Читать книгу Cartas de las heroínas. Ibis. - Ovidio - Страница 21
4 FEDRA A HIPÓLITO 76
ОглавлениеLa salud, que a ella le faltará si no se la das tú, le desea la muchacha cretense al héroe hijo de la amazona 77 . Lee lo que quiera que esto sea. ¿Qué mal puede hacer leer una [5] carta? Puede que hasta haya en ella algo que te guste. En esta nota corren los secretos por tierras y mares; el enemigo escruta las notas que vienen del enemigo 78 .
Tres veces he intentado hablar contigo, y las tres veces se me trabó incapaz la lengua, las tres veces huyó de mí la voz, a flor de labios. Hasta donde se puede y resulta, el amor debe combinarse con el pudor; ahora Amor me manda [10] decir y escribir lo que no se debe. Lo que Amor 79 ha mandado no es cosa segura despreciarlo; él gobierna y tiene poder sobre los dioses soberanos. Él me ha dicho, cuando al principio dudaba si escribirte: «¡Escribe! Ese duro de corazón rendirá sus manos sometidas» 80 . Que él me asista, y que [15] igual que a mí con su fuego devorador me recalienta las entrañas, así te clave a ti sus flechas 81 en el corazón como yo deseo. No romperé yo por liviandades el pacto de los esposos; mi reputación, pregunta por ahí, está libre de mancha. El amor me ha llegado tanto más recio cuanto más tardío. Me quemo por dentro, me quemo y en el pecho guardo [20] una herida sin boca 82 ; porque tal como los primeros yugos desuellan a los tiernos novillos, y a duras penas soporta el bocado el potro recién cogido de la manada, así aguanta mal y a duras penas un corazón virgen sus primeros amores, y esta carga no se amolda bien a mi persona. Llega a ser una [25] ciencia cuando lo prohibido se aprende desde los primeros años; la que empieza pasada de fecha ama peor. Tú arrancarás las frescas primicias de la castidad que aún conservo y a la vez tú y yo nos haremos culpables. Tiene su encanto arrancar la fruta de las ramas cargadas, y cortar con uña delicada [30] la primera rosa 83 . Si es verdad que aquel candor primero, al que debo haber vivido sin pecado, tenía que acabar manchado por una falta desusada 84 , con todo no ha sido para mal, porque me consumo en un fuego digno; un [35] adúltero abyecto hace más daño que el mismo adulterio. Si Juno me cediera a su hermano y esposo, me creo capaz de poner a Hipólito por delante de Júpiter. Ahora incluso me estoy aficionando 85 —no te lo podrías creer— a prácticas desconocidas; siento deseos de marchar entre los animales [40] salvajes. Ya se ha convertido en mi primera diosa la señalada con el arco recurvo, la Delia 86 ; así me inclino yo a tu parecer; me encanta ir al bosque, azuzarles la jauría a los ciervos empujados a las redes, para que corran por lo alto de los montes; o disparar la vibrante jabalina con brazo que se [45] estira, o reposar mi cuerpo en la tierra herbosa. Muchas veces disfruto al conducir el carro ligero por la pista, apretando con el freno los hocicos del veloz corcel. Dicen que ahora me dejo llevar como las Eleleides movidas por el furor de Baco, y como esas que remecen sus panderos al pie del Ida 87 , o como aquellas a las que pasmaron las semidiosas Dríades y los Faunos bicornes, al contacto con sus divinos [50] poderes. Porque todo eso me lo cuentan cuando ya se me ha pasado el ataque, y yo escucho callada, sé que es el amor, y me abraso.
