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Amado Señor:

Ayer me reuní en un bar con tres personas expertas en el arte de moverse que me dijeron que habían notado algo en mi forma de moverme: habían notado que manejo la tensión corporal para lograr un equilibrio. “Como todo el mundo”, dije. “Claro”, me dijeron, “pero vos manejás esa tensión tan bien que perdés la posibilidad del desequilibrio”. Yo no lo sabía, y apenas lo dijeron me di cuenta de que era verdad. Más tarde entendí que sólo dejo de buscar el equilibrio cuando te hablo a vos. El equilibrio es para sostenerme. Las personas me preguntaron también si alguien me sostenía a mí o si yo sostenía a los demás. “No sé, supongo que las dos cosas”, dije, y después pensé que si alguien me sostuviera yo no tendría que estar buscando el equilibrio todo el tiempo. Sólo vos me sostenés, y me pedís el desequilibrio. Decís: “Yo te sostengo para que puedas desequilibrarte sin caerte”. ¿O no decís eso? Nunca te escuché decirlo, es lo que creo que decís. Ahora que lo pienso, no creo que digas eso. Vos decís: “Yo te sostengo para que busques el desequilibrio y puedas caerte”. Pero si me sostenés, ¿cómo voy a caerme? Y si de todos modos caigo, ¿cómo me sostenés?

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