Читать книгу A tientas - Mariah Meneses Washington - Страница 13
Capítulo 10
ОглавлениеCLOE. EXCUSAS
Noche del 15 al 16 de junio de 2015
Irónicamente, me divertía y a la vez me torturaba pensar qué debía decirle primero a Dave, si «creo que he matado a tu mejor amigo» o «no voy a casarme contigo».
Quizá debía dejarle elegir qué quería oír primero. En aquel momento me sentí la peor persona del mundo.
Giré la llave de la puerta, Dave no había llegado aún. Tendría tiempo de pensar qué iba a ponerme para romperle el corazón a mi novio. Quizá podría encontrar una combinación de ropa que le ayudase a intuir algo y así no serían tan difíciles mis confesiones. ¿Qué se debe poner la gente cuando ha matado a un amigo de su novio? Un traje a rayas, quizá. Probablemente, lo mejor sería sentarse a hablar en el balcón con una botella de whisky, nada de salir fuera a cenar, cuanta menos gente hubiera, mejor. No me importa la gente, pero, si tenía que confesar un asesinato, mejor hacerlo en la intimidad.
Para preparar el ambiente arrastré el colchón de la habitación de invitados al balcón y lo cubrí con unas sábanas lilas y todos los cojines que encontré por la casa. Llevé una cubitera con mucho hielo (suponía que la conversación sería larga), tres botellas de whisky (quizá me rompiera una en la cabeza, mejor ponerlas a mi lado), dos vasos y velas.
Cuando me senté daba la sensación de que le iba a pedir matrimonio yo a él. La luna llena captó toda mi atención, encendí un cigarro, me serví un whisky de una botella barata que nos habían regalado una pareja de aquellas a las que no les gustaba cenar en mi casa porque creían que éramos demasiado excéntricos. Debo confesar que tenían razón en que nuestras cenas eran horribles, Dave cocinaba por afición y yo lo odiaba, pero el ambiente y la conversación en nuestras cenas eran de lo más interesante de la ciudad.
Me molestaba saborear aquel whisky barato o no tan bueno, pero pensé que sería mejor dejar el alcohol caro para las malas noticias. Abrí el portátil y apunté unas cuantas notas sobre mi novela que había grabado en el coche aquella mañana.
«Hoy he matado a un hombre» fue la primera grabación que escuché. Era curioso, lo grabé justo después de atropellar a Donnie y no me temblaba la voz. Lo escuché varias veces y decidí que así empezaría mi novela.
Cuando la inspiración aparece, puedo pasarme días escribiendo sin parar, después de haber estado meses sin escribir nada.
Eran las doce y media de la madrugada del día 16 y, aunque me inquietaba dónde estaría Dave, me obsesionaba dejar anotado todo lo que se me había ocurrido, por lo menos la estructura de los diez siguientes capítulos, antes de que la fuente de la creatividad se secase y la inspiración tardase en aparecer. No podía parar de crear.
Me detuve un momento pensando en que Dave no había acudido a nuestra cita. Una cita que él propuso. La cena en la que me iba a pedir matrimonio.
¿Dave me había dejado tirada en una noche especial y tan importante como para pedir cita en Le Bistro de Paris? ¡Pero si Dave llamaba a mi móvil hasta para decirme que iba a pedir comida italiana en lugar de china para cenar! Caminé deprisa hasta la cocina donde había dejado el móvil y por el camino recordé que lo había apagado para que nadie me molestara en el trabajo. Seguro que Dave había llamado unas cuantas veces. Quizá habíamos quedado en el restaurante y no en casa, en ese caso le habría dejado yo tirado a él, pero, ¿por qué no había vuelto a casa? ¿O había vuelto antes que yo y luego había ido al restaurante?
Mientras encendía el móvil busqué algún indicio que me ayudase a deducir si Dave había estado de nuevo en casa tras su salida por la mañana, quizá alguna nota nueva en el ordenador me ayudase a saberlo. Los ordenadores no daban demasiadas pistas, obviamente estaban encendidos, no los apagábamos nunca. Era difícil saber si había venido y, si lo había hecho y solo se había fumado un cigarro, no lo sabría nunca. No me suelo fijar antes de salir de casa en cuántas colillas hay en cada cenicero.
Pero, si lo había hecho y se había fumado un cigarro, seguro que se había bebido una cerveza. Además, recordaba que cuando me llamó a la oficina me dijo que había estado fumando marihuana con Donnie, y eso requiere beber y comer.
En la nevera encontré las mismas cervezas, nada había sido modificado, lo sabía porque en nuestra nevera tan solo había bebida, helado y pizzas. Algo inquietante almacenado en mi subconsciente intentaba alertarme de alguna cosa, pero el móvil se encendió y comenzaron a sonar mensajes. Intentaba ver un mensaje cuando llegaba otro, no podía acceder a ninguno mientras siguiera llenándose la bandeja de entrada.
