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ОглавлениеMIÉRCOLES, 23 DE MARZO DE 2022
Me llamo Lis de Fez. Soy la psicóloga más famosa de España y he matado a dos personas. Suena fuerte porque lo es.
Todo empezó cuando me manché las manos de sangre, ni antes ni después. La marcha atrás de un reloj se activó con un disparo. No me dan miedo las armas, pero sí quien las empuña. Nunca pensé en matar y arrebatarle la vida a un ser humano. Jamás pensé que fuera capaz de matar. Capaz de hacerlo. De pequeña, en la casa de campo, pisé sin querer un caracol. Estuve dos días llorando. No quería volver al jardín por si en un descuido volvía a ocurrir. Había sido un accidente y, aun así, me sentía culpable.
Esta vez fue queriendo y no a un caracol.
No, no estoy loca. No escuché voces que me invitaban a matar. No sufrí alucinaciones que me empujaron a hacerlo. Simplemente estaba en la cuerda floja. Mantener el equilibrio relaja la mente, pero yo mataba o caía al vacío más profundo. La funambulista no tenía opciones. Esta vez, el remordimiento de conciencia no ha aparecido. No aparecerá. Tampoco soy reticente a aceptar la verdad. Lo que ocurrió... ocurrió. Pero recuerdo al caracol y me envuelve una sensación de malestar horrible. Justo lo que no sucede cuando pienso en las personas que maté.
El problema es que nos convencemos de que no somos capaces de hacer demasiadas cosas. Nos imponemos límites morales y estos se derrumban cuando las circunstancias mutan, se transforman. La vida es esa fragilidad incontrolable. Estamos a merced del entorno cambiante. Somos esclavos de la vulnerabilidad. Somos los reyes de la mentira porque la mentira suele ser muy útil.
Hace dos años que no veo a mis padres, a mi hermano, a mi sobrina. A Lía la he visto en fotografías, en vídeos. La escucho en audios. Ya va al colegio de mayores, como dice ella. Con el resto de mi núcleo familiar apenas he hablado tres o cuatro veces por teléfono. Conversaciones cortas. Demasiados monosílabos. No tengo mucho que contarles, aunque ellos piensen lo contrario.
Son las doce del mediodía. Es miércoles, la mañana ha amanecido soleada pero algo fría. Estoy en Madrid. Me retiro la mascarilla un instante y respiro todo el aire que pueden albergar mis pulmones. Me han aislado del resto y no por el coronavirus, sino por seguridad. Me encuentro expectante. Nerviosa. Lo siento en la boca del estómago. Esa nunca miente. Envuelvo y aprieto algo que llevo en mi mano derecha. Me da fuerzas. Fijo la vista en el suelo marmóreo. Es un edificio bonito, grande, limpio. Muy transitado.
Aún falta una hora para que entre en la sala, pero mi cabeza ya se ha convertido en un hervidero de ideas saltarinas, de momentos fugaces, de recuerdos que me pegan mordiscos en el corazón. Estoy inquieta, pero, pase lo que pase, voy a entrar ahí y voy a hablar tan claro que voy a cegar a más de uno.
Hace mucho tiempo, le pregunté a una paciente en nuestro tercer encuentro:
—¿Por qué estás haciendo lo contrario de lo que harías?
—Para sobrevivir, Lis —me contestó.
Ahora lo entiendo todo.