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RÉPLICAS, POR LA DOCTORA AUDREY JORDAN

Stowe, Vermont, a once años del caso Juliet Atwood

Todos somos culpables.

Construí esta hipótesis luego de trabajar durante diez años con el cuerpo policíaco. Si bien nunca llegué a unirme a ellos bajo el ala de una insignia, mi carrera viró hacia un camino alternativo aunque complementario.

Existe una inmensidad tal vez más oscura que la previsible; en ocasiones cobra presencia con el único objetivo de atormentarnos. Esto se acentúa cuando la noche aciaga impide alcanzar la claridad necesaria para decidir qué clase de persona somos, o querríamos ser.

Los recuerdos del pasado, como fogonazos sin previo aviso, aparecen con el único e indudable cometido de torturarnos, a medida que la esperanza de cualquier tipo de futuro se licúa rápidamente, dando lugar a agua estanca, densa y plagada de microorganismos.

Dicen que venimos a este mundo para cumplir cierto karma; otros, los menos creyentes, lo ven desde el punto de vista más orgánico posible. Llegamos, respiramos si tuvimos suerte, vivimos, morimos, también en algunos casos, si tuvimos suerte.

Pero también hay un grupo que le busca el sentido a las cosas, los divergentes que afirman que nuestras acciones fabrican, indefectiblemente, consecuencias. Hoy o mañana, tal vez incluso dentro de años. Finalmente, me incluyo en este.

Son pequeñas o grandes réplicas a posteriori de un temblor. Basta un cimbronazo que remueve nuestras placas internas y, en algunos casos, hasta podría hacerlas caer. Todo depende de cuán sólida se halle construida la base.

Pero aquel no se trata del único momento en el que nuestra realidad se modifica. Por el contrario, se transforma en el instante en que un nuevo mecanismo activa la rueda cuesta abajo y no hace más que ganar velocidad, hasta estrellarse. Réplicas.

Y estas no dan tregua. Un buen día de nuestro pasado, sin haber podido preverlo, provocamos el sismo que la activará más adelante.

Con el correr de los años llegué a dudar de mí misma. De mi profesión. Esa que asevera que la maldad no existe, que todos los seres humanos venimos cuerdos y sanos, y que son las historias pasadas las que nos erosionan al punto de llegar a convertirnos en monstruos.

Hoy debo decir que ya no lo creo de ese modo. Las acciones son las que nosotros llevamos a cabo, las réplicas modifican.

Puedo asegurar que la maldad existe, yo la vi directo a los ojos y logré finalmente desviar la mirada. Pero no todos lo logran, no es tarea fácil evitar caer en la tentación.

Veamos el caso de Bobby Church Morgan, alias Alex Jacksonville.

Él no se trató de una mala semilla, más bien se encontraba absolutamente corroído por su historia y a causa de otras personas que habían sembrado lo que él, desde luego, había cosechado. Una clara réplica.

Ahora pasemos a Ben Atwood.

Al día de la fecha, todavía no pude encontrar el acontecimiento que desencadenó su accionar. Mi hipótesis se encuentra inconclusa. Hasta tanto no encuentre tal evidencia, no podré confirmar si se trató de otra réplica, o en este caso, del mismísimo sismo.

Mi madre decía que las acciones siempre generan consecuencias.

Cada uno de nosotros probablemente sea culpable de algo a lo largo de toda su vida, directa o indirectamente. Cuando ese sismo ocurre, la acción en sí, tal vez ni siquiera lo notemos. La problemática se da cuando las réplicas comienzan a hacerse presentes más tarde, debajo de nuestro suelo.

Y diez años atrás, las réplicas de Gibraltar Lake aparecieron para cobrarse una por una, las acciones del pasado.

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