Читать книгу Mal de muchas - Marcela Alluz - Страница 12

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Hoy podríamos ir al súper, dice, me encanta ir al súper y llenar el carro. No, pienso. Al súper, no. Además ella cree que aún va a llenar el carro. Qué vieja pava. Compremos en la despensa, le digo. Si al final sale lo mismo. Ni loca, quiero ir al súper. Dejá, no importa, voy a ir sola en taxi, total, si me asaltan, problema mío. Está tan mal todo, sigue, que estos negritos ven una vieja como yo y le arrebatan todo. Sí, furiosa ahora, negritos. No te pongas a defenderlos porque eso es lo que son.

Me callo. Una de las cosas que he aprendido es que cuando mi madre toma ese camino, no hay retorno.

A las seis vamos, le digo, esperame lista.

No podrás salir antes, no. No, mamá, el horario de la escuela es hasta las 17, no puedo. Ay, querida, refunfuña, qué esclavitud la tuya. Sí, respondo, con mal tono, una verdadera esclavitud.

Sabe que no lo digo por el trabajo, sabe.

Me cuelgo la cartera y es un espanto la cara de diablo que debo tener. Hace mucho frío, estornudo las dos cuadras que me separan de la parada.

Sigo de malhumor cuando vuelvo. Son pasadas las seis. Tarde, me dice cuando llego. Está parada en la puerta y casi me mata de un susto. En la penumbra me espera, lista, con el bolso al hombro y la boca pintada de rojo furioso. Ella no sale sin pintarse la boca. Me dejás llegar, le pido. Ya llegaste, mirá la hora que es, además quiere un café, la señora, ironiza.

No, mamá, vamos. Ella está segura de que yo vengo de un picnic. Que mi laburo es un vivero donde los chicos son plantas y yo me paseo entre ellas. Puedo hacer pis, pregunto. Y sí, qué voy a hacer, te sigo esperando.

Pone llave y vamos a la cochera. Me da las llaves del auto, porque están siempre en su monedero. El auto de papá que ya tiene veinte años, pero ella cuida como si fuera un chiche. Solo puedo usarlo para llevarla a ella. Jamás se le ocurriría dejarme manejarlo sola. Como estoy enojada, apenas hacemos unas cuadras le digo algo que sé que la va a molestar. Por qué hago eso. Qué raro que vos siendo tan independiente no aprendiste a manejar. Listo. Tiré la piedra. Me desquité. Pero ahora viene lo peor. Soy tan boluda. Tu padre no quiso enseñarme, yo le rogué, le supliqué, pero él no me tenía paciencia, las veces que intentamos, me gritaba, me decía que era una burra, así que ahí nomás me bajé y le dije, Tomá tu auto, ahora, eso sí, vas a ser mi chofer hasta que te mueras. Y así fue nomás. No, si a mí no me iba a ganar así nomás. Pero te ganó, le digo. Para qué le digo. No quiero hablar más con vos, Margarita, pareciera que disfrutás amargándome, yo entiendo que tengas una vida de mierda y que no te den ganas de llevar a una pobre vieja como yo a hacer las compras, pero te recuerdo que vos consumís lo que yo pago, y que nadie te ha llamado, vos solita has vuelto, así que dejá, nomás, estacioná y dejame que yo voy a entrar sola, no te necesito.

Cierro con llave y agarro el carro. Allá vamos.


Mal de muchas

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