una amistad “de conveniencia” para estudiar, era una gran y sincera amistad pero se cruzó el servicio militar obligatorio. Luis lo pudo hacer en época normal y tuvo suerte en que le permitieran conciliar con los estudios. Yo hice el servicio militar en las Milicias Universitarias, la conocida como IPS (Instrucción Premilitar Superior), luego denominada IMEC (Instrucción Militar para la Escala de Complemento) que comprendía tres meses durante los meses de julio, agosto y septiembre durante dos veranos (la IMEC eran solo dos meses veraniegos) y cuatro meses de prácticas como sargento o alférez de la escala de complemento.
Después de ello, Luis abordó el cuarto curso de la Licenciatura durante el curso 1970-71. Era uno de los cursos más complicados pues tenía una asignatura más y todas ellas con gran peso en el estudio de la carrera: Derecho Administrativo 2, Derecho Civil 3 (ambos con los mismos prof. del curso anterior: Gallego y Ferrandis), Hacienda Pública 2 (Profs. Narciso Rica y Basanta), Derecho Mercantil 1 (prof. Ricardo Pellón), Derecho Procesal 1 (prof. Gutiérrez de Cabiedes), y Derecho del Trabajo (prof. Alonso Olea) y, como siempre, las “tres marías”.
Podría decir que la historia de años anteriores se repitió incluso con mayor automatismo por la experiencia. Sin decirnos nada ya sabíamos lo que íbamos a hacer pero me parece interesante revelar dos datos que anticipan realidades del futuro biográfico de Luis.
Uno de ellos se gestó con el Derecho Mercantil. Como he dicho el prof. del grupo era Ricardo Pellón Rivero. Pellón era, además, militar pero de un cuerpo jurídico –auditor– del Ministerio del Aire y compañero del padre de Luis en el Ministerio. Como he indicado, Luis era de fácil relación humana y Pellón también lo era de modo que hubo una buena relación personal entre ambos desde el principio. Pocas cosas alegran más a un profesor que el hijo de un amigo resulte ser un extraordinario estudiante y pueda transmitirle la buena noticia; por el contrario, mal trago pasa cuando se le tiene que decir al amigo, endulzándolo en lo posible, que su hijo es un desastre.
Luis no necesitaba ningún “favor” especial de Pellón. La sintonía profesor-alumno era no solo buena sino que Pellón se dio cuenta enseguida que tenía delante a un magnífico estudiante con muchas ganas de aprender y vocación jurídica y le recomendó que asistiera a las clases del catedrático, Jesús Rubio y, como buen oteador universitario, puso en su agenda el nombre de Luis para ficharle en caso de querer dedicarse a la enseñanza.
Jesús Rubio en aquella época tenía la costumbre de injertarse en uno de los grupos matinales y daba clase pero un curso monográfico sobre una parte de la asignatura; Rubio escogió para ese curso el Derecho Cambiario. El resto de la materia de la asignatura la enseñaba el profesor habitual de grupo.
Rubio tenía escrito un libro sobre la parte inicial de la asignatura (Introducción de Derecho Mercantil de más de 600 páginas) también tenía escrito un Curso sobre Derecho de Sociedades Anónimas, que era otra parte de la asignatura, pero no sobre derecho cambiario (luego publicaría uno basándose en el curso monográfico) por lo que resultaba importante tomar apuntes.
Luis no lo dudó y se apuntó al curso monográfico, aunque tuviera que ir alguna mañana a la Facultad, y me arrastró a mí. Además, Luis siguió las indicaciones de Pellón y se metió entre pecho y espalda las dos citadas monografías lo que suponía mayor esfuerzo que si se estudiaba por el clásico Garrigues o por apuntes. Lógicamente ello conllevó un mayor conocimiento de la materia e incrementó en Luis la afición al estudio.
Estudiar por apuntes es complicado y nada recomendable frente a un libro pero con el curso monográfico era necesario ese sistema. Luis (y yo) teníamos la ventaja de ser rápidos en la toma de apuntes y alcanzamos la virtud de leer las endiabladas palabras del otro como si fueran propias: era letra como la atribuida a los médicos que solo saben leer los farmacéuticos. Pues bien, nosotros desarrollamos esa habilidad.
