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Socialista, luego fascista, pero siempre revolucionario
ОглавлениеMussolini, nacido el 29 de julio de 1883 en Dovia di Predappio, fue, ante todo, un producto de la Romaña roja y anticlerical, hijo de un herrero anarquizante y garibaldino y de una maestra piadosa, educado en los ideales del socialismo. Fue un niño colérico, violento y desobediente, que se hizo maestro, prefirió el exilio en Suiza antes que el servicio militar en Italia, conoció diferentes prisiones por su militancia socialista, ascendió los peldaños del Partido Socialista Italiano (PSI) y en 1912 dirigió el diario principal del Partido, el Avanti!, en el que lanzó los más terribles ataques contra los reformistas dispuestos a acordar con los gobiernos burgueses. Muy pronto, se convirtió en el ídolo de los jóvenes militantes fascinados por su carisma. La Primera Guerra Mundial constituyó una ruptura fundamental en su vida. Lo propulsó hacia su destino, alejándolo del PSI, pero –y esto es absolutamente capital para entender lo que siguió– sin un rechazo profundo. Se deslizó hacia otra forma de socialismo, vinculado al nacionalismo.
Como el resto de la élite italiana, se vio arrastrado al violento debate provocado por la proclamación de la neutralidad del país el 3 agosto de 1914: ¿había que quedarse en esa posición confortable, poco gloriosa, pero útil para conseguir determinadas ventajas o intervenir en la furiosa pelea que ya ensangrentaba a Europa? Al principio, Mussolini siguió la línea neutralista del PSI, pero muy pronto se alejó de ella. La guerra era la oportunidad de hacer la revolución, de derribar los tronos, de trastocar el orden social tradicional. No había que dejarla pasar. ¡Entonces, era el momento de atacar a los imperios centrales y a la Francia republicana! Pero su partido no estaba de acuerdo. Se produjeron debates de una inusual aspereza. Mussolini perdió rápidamente la dirección del Avanti! y fundó en noviembre de 1914 su propio diario, Il Popolo d’Italia, desde el cual impulsó al gobierno a unirse a la Triple Entente para honrar el encuentro de Italia con su destino.
La batalla fue dura para el joven líder, que perdió su sólida posición en el seno del socialismo italiano con su expulsión del PSI el 24 de noviembre de 1914. Pero eso no impidió que siguiera siendo socialista y concentrara sus esfuerzos en convencer a sus camaradas de que estaban equivocados. “Hoy es la guerra; mañana, la revolución”: ese era su credo. ¿El enemigo? Los austríacos, por supuesto, que durante mucho tiempo habían dominado su patria, pero también el ex presidente del Consejo Giovanni Giolitti y sus maniobras dilatorias para salvar la neutralidad. Poco a poco, se operó un deslizamiento semántico. El término “pueblo” reemplazó al de “proletariado”, pero el enemigo seguía siendo el mismo: la burguesía cobarde, que rechazaba la gran confrontación necesaria para el advenimiento de un mundo nuevo.
El 26 de abril de 1915, Italia firmó con la Entente el Tratado de Londres, que contenía una lista de promesas territoriales como premio por su entrada en el conflicto.1 Un movimiento de vacilación del gobierno frente al Parlamento hostil a la guerra desencadenó una enorme crisis política, llamada del Radioso Maggio, durante la cual los grupos intervencionistas se manifestaron en las calles. Finalmente, el 24 de mayo, los italianos le declararon la guerra a Austria-Hungría. Mussolini partió hacia el frente en septiembre, en el cuerpo de los bersaglieri, combatió –como todos los futuros jerarcas de su régimen– y fue herido, y siguió escribiendo artículos incendiarios para Il Popolo d’Italia. Ahora, él también pertenecía a la Trincerocrazia, la aristocracia de las trincheras, nacida en la violencia de la guerra y que, por sus sacrificios, estaba llamada a tomar el mando al volver la paz. El año 1917 fue el de las rupturas: el de la derrota de Caporetto2 el 24 de octubre, que dio lugar a un llamado al pueblo para la defensa de la patria, y el de la Revolución Bolchevique, que provocó la salida de Rusia del conflicto. Con ese acto, Lenin traicionó la causa sagrada de la guerra y sirvió a la victoria de los Imperios centrales. “Una paz que asesina a la revolución: ¡esa es la obra maestra de Lenin!”, podía leerse en Il Popolo d’Italia. A partir de esa fecha, Mussolini se volvió un enemigo acérrimo del bolchevismo.