Читать книгу Veintisiete noches - Natalia Zito - Страница 16
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ОглавлениеMuchos años antes, en los comienzos de los noventa, mientras manipulaba el cerebro de un cadáver, Orlando Narvaja, en sus años de estudiante de la Universidad de Buenos Aires, reflexionó:
—Pensar que este kilo y medio de carne gelatinosa alguna vez fue la sede de esperanzas, amores, odios, envidias y frustraciones de alguien.
La inclinación por la neurología lo había conducido, pocos años después, todavía antes de recibirse, a la prestigiosa Fundación CIEN, Centro de Investigación de Enfermedades Neurológicas.
“Lo conocí en un congreso que hubo en Mendoza y me impresionó su determinación, ya que me persiguió todo el día para que lo invitara a trabajar con nosotros. Además, mientras realizaba su entrenamiento, demostró una enorme capacidad de trabajo.” Eso había dicho Sebastián Silverstein, reconocido neurólogo, número dos en la Fundación CIEN, en una nota de Doris Muller para el diario La Nación.
El mismo Silverstein que en 2018, ante el pedido de entrevista para este libro, respondería desde Perth, Australia, donde viviría durante quince años, que preferiría no hablar de Narvaja.
Durante los noventa, junto con la transformación de CIEN en un centro también asistencial y no solo de diagnóstico, Narvaja había formado parte de la primera camada de residentes que en 1997 obtuvieron su título de especialistas en neurología. Convertirse en residente fue un hecho casi natural después de los años de estudiante ávido de experiencia, recorriendo pasillos, consultorios y ateneos. Todos lo conocían. Narvaja se destacaba por su ambición de progresar, su capacidad de trabajo y también por su modo amiguero de involucrarse con sus compañeros y armar partidos de fútbol. Si no hubiera sido médico, Narvaja habría sido futbolista. Su padre, también médico, había pensado en llevarlo a algún club para que probara suerte. Orlando siempre fue hábil en la cancha. Muy buen jugador, dicen los que recuerdan los miércoles de fútbol a la vuelta de CIEN, con un defecto imperdonable: “Era un gran morfón”.
Cuando terminó la residencia, Orlando Narvaja contaba con más de cinco años de trabajo entre grandes maestros y con el difícil cariño de Rodolfo Bett, neurólogo, número uno en CIEN, mentor de la fundación desde 1978, responsable del posicionamiento en Latinoamérica entre las clínicas más prestigiosas de la especialidad. Bett era el director general de CIEN y lo quería como el hijo varón que no había tenido. Orlando Narvaja era el elegido. Dicen que buena parte de las habilidades de liderazgo que Narvaja supo desarrollar las aprendió con él. Rodolfo Bett era también el director médico que cinco o seis años después de la tarde de los enfermeros en la casa de Sarah, en medio de la atención personal y traslado desde Venezuela del líder de la banda de rock más conocida de Argentina, por una isquemia cerebral que años después derivaría en su muerte, sería desvinculado de CIEN en medio de un escándalo por sospechas de malversación de fondos.
Al ser entrevistado para este libro, Bett resumirá así los comienzos de Orlando Narvaja:
—Lo mimamos y después lo mandamos a formarse a Inglaterra y Estados Unidos. —Luego estirará los labios en una mueca de disgusto, sacudirá apenas la cabeza y dirá—: Yo lo detesto porque nos engañó a todos.
Sebastián Silverstein consiguió los contactos para enviar uno de los profesionales de CIEN a perfeccionarse en Inglaterra. Una oportunidad para la que entonces solo había dos candidatos: Orlando Narvaja y Marcos Pietra. Este último, psiquiatra y neurólogo, que años más tarde se convertiría en el director médico de Neuba. Pietra estaba casado, esperaba su primer hijo y no tenía posibilidades de viajar en ese momento. Para Orlando Narvaja, en cambio, aun cuando tuvo que aprender inglés a las apuradas, resultó una gran oportunidad.
Así fue como, durante poco más de un año y medio, estudió en la Universidad de Cambridge, con John R. Hodges, reconocido profesor de neurología cognitiva y, de ahí, la posibilidad de una formación más profunda en demencias neurodegenerativas, entre las que se cuenta la demencia frontotemporal o enfermedad de Pick. Luego pasó un tiempo en Iowa, en un centro de neuropsiquiatría, también gracias a los contactos de Sebastián Silverstein.
Cuando finalizaron los cursos de especialización, en 2001, Orlando Narvaja regresó al país. CIEN ya se había convertido en un universo en el que los médicos caminaban apurados por los pasillos de las salas de espera llenas de pacientes. El escenario de política institucional tenía a Silverstein como protagonista porque lideraba el gran proyecto: CIEN Pilar. La apertura de un centro de rehabilitación para pacientes con secuelas de enfermedades neurológicas, accidentes cerebrovasculares, traumatismos varios, etc. El centro alcanzaría rápidamente reconocimiento nacional e internacional.
Acaso por el protagonismo o por acumulación de años, las diferencias Bett-Silverstein habían comenzado a ser vox populi. Política institucional, ideologías de gestión y —algunos dicen— cuestiones económicas.
CIEN Pilar estaba en pleno despliegue. El país, luego de dos presidencias de Menem y un mandato debilitado de De La Rúa, estaba por atravesar la peor crisis económica y social de su historia, antes de la pandemia de covid-19. Argentina vivía el año que terminaría con cinco presidentes en dos semanas. Orlando Narvaja se había convertido en un médico joven con muy buena formación para su edad y el capital conseguido en el exterior le brotaba por los poros. Se incorporó al servicio de neurología cognitiva que funcionaba en el octavo piso de la torre de consultorios de CIEN y se disputaba el número tres, debajo de Silverstein, con Marcos Pietra. Los planes de Silverstein para Narvaja eran que fuera a trabajar a CIEN Pilar, pero Orlando seguía siendo el elegido de Bett y lo de irse a Pilar no le parecía una buena idea.
Con el correr de los meses y las presiones de un proyecto tan grande, las diferencias Bett-Silverstein se profundizaron. Tenían grandes discrepancias respecto de cómo llevar adelante el crecimiento del centro de rehabilitación. Ambos tenían personalidades intensas, fuertes convicciones sobre sus ideas, Silverstein era casi un talibán del rigor científico y Bett se perdía en las relaciones interpersonales. Cada vez encontraban menos puntos de convergencia que les permitiera seguir trabajando juntos.
En un movimiento que muchos no pudieron creer y la mayoría sufrió en silencio, Sebastián Silverstein, el médico señalado como el principal responsable de la fundación de CIEN Pilar, inteligente, prestigioso y reconocido neurólogo, fue desvinculado de CIEN.
Orlando Narvaja tenía treinta y cuatro años y pasó a ser el jefe del servicio de neuropsicología y neuropsiquiatría.
Poco tiempo después, Marcos Pietra se fue de CIEN y Sebastián Silverstein viajó a Australia para radicarse en Perth.