Dejé el móvil sobre la cama y encendí un cigarro. Decidí tranquilizarme e inventar una excusa por mi falta a la cita con Dave en Le Bistro de Paris, mientras saboreaba aquella nicotina que me sabía increíblemente bien. Entonces lo supe, estaba borracha. Llevaba bebiendo whisky durante unas cuatro horas. ¡Joder, por eso era incapaz de controlar el móvil ni los mensajes! Y por eso el cigarro sabía tan bien, tardaba tanto en caminar por casa y las distancias se hacían tan lejanas. ¡Joder!, ya sé lo que quería decirme mi subconsciente, Dave me había mentido. Cuando me llamó al trabajo, me dijo que había estado con Donnie fumando marihuana, pero a Donnie acababa de atropellarlo yo. Quizá no le había pasado nada y se levantó y se fue con Dave a fumar maría. No lo creía, había muchísima sangre en mi coche, y no solo sangre. ¿Habría ido Donnie sin la mitad de cerebro a fumar maría con Dave? Supongo que la imagen me hizo gracia y no podía parar de reírme. Lo que le faltaba a Donnie además de ser carente de personalidad, menos neuronas. Algo que no pude oír con claridad resonó en la escalera de incendios.
Con la risa descontrolada de la mezcla de alcohol y paranoias, miré el móvil. ¡Joder! ¡Joder, cincuenta llamadas perdidas! Veinte de los padres de Dave, quince de mi madre, otros números de teléfono que no conozco, privados, gente de la oficina y los bohemios de los jueves. Ninguna llamada de Dave. ¡Joder, joder, joder! Sí que había venido Dave a casa, había una caja que se movía en la puerta del comedor. Algún animal lloraba dentro de la cajita.
Por suerte, mi vida ha sido caótica desde la adolescencia, así que ya estaba acostumbrada a los giros inesperados. Fui por orden. Primero, whisky, que me ayudaría a pasar el mal trago de llamar a Dave, que suponía que estaría cabreado. Segundo, otro cigarro y, tercero, abrir al pobre animal que habitaba en la caja. Nota mental: a los animales no les gusta que les entre humo por los agujeros de la caja donde viven.
Al abrirlo me quedé sorprendida, ¿quién coño habría enviado aquella caja? Era un gato. Yo odio a los gatos y soy alérgica a ellos. Dave me dijo que tenía una sorpresa en casa. Qué hijo de puta, ¡pero si a él le gustan los perros!
El gato venía a mí brincando alegremente, pero no lo podía tocar. Quizá, si lo tocaba con suavidad por encima, no me daría alergia. Lo observé unos segundos, él se paró ante mí mirándome con la cabecita torcida. Era un gato blanco muy pequeño, con una mancha negra alrededor del ojo derecho. La verdad es que era precioso.
Le traje algo de leche fría en una salsera, pero no confiaba en mí. Le acerqué un poco la salsera. Continuaba desconfiando. Me senté en el suelo y me encendí otro cigarro. Mientras el gatito se acercaba con sigilo a la leche, decidí fingir no verle y me escondí tras la puerta. Él comenzó a beber y a relamerse. El gato era tan pequeño que la salsera parecía una bañerita.
Me senté a su lado y él me rozó la mano de un modo cariñoso. Al sentir el calor de mi cuerpo se quedó inmóvil, disfrutando de esa sensación.
Pero no nos despistemos, ¿cuál era la cuarta cosa que debía hacer? Ah, sí, llamar a Dave. Lo hice, pero tenía el móvil apagado.
Así que volví al principio de la lista. Primero, whisky. Quinto, llamar a los padres de Dave, a ver qué coño querían. ¡Joder, no podía! Estaba borrachísima, notarían algo en mi voz, o la incoherencia que... ¡Mierda, me estaban llamando ellos!
Descolgué el teléfono sonriendo mientras miraba al gato meter la cabeza en mi bolso.
—¿Sí?
—Hola, Cloe, cariño, soy Mallory.
—Hola, Mallory, gracias por el gatito.
—¿Qué gatito? Cloe, ¿has hablado con tu madre?
—No, qué pesada. Lleva llamándome toda la tarde por algo de unos hilos. ¿Por qué? ¿Quieres decirle algo?
—Entonces, ¿no sabes nada aún?
—Nada, nada…, lo que se dice nada... ¿Nada de qué?
—Nada de Dave.
—No, el hijo de pu… Ay, perdona, Mallory, que eres su madre. Bueno, el cabrón me regala un gato, me dice que cenemos y me deja tirada con tres botellas de whisky. ¿Sabes? Creo que ahora no me va a dar tanta pena decirle que no a lo del anillo.
—Cloe, ¿estás borracha? Dave ha muerto. Lo encontraron este mediodía en Central Park con una gran herida en el estómago, dicen que es una herida de katana. Estamos todos en el tanatorio. Te hemos llamado a todas horas.
—¿Qué?
No podía pensar con claridad.
—Espera, se pone tu madre.
—No. Voy para allí. ¡Dios mío, Dave!
