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6 HIPSÍPILA A JASÓN 120

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[a] La lemnia Hipsípila, estirpe de Baco, habla al hijo [b] de Esón: ¿y qué parte de sus intenciones va en sus palabras?

Se dice que tu nave, de retorno, ha tocado las orillas de Tesalia, y ya eres rico con el dorado vellón. Te felicito por estar a salvo, en la medida en que me lo permites; porque de [5] todo eso deberías haberme informado tú por carta. Porque para no volver pasando por mis reinos, que te he prometido a ti, pudiste, aunque lo desearas, no haber tenido vientos propicios: pero una carta puede firmarse por más contrario que sea el viento, y yo, Hipsípila, he merecido que se me mande un saludo. ¿Por qué antes que una carta tuya me ha llegado el rumor contando que los bueyes consagrados a [10] Marte iban bajo el curvo yugo, que echaste unas semillas y se levantó una mies de hombres que para matarse no necesitaron tu diestra, que un dragón insomne vigilaba el despojo del carnero, y que pese a todo tu valerosa mano robó el rubio vellón? Oh, si yo pudiera contárselo a los que no se lo [15] acaban de creer: «Eso es lo que él me ha escrito», ¡qué orgullosa estaría! ¿Pero por qué quejarme de que no cumpla su deber un marido remolón? Sería ya un gran regalo que me dejaras seguir siendo tuya. Se cuenta que contigo ha venido una envenenadora extranjera, y que la has acogido [20] en el lecho a mí prometido. Crédulo es el amor. ¡Ojalá que se me diga temeraria, por haber acusado a mi marido de pecados que no ha cometido! Hace poco ha venido a mí desde las orillas hemonias un extranjero tesalio, y todavía no había tocado mis umbrales cuando le dije «¿Qué es de mi Esónida?» [25] Él fijó los ojos en el suelo que pisaba, y se quedó paralizado de vergüenza. De pronto, fuera de mí, me rasgué la túnica del pecho y grité: «¿Está vivo, o los hados me mandan que lo acompañe?» «Está vivo», me contestó desconcertado, y en su desconcierto le obligué a que me lo jurara. Aun con un dios por testigo, apenas podía creer que vivías. [30] Cuando volví a respirar le empecé a preguntar sobre tus hazañas: me cuenta cómo araron la tierra los bueyes de Marte, de pezuñas de bronce, y que echaste en ella como simiente los dientes del dragón, y que al momento nacieron hombres cargados ya de armas, hijos de la tierra que se dieron muerte [35] en guerra civil, tras haber cubierto sus destinos en un solo día de vida. El dragón había sido derrotado. De nuevo pregunto si vive Jasón; unas veces el temor, otras la esperanza, me hacen dudar. Mientras me cuenta todo, cosa por cosa, [40] rápida y afanosamente, me destapa, sin darse cuenta, mis heridas.

¡Oh! ¿Dónde está la fidelidad que juraste? ¿Dónde las leyes del matrimonio, y la antorcha que más valdría que fuera a prender la pira funeraria? No he sido tuya por adulterio. Fue en presencia de Juno Prónuba y de Himeneo, al [45] que una guirnalda le ciñe la frente. Pero no ha sido Juno, ni Himeneo, sino la siniestra Erinia, manchada de sangre, la que me precedió con sus funestas antorchas: ¿Y qué me importan a mí los Minios, o el barco de la Tritónide, o qué tienes tú que ver, capitán Tifis 121 , con mi país? Aquí no estaba [50] el atractivo carnero con su vellón de oro, ni Lemnos era el reino del viejo Eetes. Yo estaba decidida al principio —pero me arrastraba un cruel destino— a expulsar el cuartel extranjero con mi ejército de mujeres, y demasiado bien que saben las mujeres lemnias 122 vencer a los hombres: ¡ojalá me hubiera salvado la vida 123 un ejército tan poderoso! [55] Vi a un hombre en mi ciudad, y lo acogí en mi casa y en mi pecho. Aquí pasaste dos veranos y dos inviernos. Era por tercera vez tiempo de cosecha cuando, viéndote obligado a zarpar, llenaste de lágrimas estas palabras: «Se me arranca de aquí, Hipsípila. Pero ojalá el destino permita mi [60] regreso; salgo de aquí como esposo tuyo y esposo tuyo seré siempre. Que viva lo que de nosotros guarda tu grávido vientre, y seamos tú y yo sus padres». Fueron tus palabras, y me acuerdo que las lágrimas que caían en tu boca mentirosa no te dejaron seguir. Subiste el último de la tripulación [65] a la santa Argo; la nave vuela; el viento ocupa las combadas velas. La onda celeste pasa debajo de la quilla impetuosa: tus ojos escrutan la tierra, los míos, las aguas.

