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3 BRISEIDA A AQUILES 50

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La carta que lees te la hace llegar Briseida, la que te han robado, escrita en un griego no muy bueno por mi mano extranjera. Todos los borrones que veas los han hecho mis lágrimas; pero también las lágrimas valen tanto como la palabra. Si tengo derecho a presentar algunas quejas de ti, [5] señor y marido mío, no dejaré de presentar esas quejas de mi marido y señor.

No es culpa tuya que yo haya sido entregada, y tan rápido, a la exigencia del rey 51 —aunque en parte también lo es—. Pues nada más me reclamaron Euríbates y Taltibio, a [10] Euríbates y Taltibio se me entregó para acompañarlos. Ellos, cambiándose miradas el uno y el otro, sin hablar se preguntaban dónde estaba nuestro amor. Pude haber sido retenida; hubiese agradecido un aplazamiento a mi condena. ¡Ay de mí, que ni siquiera pude besarte antes de separarme de ti! En cambio sí pude derramar lágrimas sin fin, y arrancarme [15] el pelo, desgraciada de mí, sintiéndome como si me hicieran prisionera por segunda vez. Muchas veces he querido burlar al guardián 52 y he querido regresar a ti; pero el enemigo hacía regresar a esta miedosa. Si me escapaba de noche, temía que me apresaran y que me entregaran como [20] obsequio a cualquiera de las nueras de Príamo.

Pero que se me devuelva, ya que así tenía que ser. Ausente tantas noches, no se me reclama. Te quedas indiferente, y tu cólera es tibia 53 . El propio hijo de Menecio 54 , cuando me devolvías, me decía al oído: «¿Por qué lloras, si estarás [25] de vuelta dentro de muy poco?» Poco es que no me hayas reclamado: luchas por que yo no vuelva, Aquiles 55 . Pero, ¡venga!, sigue dándotelas de amante apasionado. Fueron a verte el hijo de Telamón y el de Amíntor 56 , el uno cercano a ti por sangre, el otro por ser compañero tuyo, y con [30] ellos el hijo de Laertes, para que yo regresara con ellos (y con grandes regalos hicieron más atractivas sus súplicas 57 ): veinte aguamaniles dorados, de fina orfebrería de bronce, y siete trípodes, iguales en el arte que en el peso. Se sumaban a eso diez talentos de oro, una docena de caballos que no [35] conocen la derrota, y, aunque estaba de más, unas muchachas de Lesbos muy hermosas, cuerpos hechos prisioneros al aniquilar sus casas; con todo ello —aunque no te hace falta—, una esposa, una de las tres jóvenes hijas de Agamenón. ¿Y cómo es que, si hubiera sido yo la que tenías que [40] recobrar del Atrida pagando un rescate, cómo es que te niegas a aceptar lo que tendrías que haber pagado tú? ¿Qué he hecho yo para valer tan poco a tus ojos, Aquiles? ¿A dónde ha huido el amor, tan rápido y tan inconstante, de mi lado? ¿Es que quizá a los que sufren los agobia y aprieta más la mala suerte, y por eso no les llega un respiro de alivio a mis pretensiones? He visto convertida en ruinas por tu furia guerrera [45] la muralla de Lirneso, y aquí estoy yo misma, que he sido una gran parte de mi patria. He visto morir a mis tres hermanos, compañeros de nacimiento y muerte, cuya madre era también mi madre. He visto a mi marido, tan grande. como era, desplomado en un charco de sangre que brotaba [50] de su pecho agonizante. Tantas cosas como he perdido, las he compensado todas sólo contigo: tú has sido mi señor, mi marido y mi hermano. Tú me juraste por la santidad de tu madre, diosa del mar 58 , que era bueno que tú me hubieras hecho tu prisionera —ya veo que para repudiarme, aunque [55] no haya venido sin dote, y para abandonar conmigo las riquezas que por mí se te ofrecen.

Además de eso, corre la voz de que mañana, al despuntar la Aurora, vas a echar tus velas de lino al borrascoso viento Sur. Cuando esa abominación ha llegado a los temerosos oídos de esta desamparada mujer, la sangre y la respiración [60] se me han escapado del pecho. ¿Te vas a ir, oh desgraciada de mí? ¿Y a quién me dejarás abandonada, hombre violento 59 ? ¿Quién será mi dulce consuelo cuando me dejes? ¡Que antes me devore de pronto una grieta en la tierra, o que me abrase el fuego candente de un rayo, antes de [65] que sin mí se blanquee de canas el mar, a golpe de los remos de Ftía, y antes de ver, abandonada, cómo se alejan tus barcos! Si añoras ya la vuelta y los dioses patrios, yo no soy una carga pesada para tu barco. Te seguiré como la prisionera a su vencedor, no como una esposa al marido: y [70] tengo buena mano para cardar la lana. Una mujer hermosa, la más bella con mucho entre las aqueas, será la esposa que entre en tu tálamo, y que así sea, digna nuera de su suegro 60 , el nieto de Júpiter y Egina, y a la que el anciano Nereo [75] quiera como abuelo 61 . Mientras, tus humildes esclavas y yo, haremos la faena 62 diaria de lana, y nuestros hilos irán vaciando las ruecas rebosantes. Sólo pido que tu mujer no me atormente, que seguro que encontrará la manera de no ser justa conmigo, y no dejes que delante de ti me arranque el [80] pelo, ni digas con liviandad «ésta también ha sido mía». O sí, déjala que haga lo que quiera, mientras no me desprecies y me abandones: ese miedo —ay, desgraciada— me ha sacudido los huesos.

