Читать книгу Veintisiete noches - Natalia Zito - Страница 18
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ОглавлениеLuego de la primera noche internada en Neuba, Sarah, al despertar, tarda unos segundos en entender dónde está. No tiene puestos los zapatos, está tapada con una manta verde agua y todavía lleva su saquito de piel. Al pasarse las manos por el pecho, aparecen en su memoria los enfermeros, el living, los gritos, los ojos llorosos de Delia y la mirada severa de su hija. El saquito es, esta mañana, el único rastro que le queda del exterior.
Sus hijas no están.
Al costado hay otra cama que está vacía. Detrás, una ventana y una puerta que todavía no ve hacia dónde da. Antes de que ella pueda incorporarse, como si hubiera estado espiando, aparece una enfermera que parece un tren, abre las cortinas de un solo movimiento y deja entrar un exceso de luz que a Sarah le hace fruncir los ojos. Luego se acerca, le dice Sari sin pedir permiso, la obliga a incorporarse, le toma la presión, le mide la temperatura y le explica que los controles son porque estuvo durmiendo mucho tiempo. Luego le muestra dónde es el baño, le ofrece darse una ducha y que incluso podría ayudarla si lo necesita. Sarah no responde o lo hace de mal modo. Al rato sale despeinada de la habitación y de a poco descubre un ejército de gente de ambo de casaca blanca con pantalón azul. En todos lados dice Neuba. Sin que ella pregunte, le explican la rutina del nuevo mundo. Cuando pregunta si hoy va a volver a su casa, le responden con evasivas o chistes acerca de por qué tanto apuro, que si la están tratando mal y por eso ya quiere irse.
Nadie toma en verdadera cuenta cuando dice que no está loca.
Escucha que las habitaciones son para dormir por la noche o alguna siesta eventual. Durante el día tiene libertad para andar por el living, el comedor, el sum y el jardín. Se lo repiten como si fuera algo que sin importar cuán demente está, tiene que aprender. Tendrá talleres de yoga, eutonía, gimnasia, plástica, terapia ocupacional, psicodrama, musicoterapia, taller literario, terapia de grupo. Las actividades están divididas en horarios por la mañana y por la tarde y le irán avisando en cuáles se irá incorporando. En la enumeración cordial de todo lo que hay por hacer Sarah encuentra días, semanas, meses. Y no llega a pensarlo, no puede recordar los poemas de Pizarnik que le recitaba su amigo Armando Lois, pero algo de aquellas palabras se encienden en su cuerpo, porque, como Pizarnik, con la sola idea de la laborterapia se arrancaría los ojos y se los comería.
Luego de un rato, la dejan sola o ella se aleja, no sabe, y camina por donde se puede caminar, pero no saluda a nadie porque todo tiene una cuota tan grande de irrealidad que Sarah, por primera vez, no sabría qué decir. Entonces, camina y se cruza con un chico que parece no tener más de dieciocho años, con un gorro con visera y ropa deportiva, que la saluda con cortesía tres o cinco veces, como si cada vez olvidara la anterior o tratando de asegurarse de que no se olviden de él, pero luego sigue y da la impresión de tener algo que hacer. Hay también una señora de unos cincuenta años, con pantalón de jogging y blusa de vestir, tiene los ojos muy maquillados y el pelo sucio, deambula como si supiera adónde va. Si Sarah siguiera observando, comprobaría que la mujer repite un circuito que no conduce a ningún lado. En los sillones hay una adolescente acostada con una libretita en la que se ven letras y dibujos de soles y caritas con trazos que hunden las hojas con birome azul. Una chica de unos veinte años está sentada en una silla, con la cara hacia las puertas vidriadas que dan al jardín. El pelo tapa gran parte de su cara. No se sabe si mira el pasto, el suelo cerca o algo que solo ella puede ver.
A la derecha de las puertas ventanal que dan al jardín, hay un recinto pequeño y sin puerta, con un teléfono semipúblico, que funciona con las mismas tarjetas telefónicas que los de la calle. Sarah le pregunta a un enfermero si puede darle una tarjeta o cómo puede hacer para hablar por teléfono.
—¿A quién querés llamar?
—A mis hijas —miente Sarah.
—No te preocupes, ellas saben que estás acá, yo les voy a avisar que querés hablar con ellas.
—También me gustaría hablar con algún amigo.
—Bueno, le voy a avisar a tu médico, lo que vos tenés que hacer ahora es descansar.