Una torre abierta a los cuatro vientos contempla en torno las aguas; a ella me dirijo con la cara y el pecho empapados [70] de lágrimas. Miro a través de las lágrimas, y los ojos, favoreciendo la avidez de mi corazón, ven más allá de lo que se suele. Súmale a eso mis castas oraciones, mis votos mezclados con el miedo, ¡que ahora que sé que vives tengo que cumplir de todas formas! ¿Cumplir yo esos votos? [75] ¡Para que Medea los disfrute! Me duele el corazón y se me desborda, de la rabia y el amor juntos. ¿Llevar presentes a los templos por haber perdido a Jasón vivo? ¿Que caiga una víctima ofrecida para mi propia desgracia? En verdad nunca he estado tranquila, porque temía que tu padre eligiera [80] una nuera de la ciudad de Argos. Yo temía a las de Argos..., ¡y he sido víctima de una rival extranjera! Me ha herido un enemigo que no tuve en cuenta. Ella no gusta por su hermosura o por sus dones, sino que es ducha en encantamientos, y siega con su hoz encantada hierbas maléficas. Ella se dedica a apartar de su órbita, contra la voluntad, a la [85] Luna, y a esconder en las tinieblas a los caballos del Sol; es la que frena las aguas de los sinuosos ríos y los detiene; es la que da vida y mueve de su sitio a bosques y rocas. Vaga por los sepulcros con el pelo suelto y escoge unos huesos [90] concretos de las piras aún calientes. Embruja a los que están lejos, y modela estatuillas en cera, y clava en las entrañas de la víctima delgadas agujas. Y, cosa que más me valdría ignorar: pretende con hierbras y de mala manera un amor que debería ganarse con su carácter y su hermosura. ¿Tú a [95] ésta puedes abrazarla y disfrutar sin pavor del sueño, abandonado con ella en una misma cama en el silencio de la noche? Se ve que, igual que a los toros, también a ti te ha hecho llevar el yugo: y que te ha amansado también a ti con los mismos medios que a las serpientes fieras. Súmale que consigue que que a ella se atribuyan las hazañas de tus nobles [100] varones y las tuyas propias, y que la esposa estorba los títulos del marido. Y alguno de los partidarios de Pelias achaca estas hazañas a sus venenos y tiene gente que lo crea. «No ha sido Esónida, sino la del Fasis, la hija de Eetes, [105] la que arrancó el vellón de oro del carnero de Frixo». Ni Alcímede, tu madre (¡consulta a tu madre!), ni tampoco tu padre ven bien que les llegue una nuera desde el helado polo. ¡Que se busque ella marido en el Tanais y en las aguas pantanosas de la Escitia, y hasta en la tierra del Fasis! Inconstante Esónida, más inseguro que el viento en primavera, [110] ¿por qué tus palabras de promesa carecen de peso? Te fuiste de aquí siendo mi marido, y vuelves de allí ya no como marido mío; ¡sea yo esposa del que vuelve, como lo era del que marchaba! Si te impresionan la nobleza y los apellidos ilustres: aquí me tienes, que se me llama hija de [115] Toante, descendiente de Minos. Baco es mi abuelo: la esposa de Baco, ceñida por su corona, refulge más con sus estrellas que otras constelaciones menores 124 . Lemnos será tu dote, tierra generosa para el que la trabaja, y también a mí puedes contarme como parte de la dote. Ahora además [120] he parido: felicítanos a los dos, Jasón; en mi preñez el responsable de mi carga me la hizo agradable. También he tenido suerte en el número, porque he dado a luz una prole gemela, doble prenda, con la bendición de Lucina. Si quieres saber a quién salen, se te reconoce en ellos: no saben engañar, lo demás lo tienen del padre; he estado a punto de [125] mandártelos como representantes de su madre; pero la cruel madrastra me hizo desistir del viaje proyectado. Me daba miedo de Medea —Medea es peor que madrastra—, lo que hacen las manos de Medea es todo para mal fin. La que pudo desparramar por los campos el cuerpo descuartizado de su hermano 125 , ¿se va a compadecer ella de mis prendas? [130] ¿A ésa, sin embargo, oh loco y enajenado por pócimas de la Cólquide, dicen que has preferido, antes que el lecho conyugal de Hipsípila? Ésa, cuando doncella, conoció varón con deshonra, como adúltera: la casta antorcha me hizo a mí tuya y a ti mío. Ella ha traicionado a su padre: yo libré de la [135] muerte a Toante 126 . Ella ha abandonado la Cólquide: a mí me tiene mi querida Lemnos. ¿Qué más da si la mujer culpable vence a la buena? Y por su misma falta ha conseguido dote y ha merecido un marido. Condeno el delito de las lemnias, pero no me sorprende, Jasón. Porque el propio [140] dolor da armas al más cobarde 127 . Dime tú si, como debió ser, arrastrado por vientos contrarios hubierais varado en mis puertos tú y tu amiga, y yo os hubiera salido al encuentro con mi parto gemelo... ¡Te faltaría tiempo para pedir que te tragara la tierra! ¿Con qué cara ibas a mirarnos a mí y a [145] los niños, malvado, y qué muerte merecerías en pago de tu infidelidad? Y sin embargo tú quedarías sano y salvo gracias a mí, no porque tú lo merezcas, sino porque yo soy compasiva. Pero con mis propias manos me llenaría yo la cara de la sangre de tu concubina y te llenaría la tuya, que [150] ella me robó con sus brebajes. Sería una Medea con Medea. Y si es que desde lo alto el mismísimo Júpiter atiende mis votos 128 : que todo lo que llora Hipsípila lo padezca en su día la usurpadora de mi lecho y que sufra en sus carnes sus [155] propias leyes, y que igual que se me abandona a mí, esposa y madre de dos hijos, así sea ella privada de marido y de otros tantos hijos. Que no mantenga mucho tiempo lo que tan mal ha parido y que lo pierda aún de peor modo: que sea desterrada y busque refugio por todo el orbe. Que sea tan [160] cruel para su marido y sus hijos como cruel hermana fue para su hermano y cruel hija para su padre. Que cuando se le hayan acabado el mar y las tierras, que pruebe el aire: y vague pobre y desesperada, manchada de la sangre de los suyos. Ésta es la súplica de la hija de Toante, a la que han robado su matrimonio: marido y mujer, ¡vivid en una unión maldita!

Cartas de las heroínas. Ibis.

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