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ОглавлениеLEANNE PERCOTT
Miércoles 15 de mayo, 9.30 h
(Réplica #3)
A esa altura, ya había preparado dos lancheras y despedido a los niños rumbo al colegio. Como era de esperarse, aquella mañana Todd le dio vuelta la cara cuando siquiera intentó decirle algo.
Los días de su matrimonio se encontraban contados. Ella lo sabía. Él también. No por ello se la haría más fácil. Ella lo había digerido. Él ni siquiera comenzaba a saborear el amargor. Nunca había dejado de ser aquel muchacho con los mismos impedimentos emocionales, el que había conocido aquel otoño en el que, luego de que Liam se puso a salir con otra chica, abandonó cualquier esperanza de ser correspondida. Claro que más tarde habían tenido su oportunidad, diez años antes, aquel septiembre de 2009. Pero eso también duraría poco, ya que de manera abrupta su vida terminaría por tomar el rumbo definitivo, cuesta abajo.
Ignoraba si lo que más rabia le causaba era el hecho de haberse conformado o de haberse casado por culpa. Nadie sabía su secreto, ni siquiera Audrey, que era quien más la conocía. Por dicho motivo la reiterada sensación de vértigo a sus espaldas la trasladaba a los segundos previos de un aterrizaje forzoso.
Las mujeres poseen la enorme capacidad de delimitar un continente de memorias pura y exclusivamente para sí mismas, y eso hizo. Así como disfrutan de ir acompañadas por sus amigas hasta el cuarto de baño, esto no se trataba de una noticia que se habría compartido batido de cerezas mediante.
Audrey podría haberla comprendido, pero conociéndola, más tarde la habría presionado para hacer lo correcto. Y ella, por más que siguiera cargando aquel yunque sobre sus hombros, no habría podido de otra forma. Prefería hipotecar su vida junto al enorme chalet de dos plantas, cálido hogar para un gélido matrimonio.
Cosa que hizo durante muchos años, lo correcto. Por los niños y para corresponderle a Todd. Pero todo había cambiado hacía algunas semanas, luego del retorno de Liam a Gibraltar Lake. Las cosas se habían puesto patas para arriba o tal vez se encontraban más derechas que nunca.
Comenzaron a verse por las mañanas, mientras sus hijos se encontraban en la escuela y su marido, trabajando. Tomaban café y conversaban sobre temas triviales. Estar cerca ya les valía por una bitácora de recuerdos truncos.
Eventualmente y como era de esperarse, las cosas se fueron complicando, sobre todo al reencontrarse con aquellos labios en los que encastró a la perfección, siendo ellos dos las únicas piezas de una historia que jamás debieron de haberse perdido en algún ático inaccesible.
De todas formas, no fue tarea sencilla. Sus encuentros se encontraban empapados de deshonra, debiendo incluso viajar al pueblo contiguo para que no los vieran. Nadie más lo sabía, pero hacía poco Leanne se había llegado a escapar de su casa en mitad de la noche. Y no estaba orgullosa de haber besado antes a sus hijos.
Pero siempre volvía. Jamás podría no haberlo hecho. Imaginaba, o mejor dicho, se aferraba al deseo de que las cosas tarde o temprano se resolvieran, esperaba que de la mejor manera y, a esta altura, creía que ya había cumplido una condena completa sin posibilidad de apelación, por lo sucedido diez años antes.
Apagó la televisión y cerró los ojos por un momento para respirar hondo y sentido.
Hacía quince horas que había hablado por última vez con él y ahora su teléfono se encontraba apagado. La noche anterior no habían podido verse y eso la tenía intranquila. Lo desconcertante era que Liam nunca se desconectaba, más aún en épocas en las que alguno de sus proyectos de construcción se encontraba a medias. Abrió los ojos y le echó un vistazo al calendario familiar. Tenía hasta las dos para dar con él, luego debía buscar a los niños, pasar por el mercado, llamar a Audrey para disculparse por lo de la noche anterior y concertar con Darcy Andrews el cuidado de sus hijos para la noche del viernes, cuando tendrían la cena de la empresa de Todd. Por otro lado, aquel día Todd llegaría temprano a casa, una razón más para contactarse con Liam mientras la claridad del día apañara su mejor coartada.
Bebió el último sorbo de café, dejó la taza en la cocina y subió a bañarse, esperando que una vez más el agua barriera toda la carga invisible que parecía haberse hecho carne de su persona.