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Stendhal

El aria del arroz

En Venecia, Rossini había hecho para la llegada de Tancredi una gran aria que la Malanotte no quiso; y como esta excelente cantante estaba entonces en la flor de la belleza, del talento y de los caprichos, no le declaró su antipatía por esta aria más que en la velada previa a la primera representación.

¡Imaginen la desesperación del maestro! Estas son las cosas que hacen volver loco a esta edad y en esta posición; ¡dichosa edad en la que uno se vuelve loco! “Si después de la escapada de mi última ópera, se decía Rossini, silban la entrada de Tancredi, toda la ópera va a terra.”

El pobre joven vuelve pensativo a su pequeña posada. Se le ocurre una idea; escribe algunas líneas, es el famoso

Tu che accendi

el aria que tal vez nunca ha sido más cantada y en los lugares más diversos del mundo. En Venecia se cuenta que la primera idea de esta cantilena deliciosa, que expresa tan bien la felicidad de volver a encontrarse después de una larga ausencia, está tomada de una letanía griega; Rossini la había escuchado cantar algunos días antes en vísperas, en la iglesia de una de las pequeñas islas de las lagunas de Venecia. Los griegos han llevado el aire de felicidad de la Mitología, incluso a la religión terrible de los cristianos.

En Venecia esta aria se llama el aria dei risi. Confieso que es un nombre bastante vulgar, y me siento bastante incómodo para contar la pequeña anécdota más gastronómica que poética que le valió. Aria dei risi, hay que confesarlo, quiere decir aria del arroz. En Lombardía, todas las comidas, la del absoluto gran señor como la del más pequeño maestro, comienzan invariablemente con un plato de arroz; y como les gusta el arroz muy poco cocido, cuatro minutos antes de servirse, el cocinero siempre hace esta importante pregunta: bisogna mettere i risi? Como Rossini volvía a su casa desesperado, la camarera le hizo la pregunta de rigor; pusieron el arroz al fuego, y antes de que estuviera listo, Rossini había terminado el aria.

Vida de Rossini (1823)

Stendhal (1783-1842). Seudónimo del escritor francés Henri Beyle, que se inició en Italia en la carrera militar y fue cónsul en Trieste. Acusado de espíritu paradojal, fue hijo de la era napoleónica y amante de la cultura italiana. Escribió narraciones de viajes, libros de crítica de arte y novelas, entre ellas La cartuja de Parma y la célebre Rojo y negro.

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