—Cloe, ¡ven inmediatamente! Te llevamos llamando todo el día al fijo, que no da señal, y al móvil. Haz el favor de venir corriendo, los padres de Dave estaban preguntándose dónde estarías mientras su hijo yace muerto en el tanatorio. ¡Y la policía te está buscando para hacerte unas preguntas! ¡Y no se te ocurra venir vestida como nadie que no sea una viuda decente y dolida!
—Sí. Ya voy, mamá.
Los gritos de mi madre y la noticia me habían colapsado. Sin saber por qué fui a la nevera y abrí el helado de macadamia, el anillo no estaba. Seguí el cable del teléfono, Dave lo había desconectado para enchufarlo a un router que pudiera darnos una IP aleatoria. Joder, a saber qué había estado haciendo en la red para que lo matara un japonés. ¿La mafia? Me dejé una nota en el espejo de la entrada, con el primer rotulador permanente que encontré al lado del ordenador: «Buscar en las cosas de Dave cuando vuelva».
Llamaban insistentemente a la puerta mientras yo me vestía e intentaba pensar en Dave muerto. Salí a medio vestir, pensando que sería mi madre con un taxi esperando en la puerta, pero era el señor Athelmann con una caja en la mano.
—Señora Hanigan.
—Señorita Di Marco. O Cloe, como prefiera.
—Cloe, me temo que ha habido un lamentable error, siento molestarla a estas horas, pero la vecina de abajo me dijo que paseaba por las noches con tacones en casa y supuse que estaría despierta. La razón de mi visita es que la caja que les dejé aquí era para los vecinos de abajo, para usted dejaron esta. Me confundí hablando con su novio sobre un problema que tengo con el ordenador de casa, que va muy lento, y les dejé la caja equivocada. Lo lamento.
—¡Mi novio ha…!
—Sí, Dave. Ah, perdón, ¿ha cambiado de novio ya?
—No. Bueno, sí. No.
—¿Se encuentra bien? ¿La pillo en mal momento? No sé si se habrá fijado, pero está usted en ropa interior.
—¡Es que no tengo ningún vestido negro de viuda decente!
—¿Disculpe? Espero que no sea grave. Si me permite, voy a llevarme la otra caja y a dejarle esta.
—Sí, pase. Pero ya la he abierto.
—No importa, la volveré a cerrar en la portería.
—¡Ah, claro! Mire, señor Athelmann, esta era la caja que nos llegó, no sé por qué estaba llena de agujeros, porque lo que había dentro era… esto.
—¿Un candelabro usado?
—Exacto, un candelabro usado. Ya no hacen regalos como antes. Gracias, señor Athelmann, y buenas noches.
Mentí. Y no me sentí culpable, no quería deshacerme del gatito, me encontraba sola. Me senté en el suelo y bebí grandes tragos de la segunda botella de whisky, la de marca buena, por ser una importante pésima noticia.
El gatito se subió a mi regazo buscando mi mano. Como mi creatividad era nula en aquel momento, le llamé Johnny Walker, por la botella vacía que había en el suelo.
Me levanté del suelo dejando el whisky y el gato sobre el sofá. Tenía curiosidad por ver qué contenía la caja que era para nosotros. Estaba llena de marihuana, la enviaba un tío que le debía dinero a Dave y no le podía pagar en metálico. Con el narguile fumé más hierba que en el campus de la universidad una mañana de viernes, necesitaba tranquilizarme y pensar.
Pero lo único que constaté era que las drogas no son buenas para entender cosas que no se comprenden sobria. La necesidad de evasión estaba satisfecha, pero continuaba perdida, confusa y comencé a llorar desconsoladamente.
Uno siempre se pregunta cómo recibirá una noticia demoledora, mi padre dice que la forma de encajar ese tipo de noticias dice mucho del carácter de una persona. Yo debía ser la persona más débil del mundo, porque no hacía nada más que idioteces.
No pude actuar hasta varios minutos después, cuando bajé a la planta inferior de mi edificio a pedirle un favor a mi vecina Stephanie. No me di cuenta de que bajaba en ropa interior y unos carísimos zapatos Gucci aún con la etiqueta colgando. Pensé que algo caro quedaría bien para ir al tanatorio.
Sabía que tanta preocupación no era tan solo por la conversación telefónica con mi madre, estaba retrasando el momento de enfrentarme a la realidad.
Stephanie abrió la puerta en pijama, despeinada y medio dormida.
—¡Cloe! ¡Es muy tarde! ¿Qué ocurre? ¡Estás desnuda! ¿Estás bien?
—Un poco fumada, borracha y triste. Necesito un vestido negro de esos aburridos que llevas tú. Joder, mi madre no para de llamarme al móvil.
—¿Estás bien, Cloe, cariño?
—No, no estoy nada bien. Han matado a Dave, un japonés que tenía un gato, al animal me lo he quedado yo, pero necesito un vestido negro para Dave. Si no, mi madre me lo reprochará durante años.
Y tras esta retahíla de palabras sin coherencia me desmayé en los brazos de mi vecina.