¿A qué esperas ahora? Agamenón se arrepiente de su ira, [85] y toda Grecia está angustiada ante tus plantas. ¡Vence esa soberbia y esa ira, tú que todo lo vences! ¿Por qué sigue Héctor destrozando sin descanso las fuerzas de los dánaos? Coge las armas, Eácida —pero no sin recogerme antes a mí—, y en favorable combate aplasta guerreros en desbandada. [90] Por mí nació tu cólera: por mí también se acabe y que sea yo, que fui su origen, la moderación de tu tristeza. No debes creer que es deshonroso ceder a nuestras súplicas; a ruegos de su mujer volvió a las armas el hijo de Eneo 63 . Yo sólo lo sé de oídas, tú lo sabes mejor: que, privada de sus hermanos, la madre maldijo el porvenir y la vida de su [95] hijo. Era tiempo de guerra, y él, furioso, soltó las armas y desertó, negándole ayuda a su patria sin conmoverse. Sólo su mujer pudo hacer que su marido cediera —¡tuvo más suerte!—, mientras que mis palabras caen sin ningún peso. Pero eso no me indigna, ni me las he dado de esposa tuya, que sólo era una esclava llamada de vez en cuando a la [100] cama de su señor. Me acuerdo que había una prisionera que me llamaba señora, y yo le dije: «Añades el peso de un título al de mi esclavitud».

Pero, por los huesos de mi marido, mal enterrados en precipitada sepultura, huesos que siempre honraré en mis pensamientos, por las valerosas almas de mis tres hermanos, [105] mis númenes, que, como debe ser, lucharon por la patria y con ella cayeron, por tu cabeza y la mía, que a la vez unimos, por tu espada 64 , un arma que mi gente ha conocido: juro que el micenio 65 no ha compartido nunca el lecho conmigo, y abandóname si te engaño. Si ahora yo te dijera: «Jura [110] tú también, el más valiente 66 , que nunca has alcanzado el placer sino conmigo», ¿dirías que no? 67 . Pero los dánaos se creen que tú estás triste... y tú meneando el plectro 68 , mientras [115] una dulce amiga te tiene en su tibio seno 69 . Y alguien pregunta tal vez que por qué te niegas a combatir: porque el combate es duro, y dulces la cítara, la noche y el amor. Más seguro se está en la cama, con una muchacha en los brazos, y haciendo sonar la lira tracia 70 , que sosteniendo en las manos [120] el escudo y la lanza de aguda punta, y en la cabeza el casco ciñéndote el pelo. Pero a ti antes te gustaba más la fama de las hazañas que la seguridad, y te era dulce la gloria que nacía de combatir. ¿O es que sólo en tanto que me hacías tu esclava aplaudías las guerras fieras, y ahora con [125] mi patria ha desaparecido también tu pundonor? ¡No, por los dioses! ¡Quieran ellos que tu lanza del Pelio, blandida por tu fuerte brazo, atraviese el costado de Héctor! ¡Mandadme a mí, dánaos! Como emisaria rogaré a mi señor y le llevaré vuestros mensajes salpicados con muchos besos. [130] Haré más que Fénix, más que el elocuente Ulises, y más que el hermano de Teucro, creedme. De algo vale acariciar un cuello con las manos de siempre, y recordar a unos ojos que una está delante 71 . Por más fiero que seas, aunque seas más salvaje que el mar de tu madre 72 , aunque no me salieran las [135] palabras, te derrotaré con lágrimas. Vuelve también ahora los ojos —¡así 73 Peleo, tu padre, viva los años que debe vivir, así vaya Pirro 74 a la guerra con tus auspicios!— a la angustiada Briseida, valiente Aquiles, no abrases a esta desgraciada con una demora indiferente, corazón de hierro; o, si es que tu amor se ha trocado en hartura de mí, ¡obliga a [140] morir a esta que obligas a vivir sin ti! Que me obligarás, según te portas. Ya me abandona la vida y el color, sólo la esperanza de tenerte sostiene a mi alma. Si también ella me falla, seguiré los pasos de mis hermanos y mi esposo; y no será algo grandioso haber mandado matar a una mujer. ¿Y [145] para qué mandarlo? Ven tú en busca de mi cuerpo, espada en mano, ahora que aún tengo sangre que pueda salirme del pecho herido. ¡Que venga por mí tu espada, esa espada que de haberlo consentido la diosa 75 se tendría que haber hundido en el pecho del Atrida! ¡Ah! En vez de eso, ¡ojalá me salvaras la vida, que tú me regalaste! La vida que como [150] vencedor habías concedido a una enemiga, te la pido como amiga. La neptunia Pérgamo te brinda gente más propia para sembrar muerte; ¡busca en el enemigo donde hacer matanza! Mientras a mí, sea que aparejas la flota para botarla, sea que te quedas, mándame que vuelva, con el derecho que te da el ser mi dueño.

Cartas de las heroínas. Ibis.

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