Читать книгу Cartas de las heroínas. Ibis. - Ovidio - Страница 23
5 ENONE A PARIS 112
Оглавление[La ninfa a su querido Paris, aunque él no quiera ser [a] suyo, le manda desde los picos del Ida estas palabras para [b] que las lea] ¿Sigues leyendo, o no lo consiente la nueva esposa? Sigue leyendo. La carta no está escrita por mano de mujer micenia 113 . Enone, náyade 114 famosísima en los bosques frigios, traicionada te acuso a ti, que, si me lo permites, eres mío. ¿Qué dios ha opuesto su poder a mis deseos, [5] o qué pecado me impide seguir siendo tuya? De buen talante tiene que soportarse lo que uno ha merecido; pero el castigo que llega sin culpa, llega con gran dolor.
No eras tú tan importante cuando yo, ninfa hija de un [10] gran río, vivía contenta con que tú fueras mi esposo. Tú que ahora eres un Priámida (no tengamos miedo a la verdad) no eras más que un esclavo; y siendo yo ninfa, consentí casarme con un esclavo. Muchas veces nos habíamos echado entre los rebaños, cobijados bajo un árbol, y la hierba sembrada [15] de hojas nos hizo de lecho. Muchas veces, echados sobre un catre de espeso heno, nos resguardó de la canosa escarcha nuestra pobre cabaña. ¿Quién te enseñaba los mejores puestos para la caza y las guaridas donde las fieras escondían a sus cachorros? Muchas veces fui contigo a tender redes [20] camufladas con sus mallas, y muchas veces he llevado a los perros corriendo por los inmensos montes. Las hayas guardan grabado por ti mi nombre: en ellas se lee «Enone», escrita yo allí con tu daga; y al compás de los troncos crece también mi nombre. ¡Creced! Alzaos bien derechas con mi [25] letrero! [Me acuerdo que hay un álamo que está junto a la corriente de un río, y en él hay una inscripción que me nombra.] Vive, álamo del borde de la ribera, que tienes en tu arrugada piel este verso: «Si Paris dejara a Enone y pudiera [30] seguir viviendo, las aguas del río Janto desandarán su camino, y se volverán hasta su nacimiento». ¡Janto, corre para atrás! ¡Aguas, corred de vuelta a vuestras fuentes! Porque Paris es capaz de abandonar a Enone.
Aquel día decidió mi desgraciado destino, desde entonces empezó el invierno insoportable de un amor traicionado; [35] el día que Venus y Juno, y hasta Minerva, a pesar de que estaba más hermosa con su armadura, se sometieron a tu juicio. Cuando me lo contaste me latió el corazón de estupor, y un temblor helado me recorrió los duros huesos. Consulté (en medio de mi enorme espanto) a las ancianas y a los [40] hombres de más edad: se vio que aquello era funesto.
Se tala el abeto, se corta en maderos, y cuando la flota estuvo lista, el azur de las aguas acoge barcos recién encerados. Lloraste al salir. Eso al menos no intentes negarlo; más vergüenza debería darte tu amor de ahora que el pasado. Lloraste, y me viste también a mí lágrimas en los ojos; y [45] tristes los dos juntamos nuestras lágrimas. No se amarra al olmo la parra de la forma en la que tus brazos se me abrazaron al cuello. ¡Ay! ¡Cuántas veces se rieron de ti los compañeros cada vez que te quejabas de que te retenía el viento — [50] que era favorable—! ¡Cuántas veces me volviste a buscar para besarme cuando ya me alejaba! ¡Qué mal llevaba tu boca decirme adiós! Una suave brisa levanta las velas que cuelgan del firme mástil y encanece el agua escarbada por el remo. Desesperada persigo con la mirada las velas que se [55] alejan, y la arena se humedece con mis lágrimas, lo único que puedo hacer. Pido a las verdes Nereides que vuelvas pronto..., claro, que vuelvas pronto para mi daño. Porque sí que volviste, gracias a mis súplicas, pero volviste para otra; ¡ay de mí, que he sido persuasiva en provecho de una cruel [60] concubina!
Hay aquí un risco que mira para el hondo abismo; antes fue montaña; ahora se enfrenta con las aguas del mar; desde él reconocí yo la primera las velas de tu barco, y mi primer impulso fue correr a través de las olas. Mientras tanto me [65] deslumbra un brillo de púrpura que vi arriba en la proa. Me dio miedo: aquél no era tu vestido. Se acerca más la nave y el viento la lleva a toda prisa a tocar tierra: vi con temblor de mi corazón mejillas de mujer. Pero por si no tenía bastante —¿para qué seguía yo allí, loca de celos?—, tu afrentosa [70] amante estaba abrazada a tu regazo. Fue entonces cuando me desgarré el escote y me di golpes de pecho, me hundí sin piedad las uñas en las mejillas empapadas de lágrimas, inundé el monte sagrado del Ida con lamentos de dolor; allá a mis piedras 115 llevé mis lágrimas.