Puede que esté pagando con este amor el destino de mi casta, y que Venus me esté pidiendo el tributo de toda mi familia 88 . Júpiter amó a Europa —origen remoto de mi familia—, [55] y bajo forma de toro se enmascaraba el dios. A un toro engañó Pasífae, mi madre, y se entregó a él, y el parto de su vientre fue también el peso de su culpa 89 . El perjuro hijo de Egeo, siguiendo el hilo que lo guiaba, salió de la [60] morada sinuosa 90 gracias a la ayuda de mi hermana 91 . Y ahora yo, ¡ay!, para que no se piense que soy menos hija de Minos, acato también, la última, las leyes matrimoniales de mi familia. También es cosa del destino que una misma casa nos haya gustado a las dos; me cautivó tu hermosura, y mi hermana quedó cautivada por tu padre. Teseo y el hijo de [65] Teseo han robado a las dos hermanas; ¡levantad dos trofeos con los despojos de nuestra casa!
En el tiempo en el que entré en la Eleusis de Ceres —ojalá la tierra de Cnoso no me hubiera dejado salir—, entonces me empezaste a gustar de forma especial (aunque ya me gustabas antes); un amor desesperado se me hundió hasta la [70] médula de los huesos. Ibas vestido de blanco, una guirnalda te adornaba el pelo, y un pudoroso rubor teñía tu cara morena; el rostro que otras dicen que es severo y violento, a juicio [75] de Fedra no era severo, sino viril. Lejos de mí esos hombres que se arreglan como mujeres; a la belleza del hombre le va bien cuidarse poco. A ti te va esa severidad, esa melena dejada a su aire, y el toque de polvo en tu cara egregia. [80] Si gobiernas el cuello rebelde de un caballo salvaje, me admiro del diminuto círculo en el que giras los pies; si blandes con toda la fuerza de tu brazo la flexible jabalina, tu brazo salvaje tiene vueltos hacia él mis ojos; igual si empuñas el venablo de cornejo, de ancha punta de hierro, y en fin, todo lo que haces me gusta verlo.
[85] Deja tú la dureza para el monte y para sus bosques, que yo no merezco ser carne de tus matanzas. ¿De qué te sirve 92 ejercitar la pasión de la arremangada Diana y quitarle a Venus su parte? Lo que no tiene su correspondiente descanso [90] no dura; el descanso repara las fuerzas y restablece el cuerpo cansado. El arco (sigue el ejemplo de las armas de tu Diana), si nunca dejas de tensarlo, se afloja. Céfalo era muy conocido en los bosques, y muchos animales habían caído [95] por los prados víctimas de sus heridas; y sin embargo no se entregaba a disgusto al amor de la divina Aurora, que con buen juicio se iba con él dejando a su viejo esposo 93 . Muchas veces bajo las encinas un prado cualquiera albergó los amores de Venus y el hijo de Cíniras. El hijo de Eneo se [100] enamoró de la menalia Atalanta; ella tiene la piel de la fiera 94 como prenda de su amor. Ya es hora de que a nosotros se nos cuente entre esta gente; si quitas a Venus, tu bosque se hace zafio. Yo seré tu compañera, y no me asustarán las cavernas rocosas ni el colmillo torcido del terrible jabalí. Olas de dos piélagos baten los dos costados del Istmo, y la [105] estrecha franja oye a los dos mares. Aquí a tu lado me haré de Trecén, reino de Piteo; ya amo más a esa tierra que a la mía propia. Hace tiempo que no está el héroe descendiente de Neptuno 95 , y todavía tardará, porque lo detienen las riberas [110] de su Pirítoo. Si no negamos la evidencia, Teseo ha preferido a Pirítoo antes que a Fedra, y a Pirítoo antes que a ti. Y no es ésta la única afrenta que nos viene de él; en cosas muy importantes nos ha lastimado a los dos. Destrozó los [115] huesos de mi hermano 96 con su clava de tres nudos, y los esparció por tierra, y a mi hermana 97 la abandonó para que fuera pasto de las fieras. A ti te parió la más valerosa de las mozas que manejan el hacha 98 , digna madre de un hijo tan fuerte. Si preguntaras dónde está: la espada de Teseo le atravesó el costado, ¡ni con una prenda tan valiosa 99 estuvo tu [120] madre a salvo! Pero ni siquiera se casó con ella ni la recibió con la antorcha del matrimonio —¿y por qué sino para que tú, el bastardo, no te hicieras con el reino de su padre?—. De mí te ha dado hermanos, todos ellos sin embargo legitimados por él, no por mí 100 . ¡Ay, ojalá que mi vientre antes [125] de hacerte daño, lo más hermoso del mundo, se hubiera destrozado en el momento del parto! Anda, respeta tú la cama de un padre que hace tales méritos, la cama de la que él huye, y a la que él renuncia con su conducta.
