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Amada Vida:

El problema de hablarte directamente es que tu fuerza centrípeta se vuelve demasiado potente y todo lo absorbés: no queda nada fuera de lo que se te dice. Todo va hacia vos, como siempre, pero además va solamente hacia vos. ¿Quién podría leer esto que te digo, si yo te lo digo a vos y a nadie más? Tal vez no lo lea nadie. O tal vez lo lean como cuando se lee un testimonio. El testimonio de un diálogo con vos. El testimonio de una ocasión en la que escuchaste todo lo que se te decía. Pero que lo escuchaste sola. Amado, Amada, Amados, Amadas. Amadas Bestias, Amados Platos, Amadas Lonas, Amados Suelos, Amadas Bolas, Amados Osos. Y yo te hablo a vos pero quiero hablarles a todos ellos. Quiero que todos ellos puedan escuchar lo que te digo. O más: que todos ellos sientan que les hablo a ellos. Las Amadas Bestias, los Amados Suelos. Durante tres meses viví en una casa en un árbol en medio de la selva con una amiga. Mi amiga, dueña de la casa, era aprendiz de chamán y me inició no en sus secretos pero sí en los resultados de sus secretos. ¿Qué vi? Te vi a vos. Vos me hablaste y te vi, y vi que estabas formada por cosas que conocía. Estabas en el humo. Y después estabas en los insectos, incluso en los que nos picaban, o sobre todo en los que nos picaban. Eso decía mi amiga: que vos estabas en los insectos que nos picaban, porque esos insectos nos estaban incluyendo en su mundo y estaban incluyendo su mundo en nosotros. Quizá por eso los escarabajos son tan enigmáticos: porque no pican y no incluyen a nadie en su mundo. Uno los puede ver, ver y admirarse, porque muchos son muy vistosos. La vista es el sentido impoluto. Pero también uno los puede tocar. Y los puede oler. E incluso los puede chupar y a veces oír. El sonido de la masticación de los escarabajos, amplificado, es, lo supe esa vez, el sonido del fin del mundo.

Amado Señor

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