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ОглавлениеAUDREY JORDAN
Jueves 16 de mayo, 11 h
Decidí volver a Tucson y esta vez no me iría hasta que alguien hablase conmigo. Después de todo, contaba con los permisos necesarios, o mejor dicho, eso les haría creer, de manera que nadie pudiera decirme que no. Sorprendentemente me topé con uno de los agentes en la puerta del hotel, lo reconocí por su ropa y enseguida me presenté. El agente especial Sheridan, de cabello crespo oscuro y ojos verdes como la esmeralda, me escoltó hacia el hall y allí nos unimos al resto de su equipo.
–Ella es Audrey Jordan. –Sus compañeros lo miraron vacilantes–. Trabaja en la jefatura de Manhattan, sección Central Park.
Uno de ellos relajó su frente quebrada y se dirigió a mí:
–¿Qué es de mi buen amigo Hardy? –Y se acomodó el saco a fin de darme la mano.
–Está muy bien, de hecho fue él quien me autorizó a trabajar en el caso Fisher.
–Oh, ya veo.
–Me gustaría conocer de primera mano la evidencia.
Esta nueva Audrey iría al hueso, ya no más rodeos ni inseguridades. Además, si no me mostraba entera, esos tiburones blancos me comerían en un santiamén.
Palpé la incomodidad de todos y al momento en que el “buen amigo de Hardy” tocó su bolsillo, le ofrecí mi teléfono:
–Puede comprobarlo usted mismo.
La caja de pertenencias no era grande, tal como su edad. Después de todo, ¿qué tipo de bienes podría haber llevado una jovencita en plan de escape? ¿Acaso estaba realmente yéndose lejos? Su ticket de bus tenía fecha y hora para dos días después, así que a no ser que decidiera pasarlo en la calle, quizá no estaba marchándose sin decir adiós. Tal vez este sencillo dato haría que Greta consiguiera algo de paz en su corazón…, aunque, poniéndome en su lugar, solo hallar al responsable lo haría.
Su teléfono se encontraba en perfecto estado, pero todavía estaban intentando dar con un cargador que encajase con aquel modelo tan antiguo, me informó uno de los agentes al mostrarme la evidencia.
–En breve esta caja se irá a la Oficina Federal –dijo Sheridan al verme observar el teléfono.
–¿Hay registro de llamadas?
–Sí. Aquí está.
–¿Se pusieron en contacto con todos?
El más corpulento me dirigió una mirada cargada de arrogancia.
–Claro, así como ya hemos interrogado a casi todos también, ¿alguna duda más?
–Sí, ¿quiénes son?
Me marché lo más pronto posible. No quería que alguien hiciera un llamado revelador que me convirtiera en, efectivamente, una reincidente del delito.
Durante todo el viaje de vuelta observé la fotocopia de soslayo. Próxima parada, la casa Fisher.
Greta abrió la puerta y por un instante su mirada se encendió al verme, para luego volver al hueco transparente y frío azulado de sus ojos que no tantos años atrás habían sido su mayor virtud física.
Pasamos al salón comedor y enseguida apareció por la puerta que daba a la cocina con una jarra cortando el recreo en que me encontraba, descansando la vista sobre la vitrina de vidrio que escondía pequeños juegos de té de porcelana.
–Conseguí el registro de llamadas de Erin y además –frené para buscar las palabras correctas. Greta tomó mi mano– llevaba consigo un boleto de ida a California y algo de ropa.
Me soltó y fue alejándose con lentitud.
–¿Sabes qué fue lo peor de todo? Que el instinto o como demonios quieran llamarle me dictaba que Erin estaba aquí mismo. Conozco de primera mano cada cedro, tipo de pino y hasta sé qué rocas podían hacer que me patinase al apoyar el pie. Fuimos el bosque y yo durante los últimos diez años. Y a metros, mi niña.
–¿Se estaban llevando bien? ¿Había algún motivo por el cual se quisiera ir así, sin más?
Elevó la quijada dejando al descubierto el corrugado de su cuello y volvió a repetir las mismas palabras de la mañana anterior:
–A Erin me la arrebataron.
Antes de irme le solicité pasar al cuarto de baño y mientras caminaba por el corredor, a mi derecha apareció una habitación cuya puerta se encontraba entreabierta. La curiosidad me tironeó y antes que pudiera siquiera decidirlo me encontré allí dentro, en el cuarto de Erin Fisher, entre sus cosas, impecablemente ordenadas, como si el tiempo se hubiera detenido entre esas cuatro paredes y un ventanal que daba al abeto del jardín delantero.
Decorada en tonos violetas y verdes, en la cabecera de la cama había una planchuela de corcho repleta de fotos. En una aparecía con el traje de porrista, algo que me llamó la atención, puesto que no la imaginaba así. En otra se acercaba más a mi recuerdo, con su madre en el jardín de la casa. No faltaban las clásicas con amigos y, finalmente, di con la punta de un posible ovillo. Erin se encontraba sentada a orillas del lago. Alguien la fotografiaba de espaldas en un intento artístico amateur. Una pequeña manta se encontraba doblada a su lado y, a pocos metros, el mismo bolso con el que había sido hallada: marrón, de cuero gastado, pero con un detalle, mínimo aunque inmenso. En la caja de evidencia, ese mismo morral se encontraba manchado de pintura roja, pero en la imagen estaba en perfecto estado. Greta apareció detrás de mí, provocando que diera un respingo.
–Disculpa, iba hacia el baño y...
–Está bien, no me avergüenza, lo dejé así por si volvía –reconoció y dirigió la mirada vidriosa hacia el suelo.
–Greta –tomé su antebrazo provocando cierto estado de alerta–, necesito que recuerdes y me respondas si Erin había manchado su bolso. –Noté su confusión, así que señalé la imagen–. Este bolso, estimo que se trataba del que llevaba consigo a todas partes y en este momento se encuentra en una caja de evidencia en Tucson, con una mancha de pintura roja.
La señora Fisher me aseguró que la última vez que había visto a Erin, su hija llevaba su bolso impecable y que de haberse encontrado de otra forma, no le habría pasado inadvertido.
Para cuando nos estábamos despidiendo, un silencio incómodo previo al saludo final provocó que me batiera a duelo con mis próximos pasos.
–Sabes, en sus primeros años fui un tanto descuidada. Era muy joven y la maternidad me pasó por encima como una topadora, pero conforme fuimos creciendo juntas, me convertí en una buena versión. Era buena –ladeó su cabeza– y recordaría su bolso manchado, estoy segura.
Le creí, por supuesto. Greta se encontraba absolutamente entregada a resolver el caso, tanto que comenzaba a dudar sobre qué sería de ella una vez que lo lográramos.