Pero lo dicho es anecdótico; lo importante, y quiero resaltar, es que esa mayor dedicación y esa especial sintonía con la cordialidad de Pellón y la seriedad de Rubio sembró la semilla en Luis de su ulterior vocación universitaria. Hasta ese momento Luis no había pensado en hacer carrera universitaria; al menos nunca lo había dicho pero en ese curso se le pasó por la cabeza, aunque fuera fugaz esa vocación.
Puede que fuera fugaz pues Luis había decidido opositar a Abogado del Estado pero creo que en un “rinconcito” de su cabeza quedó ese flash de dedicarse a la enseñanza y así hizo unos años después, aunque al dedicarse más al derecho público inició su carrera universitaria en Derecho Financiero y Tributario.
Pellón como buen oteador de un buen estudiante con brillante futuro, como he dicho, siempre lo tuvo en su agenda y, al menos, insinuado a Rubio por si decidía cambiar el rumbo inmediato de su inicial elección.
El segundo dato que quiero resaltar es el inicio de su vocación publicista en su significado de escritor, inicialmente sobre todo en materia jurídica pero últimamente desbordada por su vocación puramente literaria y de novela histórica.
Creo que el primer escrito de Luis con proyección pública fue en ese curso 1970-71. Una de las asignaturas era Derecho de Trabajo y lo explicaba Manuel Alonso Olea, otro profesor de los “duros”. En ese curso hizo tres exámenes parciales y advertía del especial significado de sus notas: calificaba sobre tres de modo que superar el dos era magnífica nota y el tres de imposible alcance –dicho por él mismo–. Obviamente, Luis superó el dos.
Pero Alonso Olea encargó redactar un trabajo. Los cincuenta años transcurridos oscurecen muchos aspectos de la memoria y no recuerdo si era un trabajo obligatorio o no (circunstancia sin relevancia pues Luis hacía lo obligado y lo voluntario), si era para subir nota o no y si era tema de libre elección o elegido por Alonso Olea. Lo que sí recuerdo es que Luis redactó un brillante trabajo. Si mi memoria no me falla era sobre el programa mundial del empleo de la OIT.
Alonso Olea que, como he dicho, era de los exigentes no solo le reconoció que estaba muy bien sino que, además, le pidió permiso para su publicación en una revista jurídica. Fue su primer trabajo publicado y el comienzo de una fecunda trayectoria como autor de múltiples estudios jurídicos, otros de carácter general y últimamente de novela histórica.
Centrado en el período universitario como estudiante no he entrado en sus múltiples estudios y escritos, premios y condecoraciones que pertenecen a su vida post-universitaria. Aquí me centro en aquel período, aunque allí, creo, nació el manantial del que después se convirtió en un impresionante rio de reconocimientos y escritos, que generan un gran trabajo a su secretaria, conoce-dora ya de su letra, pues Luis tiene la costumbre de manuscribir sus originales.
Por eso no he querido omitir que ese trabajo pedido por Alonso Olea significó un punto de arranque en su vocación de escritor que desarrolló pronto, antes de adentrarse en la novela histórica a la que se ha dedicado últimamente con notable éxito. En efecto, antes de ello, Luis desarrolló su faceta puramente literaria con la escritura de algunos relatos de ficción (por ej. “A mi caramelos”, “Guagüito”, etc.), a veces en alguna con algún injerto biográfico, en publicaciones de nula o escasa difusión pública que conservo en lugar privilegiado que fueron recogidos en buena medida en un libro “El proyecto de ley y once relatos más”. Luego verían la luz otras obras como “Ni contigo ni sin ti” o “Cuatro historias imposibles”.
Este gusto por la escritura, jurídica o no, revela que Luis es un amante de la lectura y, además, preocupado por la palabra, oral o escrita y, como es lógico, dada su personalidad, ha dejado rastro escrito de ello.
