Читать книгу Estudios en homenaje al profesor Luis María Cazorla Prieto - Luis Cazorla González-Serrano - Страница 29

Luis Cazorla, maestro y amigo

Оглавление

ÍÑIGO MÉNDEZ DE VIGO Y MONTOJO

Barón de Claret

Ministro de Educación, Cultura y Deporte (2015-2018) y portavoz del Gobierno (2016-2018).

Diputado a Cortes (2016-2019) y diputado al Parlamento europeo (1992-2011), Letrado de las Cortes Generales (1981)

Al igual que Stefan Zweig sintetizó en su libro “Momentos estelares de la Humanidad”, aquellas gestas decisivas para alterar el curso de los acontecimientos y transformar el long fleuve tranquille que era la vida en algo inesperado, caudaloso y, sobre todo, profundamente distinto, nuestras pequeñas e ininteresantes vidas –salvo para nosotros mismos– se encuentran alguna vez confrontadas a ese momento estelar que puede cambiar el curso de su devenir.

Experimento hoy esa sensación cuando mis recuerdos retroceden hasta el 28 de junio de 1978. Me encontraba entonces a punto de terminar la licenciatura de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y, al igual que muchos coetáneos, me preguntaba: ¿Y ahora qué?

No había en mi familia abogados que hubieran podido acogerme en su despacho. Además, no quería ser una carga económica para mis padres que se habían sacrificado sobremanera para darnos a mis hermanos y a mí la mejor formación. Por todo ello, opositar a un cuerpo de la Administración del Estado me parecía una posibilidad sugestiva. Había sido un buen estudiante, de los que aprobaban siempre en junio aunque nunca el primero de la clase; tenía buena memoria, un notable conocimientos de idiomas extranjeros y una acendrada facilidad para organizarme, lo que entonces atribuía, a tort ou a raison, a mi formación germánica.

Además, aprobar una oposición te convertía a los ojos de los demás en “listo oficial”, aunque no estabas exento de que tus actos posteriores desdibujaran tal calificativo, y era un seguro de vida que te abría muchas posibilidades, no solo profesionales sino también vitales.

Buscando el calor de no sentirme solo en una empresa que se me antojaba ardua y ardorosa, miré a mí alrededor para ver qué camino emprendían mis compañeros de la carrera. Los queridos hermanos Cavello de los Cobos, que nos han dejado demasiado pronto y a los que tanto echo de menos, optaron por Registros; algún otro se inclinaba por Abogacía del Estado y otros soñaban con los exóticos destinos de la carrera diplomática.

Andaba yo sin saber qué hacer cuando mi madre me propuso acudir a hablar con Tío Pepe. En realidad, no teníamos ningún parentesco con D. José Beltrán de Heredia y Castaño salvo el optativo de la elección pues tanto él como su mujer, la conocida actriz de teatro Carmen Díaz de Mendoza, nieta nada menos que de Doña María Guerrero, eran grandes amigos de mis padres. De ahí ese tratamiento familiar.

Pepe Beltrán de Heredia era un personaje muy notable, conocido en el mundo jurídico como Pepe Montesquieu por haber rebatido en su carrera profesional al famoso autor de la teoría de la separación de poderes: Pepe era catedrático de derecho civil, letrado de las Cortes y magistrado del Tribunal Supremo. Los tres poderes en una sola persona. Y por si ello no fuera suficiente, era un gran señor, un excelente profesor y un tipo inteligente y divertido.

Con Pepe me cité yo aquel 28 de junio en la cafetería Riofrío de Madrid, justo al lado del Tribunal Supremo. Gracias al reconfortante auxilio de dos ginebras con limón, escuchó con paciencia e interés mis dudas, temores e incertidumbres. Tras apurar el último trago, me miró con determinación y me soltó a bocajarro: “Tú vas a ser letrado de las Cortes”.

Mi actitud fue la misma que habría tenido si me hubiera anunciado mi próximo nombramiento como Archipámpano de las Indias. Sonreí tímidamente…y callé. Encorajinado ante mi falta de entusiasmo, Pepe dio otro paso adelante. “Y ahora, te voy a presentar a quien se va a convertir en tu preparador para la oposición”.

