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AUDREY JORDAN

Miércoles 15 de mayo, 20 h

Manejé hasta Tucson con el afán de lograr revisar la evidencia encontrada junto a los restos de Erin Fisher. Para cuando llegué, me dijeron que el equipo se había ido detrás de una pista y ninguno se encontraba en el hotel, así que emprendí mi vuelta, no sin antes dejarles mi tarjeta de contacto y un mensaje dirigido al jefe del operativo.

Leanne vendría al hotel para explicarme la parte que claramente me estaba perdiendo de toda esa historia. Al menos había logrado que aquella mañana no hiciera una denuncia, que, de seguro, tarde o temprano le traería consecuencias en casa.

Una de mis aristas, esa que izaba todas las mañanas la bandera de la libertad, se alegraba de que finalmente se hubieran animado a estar juntos, aunque segundos más tarde y conociendo su real presente, algo me decía que aquello no traería más que un ciclón tropical en el firmamento.

El joven de la recepción me abrió la puerta con una sonrisa.

–¿Ahora cierran, eh? –Me mordí el labio inferior a sabiendas de que para un pueblo tan pequeño como ese, que hallaran un cuerpo era casi lo mismo que el terrorismo para las grandes ciudades.

–Por su seguridad –respondió “Fido Dido” ensayando un discurso fresco.

–Probablemente en breve llegue...

Me interrumpió antes de que pudiera completar la frase:

–Su amiga Leanne Percott ya se ha anunciado, la espera en la sala de estar, señora Jordan.

–Gracias. –Di algunos pasos, pero no pude contenerme. Giré y le dije–: Y, niño... –sus ojos redondos gritaron por clemencia–, soy señorita.

“Humanizar al adulto”, se denomina en la jerga. Una de las tareas más complejas es hacerlo con nuestros propios padres, claro que en caso de saber quiénes son ellos. Cuando humanizamos a un adulto, lo dotamos de sus luces, pero también de sus sombras, lo vemos con todo lo que es y así lo aceptamos, o no.

En el momento en que vi a Leanne sentada de lado, en aquel amplio aunque algo gastado sillón de cuero oscuro, supe que debería trabajar arduamente en humanizar a mi mejor amiga.

–Percott –busqué la familiaridad.

–Jordan –replicó con voz queda.

Me senté junto a ella y pude divisar que llevaba un pañuelo de papel hecho un bollo entre sus manos, aunque a esa altura no hacía falta sumar aquel dato para darme cuenta de que había estado llorando gran parte de la tarde.

–Aquí estoy.

Leanne me contó todo. Desde la vuelta de Liam hasta su desaparición reciente. La escuché con atención, primero como su mejor amiga, luego como un sabueso. Finalmente, hizo una pausa y sacándome de eje, sus palabras me echaron hacia atrás:

–Temo que Todd le haya hecho daño.

Tomé sus manos, ya que mis palabras en aquel momento no bastaban o ni siquiera servirían de mucho, menuda ironía que sabía de ubicarse en tiempo y espacio. Cuando la emoción se apaciguó, me atreví a preguntar:

–¿Cómo están las cosas en casa?

Su teléfono vibró haciendo que sus manos volaran a mayor velocidad que la razón, pero enseguida volvió a apagar su rostro.

–Es Todd, pregunta qué cenaremos hoy.

Se paró y comenzó a abrigarse cuando la tomé del brazo.

–Tranquila, estamos juntas en esto.

–¿Y entonces, dime por qué siento miedo de volver a casa?

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