Читать книгу Mal de muchas - Marcela Alluz - Страница 33

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Me cruzo al almacén que queda en la esquina de enfrente. En la vereda siempre hay sentado un grupo de tipos tomando algo, desde mate hasta vino. El Gallego, dueño del boliche, dos o tres vecinos y Lito, el hijo de Ester. Creo que hace cuarenta años que están sentados ahí. Me empezaron diciendo, Hola, nena y ahora se trancan entre decirme, Buen día, señorita, señora o Margarita. Desde que volví a vivir con mi madre, Lito se hace el galán. Lo único que me faltaba para completar el cuadro de desolación era tener de pretendiente a Lito. Es hijo único, debe tener cinco años más que yo, lo conozco desde que íbamos a la primaria. Está igual. Más alto. Pero la misma expresión, el mismo gesto de timidez, el pelo marrón clarito y los ojos como mirando lejos. Todos lo aprecian, pero ninguno lo conoce. No habla más que del tiempo y de fútbol. Fútbol de radio, porque no creo que en su vida haya pisado una cancha. A mí jamás me dirigió la palabra. De niños íbamos al mismo colegio. Yo pasaba por la casa de él porque me quedaba en el camino y sabía que Lito estaba detrás de la puerta, apenas yo cruzaba su vereda, salía y caminaba a diez pasos míos, atrás. Así toda la primaria y la secundaria. Era sumamente incómodo, pero prefería eso a tener que ser amable y soportarlo las cinco cuadras que nos separaban de la escuela. Nunca me dio pena, como me dieron muchos chicos solos, no, Lito me daba miedo. Varias veces la acompañé a mamá a la casa de Ester, porque era modista y en esa época los vestidos nos los hacía ella. Era una de las peores cosas que me podían pasar. La casa estaba llena de jaulas colgadas por todos lados, tristísimos pájaros gritando y piando encerrados. Cuando no podíamos escuchar lo que decíamos, Ester le decía, Lito, hacé callar esos bichos. Y Lito desenrollaba unas sábanas oscuras y les iba tapando las pajareras mientras se hacía un silencio de plumas y ojos abiertos en la penumbra.

Ese Lito, ese, es el hombre que mi madre me señala como posible novio. Si no fuera tan patético, me daría risa.


Mal de muchas

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