Y aquí aparece en escena Luis María Cazorla Prieto.

Yo sabía de nuestro homenajeado por el precepto evangélico que recoge San Mateo: “Por sus obras los conoceréis”. Su hermana Soledad había sido compañera mía en la Facultad de Derecho y una buena amiga; estaba muy orgullosa de ese hermano mayor que en pocos años había aprobado con gran brillantez las oposiciones a abogado del estado y letrado de las cortes y dirigía en aquel momento el gabinete del Ministro García-Añoveros.

A su despacho en la calle Alcalá me llevó Pepe, nos presentó, y le expuso su pronóstico de que sería un formidable letrado, para lo cual necesitaba de la ayuda de un gran preparador. Luis se prestó a entrenar al joven aspirante; yo le advertí de mis obligaciones con el Ejército, que me impedían comenzar mi preparación antes de concluir mis prácticas como alférez de complemento: “Te espero en mi casa el 8 de enero”, sentenció mi recién fichado preparador. Y así concluyó aquel momento estelar de mi vida que encarrilaría mi suerte.

A partir de aquel mes de enero de 1979 y durante dos años, mi vida se centró en preparar los más de 500 temas de que constaba la oposición y de obtener tres veces a la semana el beneplácito de Luis y de su compañero Emilio Recoder, con quien compartía la hermosa tarea de guiar los balbuceantes pasos de quienes nos adentrábamos en aquellas aguas procelosas.

Una característica de la oposición a letrado de las cortes consistía en que los opositores debían elaborar cada uno de los 500 temas, lo que acrecentaba de forma muy notable la importancia de la labor de los preparadores que juzgaban la orientación que habías dado al tema y la forma en que lo habías expuesto. Luis y Emilio constituían un buen tándem: nuestro homenajeado era exigente y disciplinado, la exposición de los temas por parte de los preparandos era meticulosamente escuchada por Luis y sus comentarios solían ser secos y precisos. Nos sentábamos en el despacho de su domicilio en sillas muy rectas, lo que propiciaba un cierto envaramiento en las posturas. En suma, tratábase de un examen semanal que Luis ejecutaba con profesionalidad y rigor. En cambio, Emilio Recoder tenía una actitud menos estricta, le gustaban las exposiciones sugerentes y parecía escucharte como quien tiene la mente en unas paradisiacas islas del Océano Pacífico.

Compartí aquellos dos años con otros sufridores que se convirtieron primero en amigos y luego, además, en compañeros como Claro FernándezCarnicero, quién sería más adelante mi primer jefe; Pablo Pérez Jiménez, Chavi Ballarín o José Luis Ruiz-Navarro, quien, andando el tiempo, se casaría con mi hermana Bettina.

Una vez aprobada la oposición en marzo de 1981, me incorporé al Congreso de los Diputados. Año y medio más tarde, Luis fue nombrado secretario general de esa Cámara, por lo que pasó a convertirse en mi jefe directo. Fue él quien me propuso para mi primer cargo, –la dirección de Relaciones parlamentarias– propuesta a la que se opuso el representante en la Mesa de Alianza Popular con el argumento de mi edad… “La juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo”, argumentó el Secretario general y mi nombramiento salió adelante.

A partir de aquel momento, compartí muchas horas de trabajo con Luis en el Comité de Dirección y fui testigo de su determinación para preservar la autonomía parlamentaria, consagrada en un pionero estatuto de personal de las Cortes Generales, plenamente vigente cuatro décadas después.

En 1984 sucedió otro hecho que marcaría mi destino y en el que Luis tuvo un papel decisivo. En aquellos días, el Gobierno postuló a Marcelino Oreja a la Secretaría General del Consejo de Europa. Yo entonces actuaba como letrado de la delegación en la Asamblea Parlamentaria de dicha organización inter-nacional, que era el foro donde se elegía al Secretario general, y el candidato vino a interesarse por sus posibilidades de salir elegido.

Hice entonces una rápida prospección con mis colegas de otros países y con una perspicacia que aun hoy me hace sonrojar, le transmití a Oreja lo improbable de su elección pues se enfrentaba al Secretario general saliente, un austriaco que pertenecía a la misma familia política que nuestro candidato, y un diplomático noruego de obediencia socialista.

