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Riesgos

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La historia nos cuenta que desde los orígenes de la humanidad los virus han atacado a las poblaciones causando grandes estragos. Ello demuestra que la naturaleza ya era peligrosa para el hombre incluso antes del cambio climático.

Probablemente el mayor error en esta crisis ha sido subestimar el potencial destructor de la naturaleza. Desde hace años se ha puesto el foco de atención en cómo el hombre contribuye al deterioro del planeta y en su rol como creador del riesgo. Sin embargo, se ha olvidado que la propia naturaleza es un peligro para el hombre, y que está en nuestra inteligencia la capacidad para encontrar los remedios contra esos peligros naturales.

Muchas han sido las epidemias a las que hemos sobrevivido. Tucídides (c.460-c.395 a.C.) nos cuenta una de ellas en la Historia de la Guerra del Peloponeso. Cuando los Peloponesios invadieron el Ática comenzó a propagarse entre los atenienses una epidemia que provenía de otros lugares, que fue tan grande, que acabó aniquilando a muchos hombres. Pericles murió a causa de aquella epidemia, y Atenas perdió su hegemonía política y económica. Salud, política y economía fueron de la mano entonces.

Aún no sabemos cómo nos acabará afectando el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) que ha provocado la enfermedad denominada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) con el acrónimo COVID-19 (coronavirus disease 2019). Pero tendrá un gran impacto en términos sanitarios, políticos, sociales y económicos, dependiendo de la intensidad y duración de la pandemia, pues las enfermedades globales, graves y prolongadas siempre han sido transformadoras y han cambiado el curso de la historia. Las epidemias nos ponen frente a la realidad de la muerte, cuestionan la eficacia y la honradez de los gobernantes, reordenan forzosamente nuestras prioridades y muestran las virtudes y las miserias del ser humano.

La peste negra, la viruela y el sarampión han matado a millones de personas. La gripe de 1918, conocida impropiamente como gripe española -porque no surgió en España-, se propagó durante el final de la Primera Guerra Mundial, y terminó al menos con la vida de 50 millones de personas1. Por desgracia, el mundo sigue padeciendo enfermedades infecciosas potencialmente epidémicas como el ébola, el zika, el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV), el síndrome respiratorio agudo severo (SARS-CoV-1) y otras muchas enfermedades, y el riesgo de nuevas pandemias es real.

Algunas de esas enfermedades pueden extenderse de forma rápida y violenta causando daños catastróficos inimaginables. En el Informe anual sobre preparación mundial para emergencias sanitarias, publicado por la OMS en septiembre de 2019, se advierte de que los países deben prepararse para lo peor, pues corren grave peligro de padecer epidemias o pandemias de alcance regional o mundial y de consecuencias devastadoras, no solo en términos de pérdida de vidas humanas, sino de desestabilización económica y caos social2. En ese informe se describe lo que puede considerarse el peor escenario posible para el cual deberíamos haber estado mejor preparados dadas las alertas tempranas que existían. A la vista de esas alertas algunos países se adelantaron incluso a la declaración de la pandemia por parte de la OMS, y tomaron medidas de contención del nuevo coronavirus como la suspensión de eventos, el control y cierre de fronteras y el confinamiento3, y otros lo hicieron más tarde. La detección y la reacción temprana para controlar una pandemia es vital, por lo que cuando falla la evaluación científica y la gestión política de los riesgos las consecuencias son terribles.

Recordaré simplemente, de acuerdo con la información proporcionada por la OMS, que el 31 de diciembre de 2019, la Comisión Municipal de Salud de Wuhan (provincia de Hubei, China) notificó un conglomerado de casos de neumonía en la ciudad; el 10 de enero de 2020 la OMS publicó unas orientaciones técnicas con recomendaciones para todos los países; el 30 de enero de 2020 el Director General de la OMS declaró que el brote por el nuevo coronavirus constituía una emergencia sanitaria de importancia internacional conforme al Reglamento Sanitario Internacional de 2005; y, el 11 de marzo de 2020, la OMS, profundamente preocupada por los alarmantes niveles de propagación de la enfermedad y por su gravedad, y por los niveles igualmente alarmantes de inacción, determinó que la COVID-19 era una pandemia4. En la evaluación rápida del riesgo de 2 de marzo de 2020 del European Centre for Disease Prevention and Control se indicó que el riesgo asociado a la COVID-19 para las personas de la Unión Europea era de moderado a alto, que el virus se extendía rápidamente y que podía tener un enorme impacto en la salud pública; asimismo, en dicha evaluación se advirtió de que las pruebas disponibles sugerían que las intervenciones no farmacéuticas reducían la transmisión y que era de enorme importancia que las medidas apropiadas y proporcionadas para cada fase de la epidemia se adoptaran inmediatamente para interrumpir la cadena de transmisión humano-humano, prevenir la expansión, reducir la intensidad de la epidemia y frenar el incremento de casos5.

Dado lo que estaba sucediendo en China y en Italia, donde se había extendido previamente el contagio por el virus, y los datos que ya eran o debían ser conocidos por las autoridades sanitarias6, es obvio que, en España, como en otros países, debió actuarse antes para reducir el impacto de la primera ola del coronavirus. Sin embargo, como ha señalado Richard Horton, editor de la prestigiosa revista médica The Lancet, los líderes políticos de gran parte de Europa y América del Norte subestimaron el peligro, a pesar de todas las pruebas que apuntaban al daño devastador de las recientes epidemias infecciosas, porque este riesgo no estaba en su horizonte de posibilidades7.

Aun estamos viviendo la pandemia del coronavirus, y puede que solo estemos al principio. No sabemos cuándo ni cómo concluirá. Y tenemos que pensar cómo ir saliendo de esta situación en la que existen riesgos de rebrotes y de nuevas olas y cómo afrontar los riesgos de esta y de próximas pandemias. Las bacterias y los virus están ligados a la evolución de la naturaleza, nos acompañan desde el origen de la vida y tienen un potencial de daños catastróficos. Igualmente, pueden ser creados artificialmente, ya sea para su liberación intencionada como armas de destrucción masiva o para la investigación en laboratorios con el riesgo que su manejo supone para todos. Por ello, se requiere de una elevada dosis de irresponsabilidad para no tomarse en serio este problema y subestimar las amenazas.

Antes de la próxima pandemia

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