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2 FILIS A DEMOFONTE 25

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Yo, Filis de Ródope, que te acogí en mi casa, contigo me querello 26 , Demofonte, porque sigues ausente más allá del tiempo pactado. Prometiste tu ancla a mis costas para la primera vez que los cuernos de la luna se hubieran juntado [5] en plenilunio. Pero la luna se ha escondido cuatro veces, y cuatro veces ha vuelto a completar toda su esfera, y las naves acteas no vienen todavía a grupas de las aguas de Sitonia. Si cuentas el tiempo, como bien lo contamos los enamorados, mi reproche no llega antes de su día. Mi esperanza [10] también fue morosa 27 . Se tarda en creer lo que duele creer. Ahora que soy amante sin quererlo, me hace daño 28 . Por ti me he engañado a mí misma muchas veces, muchas veces he pensado que vientos tempestuosos hacían recular tus blancas velas. Maldecía a Teseo, como si fuese él quien no te dejaba salir; y puede que él no te haya impedido nunca que te [15] vayas. Algunas veces he temido que hubieras naufragado al dirigirte a los vados del Hebro y que tu barco se hubiera hundido en las aguas canas 29 . Muchas veces he suplicado a los dioses que como fuera te salvaras, impostor, y entre oraciones he cumplido las ceremonias de la quema de incienso; y viendo vientos favorables para el cielo y para el [20] mar me he dicho a mí misma: «Si está a salvo, ya viene». Y, en fin, que mi fiel amor 30 se ha imaginado todos los impedimentos que pueden retrasar a los que van con prisa, y he sido muy ingeniosa para encontrar causas. Pero tú, insensible, tardas en volver 31 , y los dioses por los que juramos 32 no te hacen regresar, ni tampoco vuelves movido por mi amor. Oh, Demofonte, al viento has echado tus velas y tus promesas; [25] les reprocho a tus velas que no vuelvan, y a tus promesas que no sean verdaderas.

Dime tú, ¿qué mal he hecho, sino haber amado sin cordura? Incluso puede que te haya merecido por mi pecado 33 . Un solo delito he cometido: haberte dado hospitalidad, impostor 34 , un delito que aquí tiene el peso y el valor de un [30] mérito. ¿Dónde están ahora los juramentos, el compromiso, tu mano estrechando la mía, y el dios que siempre tenías en tus falsos labios 35 ? ¿Dónde está ahora Himeneo, por el que me juraste que viviríamos juntos toda la vida, que fue para mí aval y garante de nuestro matrimonio? Me lo juraste por [35] el mar, todo él sacudido por los vientos y las olas, que tantas veces habías atravesado y tantas veces volverías a atravesar; por tu abuelo 36 , si es que él no es también un cuento tuyo, el que apacigua las aguas que agitan los vientos; me lo juraste por Venus y sus armas que tanto efecto me han hecho, por sus dos armas, su arco y sus teas; y por Juno, que [40] preside benéfica el lecho de los esposos; y por los sagrados misterios de la diosa de la antorcha 37 : que si cada uno de todos esos dioses ofendidos vengara en ti su santidad, tú solo no darías abasto para tanto castigo.

¡Ay!, y yo he sido tan loca de reparar tu flota naufragada, [45] para que fuera firme el barco en que me iban a dejar abandonada; y le puse remeros para que pudieras huir lejos de mí. ¡Sufro, ay de mí, las heridas que me han hecho mis propias armas! Confié ingenuamente en tus palabras seductoras, [50] que de sobra las tienes; confié en tu linaje, y en tus nobles apellidos, confié en tus lágrimas (¿pero es que también a ellas se les enseña a fingir? 38 , ¿también ellas entienden de mañas y van por donde se les manda?) y también confié en los dioses 39 : ¿y de qué me sirven ahora tantas garantías? Una cualquiera de esas cosas bastaba para engañarme. [55] No me importa haberte ofrecido un puerto y un sitio, que ése debió haber sido el primer y último favor que te hiciera. Lo que me duele es la vergüenza de haber colmado esa hospitalidad con mi cama compartida, y de haber estrechado mi cuerpo con el tuyo. Quisiera que la noche anterior [60] a aquélla hubiera sido la última de mi vida, cuando Filis todavía podía haber muerto sin deshonra. Yo esperaba algo mejor, porque creía que me lo merecía: pues la esperanza que se concibe después de un favor es justa esperanza. Engañar a una muchacha confiada no es hazaña trabajosa; [65] mientras mi ingenuidad sí que merecía simpatías. Por ser mujer, y por amarte, he sido víctima de tus engaños: hagan los dioses que ése sea el colmo de tu gloria. Que se te ponga una estatua en tu ciudad entre los descendientes de Egeo; que allí delante se alce majestuoso la de tu padre, con sus títulos de gloria 40 . Cuando se haya leído en ellos lo de [70] Escirón, y lo del torvo Procrustes, y lo de Sinis y lo del ser mezcla de toro y de hombre, y lo de Tebas, sometida en la guerra, y de la derrota de los bimembres, y lo del asalto al tenebroso palacio del dios negro, después de esas inscripciones, que tu estatua esté sellada por este título: «Éste es el que con engaños cautivó a la mujer que lo amaba y lo hospedó». [75] De todas las andanzas y de todas las hazañas de tu padre se te ha ido a pegar el abandono de la cretense 41 . Lo único que él se reprocha es lo que tú admiras en él, haciendo, traidor, el papel de heredero de la falta de tu padre. Ella disfruta ahora de un marido mejor 42 , y yo me alegro, y [80] se sienta altanera en un tiro de tigres. En cambio los tracios despreciados rehuyen casarse conmigo, porque se me acusa de haber preferido a un extraño antes que a mi gente. Y hay quien dice: «que se vaya a la sabia Atenas, que otro habrá que gobierne la belicosa Tracia. Por el resultado se juzga el [85] hecho». Ojalá no se saliera con la suya el que piensa que el resultado es lo único que cuenta. Si ahora nuestras aguas se blanquearan con la espuma de tu remo, ¡también se iba a decir que velo por mí, o que velo por mi gente! Pero ni yo he velado por nadie ni mi palacio volverá a tenerte, ni [90] volverás a lavar tu cuerpo cansado en el agua bistonia.

