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Hacer frente a las emociones negativas

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En el siglo terapéutico que acabamos de terminar, el trabajo del terapeuta consistió en reducir al mínimo la emoción negativa: administrar drogas o intervenciones psicológicas que ayudaran a los pacientes a sentirse menos ansiosos, enojados o deprimidos. En la actualidad, también, el trabajo del curador consiste en reducir al mínimo la ansiedad, la ira y la tristeza. Padres y maestros han asumido esta misma labor y esto me preocupa porque existe otra aproximación más realista a estas disforias: aprender a funcionar bien aunque uno se sienta triste, angustiado o enojado, en otras palabras, aprender a hacerles frente.17

Mi postura tiene su origen en el descubrimiento de investigación más importante (y en términos políticos, el menos deseable) en el campo de la personalidad en el último cuarto del siglo XX. Este descubrimiento fundamental desilusionó a toda una generación de investigadores ambientalistas (yo incluido), pero es verdad que la mayoría de los rasgos de la personalidad son hereditarios, lo que quiere decir que es posible que una persona haya heredado genéticamente una fuerte predisposición a la tristeza, a la angustia o a la religiosidad. A menudo, pero no siempre, las disforias son producto de estos rasgos de personalidad.18 Los sólidos apuntalamientos biológicos predisponen a algunos de nosotros a la tristeza, ansiedad e ira. Los terapeutas pueden modificar estas emociones, pero sólo hasta cierto punto. Es probable que la depresión, la ansiedad y la ira provengan de rasgos de personalidad heredados que sólo pueden atenuarse, pero no eliminarse por completo. Esto significa que, como pesimista nato, aun cuando conozco y uso todos los trucos terapéuticos que hay en los libros para refutar con argumentos lógicos mis pensamientos catastróficos automáticos, todavía oigo con frecuencia las voces que me dicen que soy un fracaso y que no vale la pena vivir. Por lo general, puedo bajar el volumen de estas voces y discutir con ellas, pero siempre estarán ahí, acechando en el fondo, listas para aprovecharse de cualquier revés.

¿Qué puede hacer un terapeuta si la herencia de la disforia es una de las causas de la barrera de 65 por ciento? Por extraño que parezca, los terapeutas pueden aprovechar la información de los métodos de adiestramiento militar de los francotiradores y los pilotos de combate. (Por cierto, no estoy abogando por los francotiradores; sólo quiero describir cómo se lleva a cabo su adiestramiento.) Un francotirador puede necesitar aproximadamente veinticuatro horas para llegar a su posición. Y luego tal vez pasen otras treinta y seis horas para hacer el disparo. Esto significa que los francotiradores no duermen dos días antes de disparar. Están completamente exhaustos. Ahora, supongamos que el ejército acudiera a una psicoterapeuta y le preguntara cómo entrenar a un francotirador. El terapeuta usaría drogas para mantenerlo despierto (Provigil es una muy buena) o realizaría una intervención psicológica que aliviara la somnolencia (una banda elástica en la muñeca que lo hiciera recobrar el estado de alerta temporalmente es una buena técnica).

No obstante, no es así como se entrenan los francotiradores. En cambio, se mantienen despiertos tres días y practican el tiro al blanco cuando están muy cansados. Es decir, a los francotiradores se les enseña a hacer frente al estado negativo en el que se encuentran, esto es, a funcionar bien incluso en presencia de fatiga extrema. Del mismo modo, los pilotos de combate son seleccionados entre hombres rudos que no se asustan con facilidad. Sin embargo, muchas cosas ocurren a los pilotos de combate que dejan muerto de miedo incluso al más rudo de ellos. Una vez más, los instructores de vuelo no llaman a los terapeutas para que les enseñen a los candidatos trucos de reducción de la ansiedad (que hay muchas) que les ayuden a llegar a ser pilotos de combate tranquilos. En cambio, el instructor pone el avión en picada hasta que el aprendiz está aterrorizado y entonces, en ese estado de terror, aprende a levantar el avión.

Las emociones negativas y los rasgos de personalidad negativos tienen límites biológicos claramente definidos, y lo mejor que un terapeuta clínico puede hacer con la estrategia cosmética es conseguir que los pacientes vivan en la mejor parte de su rango establecido de depresión, ansiedad o ira. Pensemos en Abraham Lincoln19 y Winston Churchill,20 dos depresivos profundos. Ambos eran seres humanos que funcionaban extraordinariamente bien e hicieron frente a sus “demonios” y sus pensamientos suicidas. (Lincoln estuvo a punto de suicidarse en enero de 1841.)21 Los dos aprendieron a funcionar sumamente bien a pesar de que estaban muy deprimidos. Por consiguiente, algo que la psicología clínica necesita desarrollar en vista de la obstinación hereditaria de las patologías humanas es una psicología para “hacerles frente”. Necesitamos decirle a nuestro paciente: “Mire, la verdad es que muchos días, sin importar el éxito que tengamos en la terapia, se despertará sintiéndose triste y pensando que la vida no tiene remedio. Su tarea consiste no sólo en combatir esos pensamientos, sino también en vivir con heroísmo: funcionar bien a pesar de que se sienta muy triste”.

Florecer

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