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ОглавлениеAUDREY JORDAN
Lunes 13 de mayo, 19 h
<La necesitamos aquí de inmediato>.
<Es chiste, puede ser dentro de quince o veinte minutos>.
...
<¿Jordie, te encuentras bien?>.
<La cena está lista, los niños te están esperando>.
...
...
<Audrey, comienzo a preocuparme>.
Mi nuevo presente azotó la placentera velada en soledad. Una vez más, Leanne y sus miedos irracionales se entremezclaban con el croar de criaturas que sabía que estaban allí aunque prefería no ver, o peor aún, pisar.
¿Qué terrible acontecimiento podía pasarle a una en Gibraltar Lake? El tono que decidí otorgarle a su escrito, intrigante y rayando en lo dramático, me dio risa.
<Lo siento, Percott, estaba pasando el rato en el lago y perdí la noción del tiempo, ahora mismo voy en camino>.
Pocas cosas evocaban en mí tal vértigo como el agua del lago al caer la noche. Escalofríos sin fundamento. Esto me ocurría desde niña, solo que recién ahora mismo podía ponerlo en palabras. Aquel reflejo azabache antinatural sobre lo puramente cristalino me transformaba en una persona incapaz de concebir la naturaleza con total optimismo.
Aun así se las arreglaba para mantenerme cautiva, de tal forma que ni siquiera escuchase el intenso resonar de los mensajes entrando.
El excesivo cuidado de Leanne no daba tregua desde mi vuelta, me tenía de aquí para allá. Mi amiga se volvía una real apasionada cuando se trataba de hacerme sentir cómoda…, tanto, que terminaba logrando el efecto contrario. Todavía no me había permitido tomar una habitación en el Pine Lake y cuando parecía estar a punto de disfrutar de un rato libre a solas, se aparecía en el marco de la puerta con dos copas de vino.
Por momentos me hacía pensar que no solo se estaba haciendo su agosto del tiempo perdido, sino que me utilizaba como herramienta evasora de cualquier posible interacción con Todd, su marido. Normalmente él se acostaba alrededor de las diez y ella subía después de las once.
No decía nada, pero yo bien sabía que estaba asegurándose de que ya se encontrara dormido.
Cerré mis ojos forzando la conexión natural con el ecosistema que sentía y olía, y un pájaro en su vuelo nocturno me trasladó hasta la isla nuevamente, con su sirena tan típica. ¿Sería que ya no pertenecía aquí? Tampoco a Manhattan.
Juré que el quiebre de alguna rama a mis espaldas fue lo que activó el flujo de mi sangre algo recalentada, haciéndome girar de golpe. El escenario del lago y el momento de la noche creaban la fórmula perfecta para que alguna pareja de veinteañeros se escurriera sigilosa a hacer de las suyas. Yo misma había estado allí. Souvenirs mentales.
Claro que ahora mismo el protagonista de mi reminiscencia se encontraba felizmente comprometido. Beatrice ostentaba su anillo de medio pelo por todo el pueblo. Por mi parte, me había convertido en algo parecido a un ninja suburbano desde mi último arribo. Y era de los buenos, puesto que todavía me encontraba ilesa de todo cruce con él.
Una vez más, el crujido aparentemente fundado en mi psiquis. Nadie. Ni antes ni ahora. El viento buscaría correrme de allí, pero era más fuerte el poder que ejercía la quietud del lago. “Wendy, estoy en casa”.
Que se sentía así no cabían dudas, con sus remolinos viscerales marcando el tiempo, la baja aunque conectada calidad de mis pensamientos. Más bien una de esas casas de las cuales toda una vida se soñaba con escapar. Familiar aunque incómodo, más que una astilla imperceptible clavada en la planta del pie.
Toda esta escena frente a mis ojos colmados de pasado se alimentaba de la sátira de mi vida. Cuántas imágenes había allí. Entre algunos sauces que buscaban agua, las pequeñas piedras que se entremezclaban con otras más medianas, provocaban que el paso a medida que nos acercábamos a la orilla fuera para algunos pocos valientes. Y el aroma. Eso sí que era otra historia. Por mucha fuerza que hiciera para sentir el olor a tierra mojada, se anteponían los mentolados frutos caídos, la humedad del musgo y el frío vapor que parecía tener identidad propia.
Tomé una fotografía y se la envié a Cole. Me respondió enseguida. Lo único que teníamos de forma palpable en común Craighton y yo era la conexión con Gibraltar Lake y el cariño por su gato. Enseguida le pregunté por él. Hacía un mes que no lo veía, ya comenzaría a extrañarme.
<¿Qué hace mi amigo peludo Rourke?>.
<Tackery Binx está muy bien, Jordan. ¿Cuándo vuelves? En la estación preguntan por ti a menudo> y aquí vamos. Su última declaración trepanó mi esternón de lado a lado.
Durante todo el año transcurrido, Cole no había descansado hasta dar con algunas partes de la historia, un auténtico rompecabezas. Su romance había sido breve, pero el afecto, profundo, y el amor, eterno. Luego de algunos estudios logramos confirmar lo más temido y sospechado: que Juliet en verdad era hija de Ben Atwood, aunque no mi hermana, puesto que era yo, en tal caso, la que no correspondía al linaje.
El resultado trajo más calma que incertidumbre a mi vida. Por primera vez el no pertenecer no me debilitaba y, por el contrario, me engrandecía.
Ahora el interrogante orientaba su reflector hacia el seno materno. No había pista alguna de quién había llevado en el vientre a Juliet, como tampoco ningún testigo.
El último eslabón terminaba, naturalmente, en Gibraltar Lake, donde todo había comenzado. Al menos para las dos.
Dudé tanto que alcancé a rozar mis raíces, pero no, no había sido mi madre la suya, ya que por supuesto no titubeé en chequearlo. Si iba a estrellarme contra la verdad lo haría de una vez y por todas. La practicidad de lamer heridas era absoluta primacía.
Así fue como mis viajes allí se volvieron cada vez más cotidianos.
Comenzó pocas semanas después de la resolución del caso Bobby Church Morgan, Alex, Nicholas, para los íntimos. Luego de viajar para Año Nuevo y no llegar a obtener información de mi padre. Del real. Desde aquel entonces en Manhattan no lograba funcionar con normalidad. La ansiedad se apoderaba de mí a menudo, esa necesidad de comprender un poco más, de martillar los escalones de mi ADN con el único objetivo de fortalecer mi identidad.
Así que luego del episodio de Rowena Hardy decidí comprar un único boleto de ida. Por ahora lo mejor era que él lidiase a solas con sus asuntos, estar en el medio le jugaría en contra durante el juicio. Rowena había decidido ir por todo en su vida y el hecho de que entre nosotros pareciera comenzar a nacer algo incierto, aunque estridente, no ayudaría. Las cosas eran mejor así. Audrey Jordan en Gibraltar Lake y Don Hardy en la isla. La distancia como un proyectil, mapa mediante.
Me subí a la SUV Mercedes GLC de alquiler que estos días usaba por allí y encendí el motor. Leanne me había alertado acerca de reservar coche antes de viajar, pero mi necedad le ganó al orden y así terminé, con un vehículo más propio de Kanye West que de Audrey Jordan.
Y así, mientras me perdía por la ruta interna, comenzaba a desencadenarse uno de los contrafácticos que no podré probar jamás, ya que de ninguna forma podría haber previsto la atrocidad que comenzaría pasada la medianoche a pocos metros de mi postal.
Manejé hasta casa de Leanne y al estacionar en la explanada exterior, el reflejo de Todd a través de la ventana me obligó a respirar hondo.