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La “dictadura del proletariado”

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Durante la noche del 6 de noviembre, 6000 guardias rojos y los marinos amotinados de la base naval de Kronstadt ocuparon Petrogrado. El 7 a la mañana, Lenin proclamó el poder de los bolcheviques con un Consejo de Comisarios del Pueblo –Sovnarkom– que presidía. Instauró la “dictadura del proletariado”: “La dictadura es un poder que se apoya directamente en la violencia y no está sometido a ley alguna. La dictadura revolucionaria del proletariado es un poder conquistado y mantenido mediante la violencia que el proletariado ejerce sobre la burguesía, un poder que no está sometido a ley alguna”. En realidad, un partido único que pronto fue rebautizado “comunista” –en referencia a la doctrina radical del Manifiesto del Partido Comunista de Marx de 1848– se apoderó del Estado y sentó las bases del régimen totalitario. Y la “dictadura del proletariado” no fue más que la dictadura de ese partido.

El Sovnarkom publicó inmediatamente un decreto sobre la paz, que llamaba a detener los combates, y un decreto sobre la tierra, que apoyaba la toma de propiedades por parte de los campesinos. Lenin provocó la ruina de los dueños y las clases medias al anular los préstamos zaristas e incautar en los bancos el contenido de las cajas de seguridad de los particulares. Instauró una economía administrada y planificada, y no toleró ninguna oposición. Le declaró la guerra a Ucrania, que aspiraba a la independencia, y el 20 de diciembre creó la Checa –Comisión Extraordinaria de Lucha contra la Contrarrevolución, la especulación y el sabotaje, que luego sería se llamaría GPU, NKVD y KGB–, el órgano del terror de masas utilizado como medio principal de gobierno. Nombró como su jefe a Félix Dzerzhinski, “nuestro Fouquier-Tinville” (el fiscal del Tribunal Revolucionario que, de abril de 1793 a julio de 1794, envió a 2500 personas a la guillotina). La Checa, brazo armado del Partido, que actuaba con total impunidad, llegó a tener hasta 280.000 hombres en 1921 y desempeñó un papel decisivo en el transcurso de la guerra civil y, más tarde, en el mantenimiento de los comunistas en el poder.

Sin embargo, el jefe bolchevique no pudo impedir que se reuniera, el 18 de enero de 1918, la Asamblea Constituyente en Petrogrado: allí, los bolcheviques eran muy minoritarios –9 millones de electores sobre 40 millones–, pero quisieron imponer una “Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador”, un verdadero programa comunista. La Asamblea lo rechazó. Entonces, Lenin dio la orden de disolverla por la fuerza. El 19 de enero, guardias rojos y regimientos bolcheviques impidieron toda reunión: fue el asesinato de la democracia rusa y la señal de una guerra civil extraordinariamente violenta, que duraría casi cuatro años. En ella, se enfrentaron los Rojos y los Blancos, un conglomerado de fuerzas políticas antibolcheviques, desde los nostálgicos del zarismo hasta los anarquistas, pasando por todo el espectro de demócratas y socialistas. Pero también se enfrentaban allí los Rojos con los obreros de las ciudades, cuya situación se agravaba día tras día, y sobre todo con los campesinos –los Verdes–, cuyas cosechas eran secuestradas por los bolcheviques con las armas en la mano bajo el pretexto de “requisiciones”. Sobre todo cuando el régimen acababa de establecer la conscripción para crear el Ejército Rojo, un ejército de guerra civil encargado, según Lenin, de garantizar la protección de su dictadura y llevar la revolución comunista al extranjero.

Quedaba un enorme problema: Rusia seguía en guerra con Alema­nia y Austria-Hungría, que, tras interminables negociaciones, llevaron a cabo en febrero de 1918 un ataque fulminante y obligaron a Lenin a firmar, el 3 de marzo de 1918, el Tratado de Brest-Litovsk: Rusia debía aceptar las independencias ucraniana, finlandesa y báltica, y perder 800.000 km2 así como el 26% de su población, el 32% de su producción agrícola, el 23% de su producción industrial y el 75% del carbón y del hierro. Fue un enorme desastre nacional, que encendió la guerra civil. Pero a Lenin no le importaba.

Gracias a los alemanes, conservó su poder, que trasladó en marzo a Moscú, al Kremlin, e impuso una política contra grupos sociales enteros, que iba desde la privación de derechos, incluido el derecho a alimentarse, de acuerdo con el eslogan “El que no trabaja, no come”, hasta el exterminio simple y llano con su orden de marzo de 1918: “Muerte a los kulaks”, los campesinos que se negaban a ser saqueados. Inauguró el principio de exterminio masivo de categorías completas: opositores políticos, aristócratas, burgueses, propietarios de inmuebles, oficiales, cosacos, religiosos, etc. Instauró el “comunismo de guerra”, que convirtió al Partido Bolchevique en el propietario de todos los bienes y prohibió todo comercio privado. En julio de 1918, una “Constitución” estableció que “el Partido Comunista dirige, comanda y domina todo el aparato de Estado”. Se prohibió toda la prensa no bolchevique y el poder impuso su propaganda omnipresente.

Esta política provocó reacciones, algunos jefes comunistas fueron asesinados y Lenin fue víctima de un atentado. Los bolcheviques reac­cionaron con una extrema crueldad: en el otoño de 1918, se fusiló a más de 15.000 personas, en muchos casos rehenes encerrados en los primeros campos de concentración –el origen del gulag–, es decir, muchas más que las 6321 ejecuciones por motivos políticos entre 1825 y 1917. La guerra civil instauró una cultura de la crueldad que le permitió al poder seleccionar a los “hombres más duros” que reclamaba su jefe y que se convertirían en los dirigentes soviéticos a lo largo de medio siglo. Y aunque los bolcheviques ganaron en 1920 la guerra contra los Blancos, mal dirigidos, mal armados y dispersos, debieron enfrentar innumerables insurrecciones campesinas, mientras el “comunismo de guerra” arruinó la industria, el comercio y la moneda, y llevó al país al desastre.

Instalado en el Kremlin, en un modesto apartamento, con su fiel Krúpskaya, Lenin vivía su vida habitual de pequeñoburgués burócrata: presidía las reuniones del Sovnarkom y del Politburó, leía una gran cantidad de informes, recibía a muchos dirigentes, a menudo daba órdenes de todo tipo por telegrama, escribía artículos y discursos, en los que explicaba su política, y combatía a sus enemigos tanto rusos, como extranjeros. Desarrolló en particular una violenta polémica contra el líder socialista alemán Karl Kautsky, el “renegado”, que en 1918 había criticado la “dictadura del proletariado” desde un punto de vista marxista. A veces realizaba mítines en fábricas o partía al campo para descansar. Una vez vivió una singular aventura: su Rolls-Royce, “requisado”, fue asaltado por unos bandidos, pero logró salir indemne.

El siglo de los dictadores

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