Mis malos augurios no amilanaron a Oreja, que se aprestó a dar la batalla. Tuve entonces la impresión de que el Ministro de Asuntos Exteriores no estaba entusiasmado con la candidatura de Oreja; de ahí que hablara con Luis para encontrar la manera de ayudarle. Fuimos a ver al Presidente Peces-Barba quien secundó la iniciativa y ordenó no sólo que se apoyara a Oreja desde el Congreso de los Diputados, además me encomendó a mí la coordinación de la campaña.

En el momento de escribir estas líneas, leo una entrevista en ABC donde Oreja rememora aquellos días de 1984 y, con la generosidad que le caracteriza, habla elogiosamente de mi papel en aquellas elecciones. No fue tal. Si Oreja ganó brillantemente en la primera vuelta fue porque era el mejor. Yo me limité a vocearlo.

Pocas semanas después sucedió otro acontecimiento relevante para mi vida. Resultó que el diplomático en quien Oreja había pensado como jefe de gabinete no recibió la autorización del Ministerio y Oreja se quedó sin candidato. Entonces me lo ofreció a mí y yo sí recibí la autorización de mi Secretario general y amigo para pasar a la situación de servicios especiales y mudarme a Estrasburgo.

Recuerdo que Luis me dijo en aquella ocasión: “¿Sabes que este es tu primer paso para acabar en política?”. Y yo, que entonces era un redicho, contesté: “Es posible, pero improbable”. Otra prueba elocuente de mis dotes de oteador del porvenir

No soy yo un devoto de aquello que escribió Sinclair Lewis: “El carro del granjero está en la puerta de la casa del herrero porque César pasó el Rubicón”, pero sí es cierto que si nuestro homenajeado no me hubiera autorizado a marcharme, mi vida hubiera seguido otros caminos.

En los caminos de la vida me he encontrado frecuentemente con Luis. Fue testigo de mi boda en 1985, me invitó a participar en las conferencias que organizaba en la Universidad, una vez que ganó la Cátedra de Derecho Financiero y Tributario; mi mujer y yo cenamos con Carmen y Luis en varias ocasione; conocí a sus hijos, tan brillantes como su padre y entrañables como su madre y hemos compartido alegrías y penas, la más triste el fallecimiento de aquella hermana que tanto admiraba a su hermano mayor, Soledad Cazorla, reconocida fiscal y pionera en la lucha contra esa lacra que supone la violencia contra la mujer y cuyo compromiso social he encontrado continuidad tras su fallecimiento con la creación del Fondo de Becas Fiscal Soledad Cazorla Prieto.

También ha tenido Luis la generosidad de compartir conmigo su vocación literaria. Recuerdo sus primeros cuentos cortos allá por la década de los ochenta, que compaginaba con obras pioneras en el ámbito del derecho deportivo o en manuales para el estudio del derecho financiero.

Ese gusto por escribir llevó a Luis a dedicar una trilogía a hechos acaecidos en el Protectorado español en Marruecos, al que la familia Cazorla se sentía muy unido por haber estado destinado su padre en aquel territorio. Incluso me cupo el honor de presentar su libro sobre el general Silvestre en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, lo que me permitió entroncar con mis orígenes tetuaníes.

Muchos son los méritos y los honores cosechados por Luis Cazorla a lo largo de una vida profesional tan dilatada como exitosa. Yo valoro muy especial-mente su determinación para haber formado una familia de primera y haber mantenido las amistades que ha ido fraguando a lo largo de los años. Formo parte de estos últimos y me siento muy orgulloso de que mi maestro se haya convertido en mi amigo.

Por ello, y atendiendo a la llamada de aquel niño que me recibió en 1984 en el aeropuerto de Barajas a patada limpia, tras un viaje a China con sus padres y la Mesa de las Cortes, convertido hoy en un prometedor abogado, he querido contribuir a esta obra colectiva que testimonia afecto y admiración hacia Luis, con una reflexión sobre el momento actual de la construcción europea. Una cuestión ésta a la que he dedicado mucho tiempo de aquella vida que me parecía entonces tan improbable

Estudios en homenaje al profesor Luis María Cazorla Prieto

Подняться наверх