[75] Ojalá también Helena sufra así y llore como esposa abandonada, y lo que me ha hecho a mí primero, lo soporte también ella. Las que a ti te vienen bien ahora son las que son capaces de seguirte por el mar abierto y de abandonar a sus legítimos esposos. En cambio cuando eras pobre y no [80] eras más que un pastor que cuidaba ganados, no había otra esposa que Enone para casarse con un pobre. Yo no me embeleso con las riquezas, ni me dice nada tu palacio, ni que se me cuente como una de las muchas nueras de Príamo, pero tampoco creo que a Príamo le pesara ser el suegro de una ninfa, ni que Hécuba tuviera que disimular que yo fuera [85] su nuera. Tengo méritos y deseos de ser esposa de un hombre poderoso; y mis manos podrían sostener con dignidad el cetro. No me desprecies porque me acostara contigo sobre hojarascas de haya; me va mejor un lecho de púrpura. Por [90] último, mi amor es seguro; no te expones por él a guerras ni por culpa de ese amor transporta el mar flotas vengadoras. Armas hostiles reclaman a la Tindáride fugitiva; ella viene a tu tálamo orgullosa de esa dote. Pregúntales a tu hermano Héctor, o Polidamante a la vez que a Deífobo, si creen que [95] la debes devolver a los dánaos; mira a ver qué te aconseja el sabio Anténor, o el propio Príamo, cuyas largas vidas son su mejor maestra. Indignos rudimentos 116 poner a una secuestrada por delante de la patria. Tu causa es la vergonzosa: justa la guerra que declara el marido. Y si eres listo, no te hagas ilusiones sobre la fidelidad de esa laconia, que tan [100] rápido ha caído en tus brazos. Lo mismo que el más joven de los Atridas clama a voces por la violación del pacto conyugal y sufre la herida de un amor extranjero, igual clamarás tú. Porque no hay medicina 117 que repare las heridas de la honestidad: muere a la primera. Ahora se abrasa por tu [105] amor; también quiso así a Menelao; y ahora aquel ingenuo se desespera en su lecho vacío. Qué suerte tuvo Andrómaca, tan bien casada con un marido seguro; así debiste hacerme tú tu esposa, siguiendo el ejemplo de tu hermano. Pero tú eres más voluble que esas hojas secas que vuelan, sin el [110] peso de la savia, al capricho de los vientos. Y eres más vano que la raspa de una espiga, que no pesa nada, de haberse quemado y endurecido de tanto sol. Todo esto me lo profetizaba antaño tu hermana 118 (ahora recapacito), con la melena suelta, y éste fue su vaticinio: «¿Qué haces, Enone? [115] ¿Por qué confías tus semillas a la arena? Estás arando playas con bueyes improductivos. Se acerca una novilla griega que va a ser tu perdición, la de tu patria y la de tu casa. ¡Oh, impídelo! Se acerca una novilla griega. Hundid en el mar ahora que se puede ese barco infame: ¡ay, qué de sangre [120] frigia va en ese barco!» Así habló; sus doncellas se la llevaron en medio de su arrebato, mientras a mí se me erizaba el rubio pelo. ¡Ay, qué dolorosamente verdadera me ha resultado tu profecía! ¡Ay! Una novilla griega se ha hecho dueña [125] de mis sotos. Aunque su belleza no tenga parangón, no es más que una adúltera, que ha abandonado sus dioses del matrimonio por amor de un extranjero. Antes la había secuestrado de su patria Teseo, creo que así se llamaba, un tal Teseo la había secuestrado antes. ¿Puede creerse que volvió [130] virgen de manos de un hombre joven y ardiente? ¿Que por qué estoy tan segura de eso? ¡Porque estoy enamorada! Puedes decir que se le hizo violencia para ocultar con ese nombre su falta, pero la que secuestran tantas veces es porque se deja secuestrar.
Pero Enone sigue casta para el adúltero de su marido, pudiendo haberte engañado siguiendo tus propias normas: [135] mientras me escondía al abrigo de la espesura, me buscaron corriendo los ágiles sátiros, horda lasciva, y Fauno, que lleva la cabeza y los cuernos coronados con agujas de pino, en las descomunales sierras donde el Ida se abomba. También me amó el ilustre tañedor de la lira, el que amuralló [140] Troya 119 ; él se llevó el trofeo de mi virginidad. No sin luchar por ella; a arañazos le arranqué mechones de pelo, y con las manos le herí también la cara. Y no le pedí oro ni gemas como pago del estupro, porque es afrentoso que se [145] compre con regalos un cuerpo noble. Él mismo me juzgó digna de enseñarme la ciencia de la medicina, y consintió que mis manos recogieran sus favores. Cualquier hierba que tenga poder de curar, cualquier raíz que sirva de alivio, donde quiera que nazca en el mundo, es mía. ¡ Ay de mí, que [150] el amor no se cura con hierbas! ¡Profeso una ciencia que a mí misma me falla! Cuentan que el inventor de la medicina apacentó las vacas de Feras, y sufrió la herida de mi mismo fuego. El auxilio que no pueden ofrecerme ni la tierra, fecunda en producir hierbas, ni el dios, me lo puedes prestar tú.
Tú puedes, y yo lo merezco. ¡Compadécete, pues, de una [155] mujer que es digna de ello! Yo no traigo con los dánaos armas sanguinarias: sino que soy de verdad tuya y lo he sido desde que era niña, y lo que te pido es que pueda seguir siendo tuya el resto de la vida.