Читать книгу Mal de muchas - Marcela Alluz - Страница 35

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Hay noches que me despierta un sueño recurrente. Nacho cierra la puerta de aquella casa en la que vivíamos y se va. Le veo la espalda. La camisa a cuadros adentro del pantalón, las llaves en el cinto. Le grito que me abra, pero él no me escucha. Grito más fuerte, me levanto, corro y me prendo con las dos manos del picaporte, pero él no oye.

Así, con la voz ahogada me despierto. Qué alivio es cuando descubro que estoy en mi habitación. A veces me despierta mi madre, Qué soñarás, dice ella con sorna. Me doy vuelta en la oscuridad y empiezo a pensar en el terror atroz que me da quedarme encerrada. En las puertas que se cierran, en los pasadores que se corren. Vuelvo sobre los recuerdos, indago en la génesis de ese miedo infantil a las puertas con llave. Me voy hasta el tiempo en el que he vivido con ese hombre, con Nacho, a cuánto había naturalizado escenas terribles de violencia que me parecían normales. Porque hubo un tiempo en el que fui una mujer atormentada por encajar en los moldes y uno de esos moldes eran los ojos de Nacho. Yo quería ser buena, que me quisiera, darle muestras de mi amor de las maneras en que me habían enseñado a querer. Y a veces, a las mujeres se nos pidió olvidarnos de nosotras para pensar en el otro, en la pareja, en el marido. Abrí yo la puerta para irme de aquella casa. Con miedo, con miles de dudas, con el pánico ancestral del castigo divino.

No solo lo dejaba a Nacho cuando me iba. Dejaba un lugar que había decorado con mis manos, con mi intuición, con los colores que amaba. La inclinación de los rayos del sol sobre la cama, el cuadro que compramos juntos en el Paseo de las Artes, la olla de barro en la que cocinamos juntos y desnudos una noche de tormenta. Las sábanas bordadas con nuestras iniciales y los almohadones donde dormí creyendo que la única vida era esa. Me pesaba amargamente pensar en irme. Postergué miles de veces la ida. Me consolé con la idea de que el hombre perfecto no existe y de que bien podría vivir sin el amor atorándome las manos. Pero hubo noches en que me ardían las manos. En que lo escuchaba respirar, roncar, castañear los dientes y clavaba los ojos en el techo añorando estar en otro lado. Caminaba por la casa sintiéndome enjaulada. Un pájaro con alas cortas, pero pájaro al fin, golpeándose con los barrotes de una jaula bonita, con pasador desde afuera y las manos de Nacho cerrándola cada mañana.


Mal de muchas

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