No porque parezca que vaya a unirme yo, tu madrastra, [130] contigo, mi ahijado, deben encogerte el corazón esos nombres vacíos 101 . Esa antigua piedad, que se llegaría a perder con el tiempo, existía cuando Saturno ejercía su agreste poderío 102 . Júpiter dictaminó que sería buena cualquier cosa que gustara, y la hermana casada con el hermano 103 hace [135] que todo sea lícito. Se ciñe con sólida cadena la unión de sangre a la que la propia Venus ha echado sus nudos. Y tenerlo oculto no cuesta mucho, ¡se puede! Pídele a ella ese favor 104 ; con la excusa de nuestro parentesco se podría ocultar el pecado. Que alguien nos ve abrazarnos: se nos alabará [140] a los dos, se dirá que soy una buena madrastra con mi hijastro. No tendrás que ir entre tinieblas 105 a abrir las puertas de un marido severo, no habrá un guardián al que burlar. Igual que una misma casa nos ha acogido a los dos, una misma casa nos seguirá acogiendo. Me besabas sin esconderte, sin [145] esconderte me seguirás besando. Conmigo estarás seguro, y merecerás alabanzas por tu pecado, aunque llegaran a verte en mi cama. Deja de perder el tiempo y cierra rápido el pacto 106 . Ese Amor, que está siendo tan cruel conmigo, ojalá se apiade de ti a cambio. No me avergüenzo de pedírtelo de rodillas, como una suplicante 107 . ¡Oh! ¿Dónde está mi orgullo [150] y las palabras altaneras? Han muerto. Yo estaba segura de poder luchar mucho tiempo y de no ceder al adulterio... —como si el amor tuviera algo seguro—. Ahora derrotada te suplico y tiendo hacia tus rodillas mis brazos de reina. El que ama no sabe lo que es la vergüenza 108 . He perdido el [155] pudor: ha desertado, abandonando sus estandartes. Perdona a esta rea confesa y domeña tu duro corazón. Aunque mi padre sea Minos, que domina los mares, aunque los rayos provengan de mi bisabuelo 109 que con su mano los lanza, aunque mi abuelo 110 tenga la frente cercada de agudos rayos, y sea él quien conduce la luz templada del día sobre su carro luminoso —toda mi nobleza se rinde ante el amor—: ten [160] compasión de mis antepasados, y si no te da pena de mí, apiádate al menos de los míos.
Es mi dote una tierra que era de Júpiter, la isla de Creta; que todo mi gobierno se someta a mi amado Hipólito. ¡Oh, [165] cruel, doblega tu corazón! Mi madre pudo seducir a un toro, ¿serás tú más salvaje y más fiero que un toro? Apiádate de mí, por Venus, que tanto se prodiga conmigo: así nunca te enamores de quien te pueda despreciar; así te acompañe la [170] diosa ligera en los sotos apartados 111 , y así la espesura del bosque te ofrezca fieras que matar; así te ayuden los Sátiros y los Panes, dioses de los montes, y que caiga el jabato atravesado de frente por tu venablo; así te den las ninfas, aunque se diga que no te gustan las muchachas, el agua que te [175] alivie la sequedad de tu sed. Acompaño estas súplicas también con lágrimas. Las palabras de la suplicante las estás leyendo, y las lágrimas imagina que las estás viendo.