Читать книгу Amado Señor - Pablo Katchadjian - Страница 11
ОглавлениеAmada Misma:
No es esto ni lo otro sino otra cosa. No es otra cosa sino otra cosa. No es lo que es ni tampoco lo que no es sino otra cosa. Siempre otra cosa. Esto es lo que me genera confusión. Siempre otra cosa. Siempre deslizándose. La única posibilidad es deslizarse con lo que se desliza. La víbora se desliza y sin embargo la víbora es una víbora. La tierra bajo la víbora es algo más cercano a esto que digo. La víbora se tensa y se destensa, aunque en realidad no es eso lo que hace. O sí, porque todo lo que está vivo se tensa y se destensa. El perro, por ejemplo, se tensa y se destensa. La rana se tensa y se destensa. La astucia se tensa y se destensa. Pero no todo llega a otro lugar al hacerlo. El perro, la víbora, la astucia: siempre son lo que son, no otra cosa. En cambio este tipo de tensión y distensión que me proponés lleva a otro lado, que es el lado de la otra cosa. No es un equilibrio. Creo que algo que me gustó mucho en cierto momento también me confundió bastante: me gustó porque me confundió. Un autor alemán de principios del siglo diecinueve dice que la vida es un combate contra el destino, y que uno debe tener abrazada a la vida como un luchador a su contrincante y experimentar y sentir en esa situación qué es la vida. La confusión viene de que yo entendí que este abrazo con la vida era una tensión que se sostenía. Porque no se puede vencer a la vida. ¿O sí? Este autor del que te hablo terminó suicidándose. De alguna manera la venció. Pero fue vencido por su destino. Y por la vida misma, al final. Porque destino y vida en este caso son lo mismo. Pero ahora entiendo que la idea es que uno debe estar abrazado en una lucha con la vida y el destino, sin posibilidades de vencer pero sí de ir empujando a la vida de un lugar al otro. Como dos luchadores de lucha grecorromana. La vida es invencible. Quizá lo que uno tiene que hacer en esa lucha es romper la identidad vida/destino para que el destino sea algo que se puede poner en duda. Ahí habría movimiento. Ayer veía unas fotos de la mano izquierda de uno de los guitarristas más importantes del siglo veinte. Un gitano, de hecho. Este gitano, que ya desde chico era buen músico, se casó a los dieciocho años y poco después, cuando estaba en el vagón de la caravana con su esposa, creyó oír un ratón y se puso a buscarlo con una vela; su esposa había estado armando flores de acetato, el acetato ardió en contacto con la vela y se produjo un incendio. Los dos escaparon con vida. No sé si la mujer sufrió quemaduras o no, pero sí sé que él quedó bien salvo por el detalle de su mano izquierda más o menos arruinada: los dedos menor y anular le quedaron tensados y no los podía estirar. Entonces inventó una nueva forma de tocar y se convirtió en el guitarrista que fue. La vida y el destino. El destino se presenta ante la vida como un fantasma nuevo cada vez, y la vida debe agarrarlo y tensarse en una lucha contra él. Ahí la vida sería equivalente a uno, y el destino es el oponente. Cuando vida y destino luchan juntos contra uno, ¡ay! ¿Qué hacer? Hay que reconquistar la vida para que se superponga a nosotros. Porque ¿qué somos si no? Un cuerpo duro, seco, luchando contra la vida y el destino superpuestos. Yo te hablo a vos y así traigo a la vida sobre mí. Y pongo al destino en duda y lucho contra él. ¿O no es eso lo que hago? Y si no es eso, ¿qué es? Creo que sí es eso.