Aunque esa preocupación puede reconocerse en varios de sus escritos algunos van enfocados más directamente en esa dirección. Puedo citar “La oratoria parlamentaria”, “Codificación Contemporánea y Técnica Legislativa” o “El lenguaje Jurídico Actual”, como ejemplos de ello.
Podría relacionar muchos más escritos y libros con solo reproducir los títulos que ocupan lugar destacado en mi biblioteca pues Luis me honra regalán-dome un ejemplar, todos con una cariñosa dedicatoria.
Como he apuntado antes, Luis últimamente cultiva la novela histórica con notable éxito. Prueba de ello son sus novelas “La ciudad del Lucus” (2011), “El general Silvestre y la sombra del Raisuni” (2013), y “Las semillas del Annual” (2015) –lo que constituye una trilogía ambientada en Marruecos recordando su nacimiento en Larache y el destino de su padre allí en una época–; después vería la luz “La rebelión del general Sanjurjo” (2018), sobre la sublevación de agosto de 1932, y la última –de momento– “La Bahía de Venus” (2020) con la que, en palabras del propio autor, se adentra en la etapa de la Segunda República. Todas ellas publicadas por la editorial Almuzara y, como puede observarse, en un período de diez años ha sido capaz de escribir unas magníficas obras, la mayoría de ellas cercana a las 500 páginas o sobrepasando holgadamente esa extensión lo que da muestras de la enorme capacidad de Luis.
A pesar de ser el 4.º curso uno de los difíciles Luis lo superó brillantemente con varias Matrículas de Honor y en octubre de 1971 Luis empezó la andadura del 5.º curso y último de la Licenciatura.
Con estos antecedentes Luis tenía claro que había pensado que podía asumir más empresas además del 5.º curso y de los entrenamientos deportivos y consideró en algún momento en matricularse en la Facultad de Ciencias Políticas (no recuerdo si llegó a formalizar la matrícula finalmente o quedó en proyecto); sí recuerdo que nunca habló de ir preparando simultáneamente el programa de Abogado del Estado y prefirió centrarse en la carrera de Derecho y no solo adquirir los conocimientos jurídicos de ella sino en “vivir” la Universidad que no solo se encuentra en los libros sino en una plena formación universitaria (a veces se obtiene en la propia cafetería relacionándose con otros compañeros con distintas sensibilidades y opiniones). Ya he dicho que Luis se relacionaba fácilmente con los compañeros.
Por ello, dada su capacidad y aunque tenía decidido opositar a Abogado del Estado y no dedicarse, al menos de momento, al ejercicio libre de la abogacía decidió matricularse en la Escuela de Práctica Jurídica en la misma “Complu” y me arrastró a mí.
Fue una buena experiencia y si habíamos adquirido una magnífica relación en lo personal y en los estudios esa relación se intensificó poderosamente.
El curso en la Escuela tenía la misma duración que el 5.º curso de la Licenciatura; estaba reservado para los ya licenciados pero admitían también a quienes estuvieran cursando el 5.º. Las clases eran los lunes, miércoles y viernes desde las 18:00 hasta las 22:00 horas, lo que tradicionalmente se consideraba como horario de noche. Las clases eran de una hora por lo que Luis afrontó el curso 1971-72 con las cinco asignaturas de la licenciatura más las doce de la Escuela y las famosas “marías”.
Como su propio nombre indica, la teoría ocupaba un lugar secundario siendo el eje fundamental la práctica que se desarrollaba a través de la solución de casos prácticos redactando, según el supuesto, una demanda, un recurso, un informe, un contrato, una partición hereditaria, etc. Junto a esas clases “ordinarias” en la propia Facultad había algunas visitas por la mañana a escenarios concretos: Juzgados, Magistraturas, Ministerios u otros órganos administrativos, etc.
Como decía fue una experiencia muy agradable que incrementó nuestra relación de amistad y resultó muy formativa.
Quien haya leído hasta aquí podrá adivinar que Luis y yo nos reuníamos para resolver los casos planteados que eran como mínimo uno a la semana cuando no dos o tres.
