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Amado Señor:

Otra vez, a la misma edad, fui con mis padres al teatro y, a la salida, en medio de la muchedumbre, sin que nadie me viera subí por unas escalinatas detrás de una nena de mi edad o un poco más grande que tenía un vestido blanco muy vistoso de gasas superpuestas. La seguí hipnotizado y mis padres llorosos me buscaron varios minutos hasta que me encontraron admirando a la nena o el vestido. Pienso que vos sos ese vestido blanco de gasas superpuestas y que yo te sigo hipnotizado. Como cuando, ya adolescente, en casa de un amigo me quedé hipnotizado ante la puerta entreabierta del cuarto donde su hermana mayor se secaba con una toalla; salí de mi estado cuando la puerta se cerró con un golpe; “¡me vio!”, pensé, y volví muy perturbado junto a mi amigo; cuando, unos minutos después, ella me saludó con un beso y una sonrisa, no supe si era complicidad o si en verdad no me había visto mirarla y la puerta se había cerrado sola. Esta situación se repite a menudo: no saber si un gesto es un reconocimiento o no es nada. Y así me pasa con vos, también: no sé si tus gestos son casuales o cómplices, si me están dirigidos o no. Hace poco me encontré en una fiesta con la hermana mayor de mi amigo y decidí sacarme la duda y preguntarle; me dijo que sí me había visto y le había parecido tierna mi cara hipnotizada pero que la puerta se había cerrado con el viento. A vos no te puedo preguntar qué fue lo que pasó. ¿O sí? Siempre sería tarde, en todo caso, como en las novelas del siglo diecinueve en donde dos jóvenes enamorados dudan del amor del otro y se convencen de que el amor del otro no existe y deciden que, sin ese amor, la vida no tiene sentido: viajan lejos, se internan en conventos, se casan con otros a los que no quieren y se reencuentran cuando ya la vida en común no es más que una fantasía imposible o ridícula. Parece que se tratara del temor a no ser correspondido, pero quizá sea más bien el temor a ser correspondido, que produce mucho más vértigo porque se proyecta en el futuro; en todo caso, es ese temor el que produce toda una serie de aventuras. Lo mismo me pasa con vos. Y al pensar todo esto pienso que quizá también podría o debería decirte Amada Señora, y si bien me confunde pensarte así, a la vez entiendo ahora que me confunde pensarte de cualquier manera y que hasta este momento no te había pensado; quiero decir, no sos un señor cuando sos Señor, ni tampoco serías una señora si fueras Señora, porque hay una única manera sin diferencias: no sos él ni ella, sos otra cosa sin sexo o con todos los sexos. Amada Bola, Amado Origen, Amada Nube: todo da lo mismo. Amada Secuencia, Amada Forma, Amada Tensión, Amado Ardor, Amado Centro, Amado Borde: todo da lo mismo porque es lo mismo. Amado Mismo. Amada Misma.

Amado Señor

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