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Francisco de Quevedo

Para todos hay

Fuimos allá; comían los amos primero, y servíamos los criados. El refitorio era un aposento como un medio celemín; sentábanse a una mesa hasta cinco caballeros. Yo miré primero por los gatos; y como no los vi, pregunté que cómo no los había a otro criado antiguo, el cual, de flaco, estaba ya con la marca del pupilaje. Comenzó a enternecerse, y dijo: “¿Cómo gatos? ¿Quién os ha dicho a vos que los gatos son amigos de ayunos y penitencias? En lo gordo se os echa de ver que sois nuevo”. Yo, con esto, comencéme a afligir; y más me afligí cuando advertí que todos los que vivían en el pupilaje de antes estaban como leznas, con unas caras que parecía se afeitaban con diaquilón. Sentóse el licenciado Cabra; echó la bendición; comieron una comida eterna, sin principio ni fin; trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer en una de ellas peligrara Narciso más que en la fuente. Noté la ansia con que los macilentos dedos se echaron a nado tras un garbanzo huérfano y solo que estaba en el suelo. Decía Cabra a cada sorbo: “Cierto que no hay cosa como la olla, digan lo que dijeren; todo lo demás es vicio y gula”. Y acabando de decirlo, echóse su escudilla a pechos, diciendo: “Todo esto es salud y otro tanto ingenio”. “¡Mal ingenio te acabe!”, decía yo entre mí, cuando veo un mozo medio espíritu, tan flaco, con un plato de carne en las manos, que parecía la había quitado de sí mismo. Venía un nabo aventurero a vuelta; dijo el maestro: “¿Nabos hay? No hay perdiz para mí que se le iguale; coman, que me huelgo de verlos comer”. Repartió a cada uno tan poco carnero, que entre lo que se les pegó a las uñas y se les quedó entre los dientes, pienso que se les consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes. Cabra los miraba, y decía: “Coman, que mozos son, y me huelgo de ver sus buenas ganas”. Mire V.M. qué aliño para los que bostezaban de hambre.

Acabaron todos, y quedaron unos mendrugos en la mesa, y en el plato dos pellejos y unos huesos; y dijo el pupilero: “Quede esto para los criados, que también han de comer, no lo queremos todo”. “¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado”, decía yo, “que tal amenaza has hecho a mis tripas!” Echó la bendición, y dijo: “Ea, demos lugar a los criados, y váyanse hasta las dos a hacer un poco de ejercicio, porque no les haga mal lo que han comido”. Entonces yo no pude tener la risa, abriendo toda la boca. Enojóse mucho, y díjome que aprendiese modestia, y tres o cuatro sentencias viejas; y fuése.

Sentámonos nosotros. Yo, que vi el negocio mal parado, y que mis tripas pedían justicia, como más sano y más fuerte que los otros, arremetí al plato, como arremetieron todos, y emboquéme, de tres mendrugos, los dos y el un pellejo. Comenzaron los otros a gritar; al ruido entró Cabra diciendo: “Coman como hermanos; y pues Dios les da con qué, no riñan, que para todos hay”.

Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños (1626)

Francisco de Quevedo (1580-1645). Poeta, satírico, gran prosista español del Siglo de Oro, es considerado uno de los mayores estilistas de todos los tiempos de la lengua castellana. Combinó la política de la vida de corte con las letras. Nunca reconoció su Vida del Buscón, novela picaresca aquí citada, por temor a las represalias de la Inquisición.

Escritos sobre la mesa

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