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Psicología aplicada frente a psicología básica:
problemas frente a rompecabezas

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Cuando la alta dirección de la Universidad de Pennsylvania se debatía en 2004 entre ofrecer o no un nuevo posgrado para capitalizar la demanda del público de psicología positiva, el decano de ciencias naturales comentó, con un dejo de veneno: “Asegurémonos de ponerle una A. A final de cuentas, el departamento de psicología es el que hace ciencia pura y no queremos que la gente se confunda, ¿no es cierto?”.

–¿Lo aceptará el profesor Seligman? —inquirió el decano de ciencias sociales—. Es un poco insultante. Una A de “aplicada”,22 ¿una maestría en psicología positiva aplicada?

Lejos de sentirme insultado, acepté con agrado la A. A pesar de que la Universidad de Pennsylvania fue fundada por Benjamin Franklin para enseñar tanto lo “aplicado” como lo “ornamental”,23 con lo que en realidad se refería a “sin utilidad en la actualidad”, lo ornamental terminó por imponerse y he trabajado durante cuatro décadas como el rebelde “aplicado” en un departamento casi meramente ornamental. El acondicionamiento pavloviano, la visión en color, el escudriñamiento mental en serie o en paralelo, los modelos matemáticos del laberinto de aprendizaje en T que se utiliza con ratas, la ilusión lunar, ésas son las empresas de prestigio en mi departamento. La investigación del mundo real tiene un olor ligeramente fétido en las altas esferas de la psicología académica, un olor que flotó en el aire mientras los decanos debatían la creación de un nuevo curso de posgrado.

Mi intención original cuando decidí estudiar psicología fue aliviar el sufrimiento humano y aumentar el bienestar de mis congéneres. Pensé que estaba bien preparado para hacerlo, pero en realidad me maleduqué para esta tarea. Necesité décadas para recuperarme y para librarme de resolver rompecabezas para empezar a resolver problemas reales, como explico a continuación. De hecho, ésta es la historia de todo mi desarrollo intelectual y profesional.

Mi mala educación fue instructiva. Fui a Princeton a principios de la década de 1960 con la viva esperanza de cambiar el mundo. Me emboscaron de una manera tan sutil que ni siquiera me di cuenta de que estuve emboscado casi veinte años. La psicología me atraía, pero la investigación en ese departamento me parecía prosaica: estudios de laboratorio con estudiantes de segundo año de licenciatura y ratas blancas. Los peces gordos de talla mundial en Princeton estaban en el departamento de filosofía. Por ese motivo estudié filosofía y, al igual que muchos jóvenes brillantes, me sedujo el fantasma de Ludwig Wittgenstein.

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