Nos resultó muy formativo el curso. Hasta ese momento, salvo algún caso práctico planteado por algún profesor, habíamos estudiado la teoría, muchas veces juntos, en los libros o en los apuntes tomados, cotejándolos y complementándolos entre los dos para alcanzar unos buenos apuntes como complemento de los libros al uso. Pero con el Curso de Práctica Jurídica se abría una nueva vía: pensábamos una solución para el caso y si había discrepancia o matización por alguno discutíamos la solución. Ya no se trataba de absorber o copiar lo que decían “otros” sin discusión (“magister dixit”) sino en consultar leyes, libros o jurisprudencia para proyectar esos conocimientos obtenidos en resolver un caso pensando y debatiendo; en definitiva, ser protagonista de lo que se escribía.
Los casos se redactaban manuscritamente, o a máquina –la informática aún no había llegado–, sobre folios de la propia Escuela lo que suponía un esfuerzo un tanto inútil el duplicar prácticamente en general el texto consensuado pues normalmente llegábamos a una solución común sin “voto particular”.
Los casos se entregaban y eran devueltos por cada uno de los profesores o profesionales –no todos los profesores procedían de la Universidad– que daban las clases con las anotaciones y correcciones correspondientes. Lógicamente, pronto advirtieron de esa duplicidad y alguno nos devolvió el caso entregado con la indicación de “lo has hecho con…” o indicando que veía “similitudes con el de…”. Ambos fuimos a hablar con ellos para indicarles que los hacíamos juntos y pedirles permiso para presentar solo un ejemplar, lo que fue aceptado, y así empezamos a presentar un solo ejemplar con el nombre de ambos.
Este sistema generó una curiosa anécdota que Luis y yo recordamos “de lo que son las cosas”.
Luis aprobó todos los casos sin perjuicio de las anotaciones y correcciones en el propio ejemplar. Es más, a pesar de compatibilizar el curso en la Escuela con el curso de la licenciatura y el hándicap de no tenerla culminada –y por tanto sin haber completado aún el estudio de asignaturas importantes en la práctica, como Derecho Civil, Mercantil o Procesal–, aunque no hubo nota final sino ordenación de los aprobados por orden, Luis superó con creces el curso y estuvo muy bien colocado dentro del primer tercio de los aprobados. Fue un éxito ese puesto pues el hándicap con los compañeros que, en general, habían terminado la carrera y muchos de ellos ya trabajaban era muy grande.
Como digo, Luis superó todos los casos planteados salvo uno (lo mismo me ocurrió a mí). Hubo uno que inicialmente no aprobó por no presentar el caso (y lo mismo me ocurrió a mi). La curiosidad de esta anécdota fue que el “suspenso” de Luis fue en fiscal y el mío en notarial; curiosamente Luis con el tiempo obtuvo la cátedra de Derecho Tributario y Financiero (y yo me hice notario). Pero no pasó de una anécdota debido a que presentábamos un solo ejemplar, aunque con el nombre de ambos y quien corrigió leyó solo el primer nombre y omitió el segundo que dio como no presentado. Anécdota que se aclaró.
Como ha quedado dicho, Luis compatibilizó el curso en la Escuela con el 5.º de la Licenciatura con sus cinco asignaturas: Derecho Internacional Privado (con el prof. Mariano Aguilar Navarro), Filosofía del Derecho, Derecho Procesal 2 (de la cátedra de Leonardo Prieto Castro), Derecho Civil 4 (de nuevo con José Ferrandis) y Derecho Mercantil 2 (también con Ricardo Pellón), y las acostumbradas “tres marías”.
De nuevo se repitió el escenario del año anterior y Pellón fácilmente convenció a Luis de asistir al curso monográfico de Jesús Rubio que ese año lo dedicó a “la quiebra”.
No he puesto el nombre en Filosofía del Derecho pues surgió un problema con los horarios. Era imposible compatibilizar el horario de tarde con el de la Escuela de Práctica Jurídica pues había una asignatura que coincidía: Filosofía del Derecho. Hubo que hablar con el profesor y comentarle el problema y dio permiso para cambiarnos de grupo y pasar al de la noche que lo daba el prof. Elías Díaz.
