Читать книгу El siglo de los dictadores - Olivier Guez - Страница 19
El poder a la medida de una marcha
ОглавлениеOtros combates lo esperaban después de la victoria: rechazar esa “victoria mutilada”, impuesta a Roma por sus aliados, que le disputaban una parte de las tierras prometidas en 1915, combatir al régimen liberal en el poder, tan incapaz de preservar la herencia de la guerra como de proteger al país del espectro del comunismo, que amenazaba con llevar a Europa a la revolución permanente. En una palabra, había que salvar a Italia.
El 23 de marzo de 1919, una nebulosa de grupos de diferentes corrientes se reunió en Milán, en un palacio de la plaza San Sepolcro, para fundar los Fasci3 Italiani di Combatimento, que pretendían ser el antipartido por excelencia y tenían un programa muy a la izquierda (instauración de la república, sufragio universal, jornada de ocho horas, impuestos al capital, expropiación parcial de las tierras, anticlericalismo). Recordemos que, en ese momento, Mussolini no era más que un jefe como otros y su autoridad estaba lejos de ser total e indiscutible. Su marginalidad se veía particularmente marcada en el movimiento del escuadrismo. Estas unidades paramilitares, que luchaban contra los comunistas, los socialistas y los militantes católicos, principalmente en el norte del país, gozaban de una gran autonomía, bajo la dirección de jefes llamados ras y que no se dejaban engañar.
Pero Mussolini tenía dos triunfos en su juego, de los que todos sus rivales carecían: su extraordinario carisma y su capacidad fuera de lo común para las maniobras políticas. Se mantuvo prudentemente al margen de la aventura de Fiume –una epopeya que, sin embargo, contribuyó en gran parte a la gestación del fascismo–, sobre la que planeaba la figura novelesca de Gabriele D’Annunzio.4 Después de su fracaso en las elecciones legislativas de noviembre de 1919, comprendió, además, que necesitaba apoyarse en las clases medias, que estaban en decadencia y aterrorizadas por el comunismo. Las elecciones de mayo de 1921 constituyeron un primer éxito electoral: 35 fascistas entraron al Parlamento. Pero para tomar el poder, se necesitaba un partido en buena y debida forma. Así nació en noviembre de 1921, el Partido Nacional Fascista (PNF), con un programa mucho menos radical, que expresaba la nueva alianza con una parte de las fuerzas conservadoras. Pero Mussolini mantenía a su movimiento en el camino de una revolución política y social.
La crisis final del Estado liberal, gobernado por personalidades opacas, abrió de par en par la puerta al éxito. Mussolini jugó entonces con mucha habilidad. Su toma del poder en octubre de 1922 se llevó a cabo en dos planos: uno, faccioso y el otro, político e institucional. El primer componente constituía la esencia misma de la revolución fascista: una marcha de los “camisas negras” sobre Roma, respetando la mitología revolucionaria y socialista para arrancarle el gobierno de las manos a la vieja élite. El otro correspondía a negociaciones políticas secretas, realizadas con el Ministerio, los grandes jefes del Parlamento y sobre todo con el rey Víctor Manuel III, el único habilitado para nombrar al presidente del Consejo. Siempre pragmático, el líder fascista había tranquilizado al palacio sobre sus intenciones: nadie atacaría a la Corona. La conjunción de esas dos presiones decidió al monarca, obsesionado por el riesgo de la guerra civil y el temor de ser destronado a favor de su primo el duque de Aosta, a recurrir a Mussolini, que permanecía prudentemente en Milán mientras se desarrollaban esos acontecimientos. El hijo del herrero regresó de la capital lombarda en un tren nocturno muy confortable, fue recibido el 30 de octubre de 1922 en el Palacio del Quirinal y el rey le encargó la tarea de formar un gobierno en el que los fascistas solo ocuparían tres ministerios. La jugada de póker había triunfado.