Читать книгу Mal de muchas - Marcela Alluz - Страница 23
ОглавлениеNos encontramos con mi hermana en el centro. Un vino blanco pide ella, y yo suspendo el café y digo, Ma’ sí, vamos con el vino. Empezamos hablando de tonteras. Después ella empieza a enumerar la lista de sus quehaceres. No doy más, me dice. Es duro ser madre y trabajar ocho horas por día, lidiar con las tareas de los chicos, con la casa, hasta con las malditas mascotas, hacer dieta, caer de vez en cuando en un gimnasio y saber que al menos una noche a la semana tenés que coger con tu marido. Me río. No debería ser un trámite, le digo. Toma su copa de vino y me mira, Lo es. No te digo que la paso mal, no, tengo orgasmos y todo, pero. No sé, no me emociona, no es algo que yo propongo, últimamente prefiero un buen libro y un té. Mirá que Emilio es considerado, sabe qué me gusta, es generoso. Sin embargo le falta la sensibilidad para entender que no tengo ganas, que lo hago por compromiso. Decíselo, le planteo. Estás loca, responde, ya me tengo que aguantar la cara de borrego que pone cuando se me acerca para empezar, ese gesto que tiene, esa forma previsible de arrimarse, de tocarme, de intentar besarme cuando yo lo único que pienso es cuánto tiempo me voy a perder de dormir, cuántas horas quedan antes de que suene el despertador. No, Margarita, no, prefiero coger y ya. Bueno, hermana, vos sabrás. No, no sé. Ojalá supiera.
El vino nos empieza a poner más alegres y fantaseamos con hacer un viaje, con alquilar un departamento juntas. Qué hago con los chicos, me pregunta, no, responde ahí nomás, olvidate, además no estoy tan mal para irme.
Claro, Viviana, estamos hablando por hablar, vos tenés tus hijos. Ay, Margarita. Hay que tener hijos para saber que no nos bastan.