Luis, como en años anteriores superó holgadamente el 5.º y obtuvo Matrícula de Honor en todas las asignaturas salvo en Derecho Internacional Privado que obtuvo Sobresaliente y ello porque Aguilar Navarro tuvo la ocurrencia de que había habido muchos conflictos y nadie podía sentirse acreedor a la matrícula; curiosa decisión de un catedrático que estaba calificado como antifranquista y daba aire a un pensamiento en esa dirección, y enseñaba una materia que tenía que adornarse con mucha historia pues el contenido normativo de la asignatura en aquella época se reducía a escasos artículos del Código Civil (tampoco había mucha normativa inter-nacional como en la actualidad y tampoco era habitual la presencia inter-nacional de España).
Aunque pertenece más bien a mi biografía puede ser un dato que exterioriza la compenetración que había entre nosotros. Estaba yo haciendo las prácticas de la “mili” en la IPS/IMEC y recibí una llamada de Luis diciéndome que habíamos aprobado Mercantil y él había obtenido Matrícula de Honor y yo aprobado. Pareció excesiva la diferencia dada la forma de estudiar y Luis contactó con Pellón que le dijo que había hecho un magnifico examen y que a mí me habían aprobado por los “antecedentes” pero no habían entendido la letra. Luis se ofreció a leer el examen y ante la aceptación de la oferta allí se fue Luis: leyó el examen y como el suyo obtuvo la misma nota, aunque un teórico suspenso en caligrafía.
Precisamente por tener que acudir a hacer las prácticas de la “mili” yo tuve que pedir al prof. Ferrandis que me hiciera un examen final oral y anterior a la convocatoria ordinaria para poder ir a esas prácticas. Luis pensó que él también estaba ya preparado para examinarse por oral antes de la convocatoria oficial y el bueno de Ferrandis, con el que habíamos tenido una magnífica relación durante los tres cursos de Derecho Civil con él y con buen aprovechamiento, nos permitió a ambos, y a un tercero también buen amigo de ambos que estaba en la misma situación con la “mili”, examinarnos oralmente. Luis obtuvo Matrícula a pesar del adelanto en la fecha del examen e hizo un magnífico ejercicio demostrando una vez más su brillantez expositiva.
La indicada anécdota de la lectura de mi examen de Mercantil tuvo final feliz pero lo importante es que revela que esa amistad que surgió en una clase de Derecho Civil con Antonio Manuel Morales se incrementó a lo largo de los años hasta hoy. Cualquier incidencia en la vida de uno u otro es mutuamente conocida, con alegría cuando es de esa naturaleza la noticia o con pesar cuando la tristeza la inunda.
Concluida la Licenciatura nuestro contacto diario, que no la amistad, se atenuó, pues empezamos a preparar oposiciones diferentes, él de Derecho Público y yo de Derecho Privado, pero en más de una ocasión nos tomábamos temas, sobre todo Luis a mi pues la convocatoria de su oposición precedió a la mía.
El título de este relato se centra en la vida universitaria de Luis como estudiante; ello conlleva dos límites, uno de carácter temporal y otro relativo a la materia. Han quedado fuera aspectos muy importantes de su vida fuera de su faceta estudiantil. Pero, como ha quedado apuntado, ambos hacíamos lo que todos los jóvenes de la época hacían y en muchas ocasiones compartíamos momentos de ocio o salíamos con amigos comunes, con o sin novias; en definitiva, la amistad se proyectaba también fuera de las aulas universitarias.
Por ello, sin duda, puedo asegurar que somos “amigos de toda la vida” con una amistad nacida en las aulas de la “Complu” y que ambos estamos presentes en los momentos gozosos y en los tristes de nuestras respectivas vidas.
Esa expresión de “amigos de toda la vida” es el mejor resumen y por ello así consta en la cariñosa dedicatoria de sus dos últimas novelas históricas citadas. Sería difícil encontrar otra expresión más exacta.