Читать книгу Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973 - Michael Ramminger - Страница 8
1.1. La Iglesia chilena: separación de la Iglesia y el Estado
ОглавлениеA comienzos del siglo pasado en Europa la secularización había llevado a la Iglesia Católica a un integrismo y antimodernismo masivo, por un lado, y al desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, por otro. Dos intereses estaban detrás de ello: primero la consolidación y el fortalecimiento de la Iglesia Católica desde adentro, y segundo el mantenimiento del poder social hacia fuera, frente a la secularización y al nacimiento del movimiento obrero. El desarrollo eclesiástico fue semejante al europeo en algunos países de América Latina como el Uruguay, Brasil, de alguna manera México o también Chile. La separación de Iglesia y Estado consumada en 1925 traía consigo para la Iglesia Católica una considerable pérdida de poder, situándose como la última y lógica consecuencia institucional de la lucha por la independencia del poder colonial español (1810-1820) y de la Ilustración liberal-burguesa que había acompañado el nacimiento del nuevo Estado. Esta pérdida de poder ponía a la Iglesia ante nuevos desafíos. La reacción de la Iglesia ante ello tiene que ver mucho más con la necesaria reestructuración y el mantenimiento del poder social, que con el «el bien del pueblo»1 relevado por una historiadora alemana. Después de haber roto, al menos formalmente, con la alianza poco santa entre el trono y el altar, la Iglesia debía desarrollar por primera vez en su historia una estrategia propia para anclarse socialmente, pues hasta el momento había estado claramente ligada a la oligarquía y se hacía presente sobre todo en la zona central2. En 1960, con 7,2 millones de habitantes, había sólo 549 parroquias, concentradas mayoritariamente en las ciudades y con pocos sacerdotes en los barrios pobres3. Pero la Iglesia no se sentía afectada institucionalmente sólo por la separación del Estado, sino también en lo social por el nacimiento de Partido Socialista de Chile –hecho inquietante para ella desde su perspectiva– cuyo candidato presidencial ganó en 1932 un considerable 18% de los votos. En ese tiempo ya estaba sindicalizado un 5% de los trabajadores. La reacción de la Iglesia chilena ante el surgimiento del movimiento obrero socialista y comunista fue semejante a la europea: por el lado ideológico, con la doctrina social católica (cristianismo social) y ante la Ilustración burguesa, con el antimodernismo. En la práctica promovía la formación de intelectuales católicos (laicos, por primera vez en la historia de la Iglesia), por ejemplo con la Acción Católica y la inversión en colegios propios, con el objetivo de fortalecer o mantener su posición de poder y contrarrestar la laicización anticatólica de los países.
Este es el contexto histórico ambivalente y contradictorio del origen de muchas organizaciones e instituciones de la Iglesia Católica en la primera mitad del siglo pasado de las que se esperaba la conformación de grupos de intelectuales católicos. Andrea Botto4 escribe sobre el punto que en ese tiempo se crearon, por ejemplo, las Semanas Sociales (encuentros de intelectuales católicos, empresarios y obreros), los Círculos de Estudio, donde se trataba de darle una sólida formación a una «élite dirigente». En ese tiempo se funda también la ANEC (Asociación Nacional de Estudiantes Católicos) –pensada explícitamente como antagonista de la FECh (Federación de Estudiantes de Chile)– y la Acción Católica5. En 1943 se fundó la JOC (Juventud Obrera Católica) con el apoyo del cardenal José María Caro. En la Universidad Católica de Santiago se agregaron seis nuevas Facultades entre 1920 y 1953 (Arquitectura, Economía, Filosofía, Pedagogía, Medicina, Ingeniería y Teología) y cuatro escuelas (Servicio Social, Enfermería, Ciencias Biológicas y Artes Plásticas), además del Club Deportivo y el Hospital.
Totalmente al revés de como se podía pensar, el mantenimiento del poder de la Iglesia (como aparato espiritual clerical y jerárquico) y la guarda de las relaciones sociales (en particular el vínculo con el Partido Conservador) debía llevar a que por primera vez el catolicismo (parte del clero y los laicos) se ocupara seriamente de las situaciones sociales del país. Es verdad que ello concordaba de alguna manera con la doctrina social católica sobre una cierta nivelación social. Algunas de las consecuencias de este proceso fueron totalmente opuestas a los intereses del mantenimiento del poder y de la vuelta al catolicismo tradicional6. Uno de los iniciadores de la Semanas Sociales fue, por ejemplo, el jesuita Fernando Vives Solar, que influyó entre otros en Alberto Hurtado y Manuel Larraín, uno de los obispos más avanzados del Vaticano II y primer firmante del así llamado «Pacto de las Catacumbas». Entre los discípulos de Vives Solar estaba también Clotario Blest, fundador en 1953 de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores de Chile) y en 1965 del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). El sacerdote obrero y miembro del MIR Rafael Maroto perteneció también a esta generación: nació en 1913. De la misma generación era también el cardenal Fresno, quien suspendió del ejercicio del sacerdocio a Maroto en 1984, su antiguo colega seminarista.
En estos ejemplos se ve claro que a comienzos del siglo pasado una sucesión de hechos llevó a que se desarrollaran –como por una astucia de la historia– diferentes corrientes de un catolicismo que influyeron sucesivamente en que se dividiera el Partido Conservador, se fundara la Falange y luego el Partido Demócrata Cristiano y este se volviera a dividir en la coyuntura política de la Unidad Popular. Como lo escribe el teólogo de la liberación Alberto Moreira, una parte del catolicismo se politizó en la medida en que la realidad social penetró intelectualmente hasta llegar a criticar a la jerarquía católica y al cristianismo social. Lo mismo sucedió en otros países latinoamericanos como Brasil7 y fue una de las condiciones previas del comienzo de la teología de la liberación y, en Chile, de la formación de los CPS, como se lo puede comprobar en muchas de las biografías de sus miembros. Ya desde los años 1950 y más aún en los 60 se va desarrollando una corriente de izquierda en el cristianismo, contraria a la restauración conservadora de la Iglesia, que cuestiona el papel central que ha jugado hasta ahora la Iglesia como parte de la élite dominante en los países latinoamericanos profundamente marcados ideológicamente por el catolicismo.