Tengo clavada en los ojos aquella escena de la despedida, cuando todavía tu flota, lista para salir, estaba varada en mi puerto. Tuviste el valor de abrazarme, de arrojarte al cuello de tu amante, y de besarme fuerte y largamente. Te [95] atreviste a juntar tus lágrimas con las mías, a quejarte de que el viento fuera favorable para las velas, y a decirme antes de abandonarme estas últimas palabras: «Filis, no dejes de esperar a tu Demofonte». ¿Que yo te espere a ti, que me dejaste para no volver a verme? ¿Que espere unas velas que [100] no desean aparecer en mis mares? Y pese a todo, espero: a que vuelvas, aunque tarde, a tu amante, y que sólo en el retraso hayas faltado a tu palabra. ¿Pero qué estoy diciendo, desgraciada, si ya eres quizá de otra esposa, y de Amor, que [105] tan poco ha querido hacer por mí? Creo que desde el momento en que me arrancaste de tu vida ya no sabes ni quién es Filis.

¡Ay de mí si te preguntas quién es la Filis que remite, y desde dónde 43 , después que fui yo, oh, Demofonte, la que te abrió estos puertos de Tracia y las puertas de mi casa, después de que tanto tiempo vagaste sin rumbo, la que con mis [110] riquezas aumenté las tuyas, la rica heredera que cuando eras pobre te di tantos regalos, y más que te hubiera dado, la que sometió a ti los inmensos reinos de Licurgo 44 (a los que tan mal cuadra ser gobernados por una mujer), desde donde se extiende el helado Ródope hasta el sombrío Hemo, y el sagrado [115] Hebro echa las aguas que ha recibido, a ti, que 45 has sacrificado las primicias de mi virginidad bajo siniestros auspicios, cuya mano sin escrúpulos desató el ceñidor de mi castidad! Tisífone presidió ese desposorio con fúnebres aullidos, y un pájaro avieso entonó un canto de mal agüero. [120] No faltó Alecto, con su collar de cortas serpientes 46 , y las luces que encendieron eran de una antorcha sepulcral 47 .

Pero aun así paseo mi tristeza por los escollos y el sargazo de la playa, y por todo lo que puedo alcanzar con la vista del vasto mar, tanto si la luz del día dilata la tierra como si brillan las frías estrellas, intento averiguar qué viento hace en el mar, y velas que veo de lejos poner rumbo [125] aquí, velas que en seguida predigo que son mis dioses 48 . Salgo a correr para el mar, sin que apenas me detengan las primeras olas que el mar, siempre en movimiento, alarga por la orilla. Mientras más se acercan, menos puedo sostenerme; pierdo el sentido y caigo, y tienen que recogerme [130] mis doncellas.

Hay un golfo aquí, un poco ahorcajado, en forma de arco tenso, cuyos cabos extremos se levantan en una mole escarpada; se me ha ocurrido la idea de tirar desde allí mi cuerpo a las aguas de abajo, y lo voy a hacer, ya que sigues engañándome. Que la marea me lleve y me deje tirada en [135] tus orillas, y que así, insepulta, me aparezca ante tus ojos. Aunque eres más duro que el hierro, que el pedernal, y que tú mismo dirás: «¡Oh Filis, no tenías que haberme seguido de esa forma!». Muchas veces tengo sed de veneno, y muchas veces deseo morir de muerte sangrienta, traspasándome [140] con una espada. También me entran ganas de rodearme con un lazo el cuello, porque dejó que lo trabaran brazos traidores. Está decidido redimir mi tierno pudor con una muerte prematura; poco tiempo perderé en elegir con qué muerte. Figurarás en mi epitafio como odioso culpable de [145] mi muerte, y se te conocerá por este epitafio, o por otro parecido: «A Filis, su anfitriona y amante, la entregó Demofonte a la muerte. Él puso el motivo de su muerte, ella la mano 49 ».

Cartas de las heroínas. Ibis.

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