Читать книгу El Cristo del camino - Patricia Adrianzén de Vergara - Страница 11

Capítulo 4 ¡NO ESTABA PERDIDO! [11]

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La angustia de María se apodera de su corazón. Camina aceleradamente entre la compañía que retorna a Nazaret, buscando a su hijo. José la sigue, ambos inquieren aquí y allá por Jesús, pero nadie lo ha visto. No, no regresó con ellos, ni con los otros familiares.

Es verdad que desde que cumplió los doce años se mostraba más independiente, pero jamás hizo nada que los preocupara. Siempre sabían dónde estaba y con quién. ¿Cómo era posible, entonces, que no estuviera entre los parientes? ¿Acaso se había perdido? ¿O le había sucedido algo peor? Siempre había que cuidarse de los merodeadores, que podrían ensañarse hasta con un niño indefenso.

Los pensamientos de María la están llevando al desconsuelo. José está más sereno, sus palabras intentan disipar los temores prematuros de madre. No era la primera vez que Jesús hacía ese viaje a Jerusalén, y si se había perdido quizás había regresado a buscar ayuda.

Deciden retroceder por la caravana y volver a Jerusalén. Aunque ¡ya habían caminado un día! Tal vez Jesús se retrasó y al perder la caravana decidió quedarse en el templo, seguro de que ellos lo buscarían cuando notaran su ausencia.

Cuando llegan a Jerusalén la ciudad aún hierve de gente. Recorren las calles apresuradamente, lo buscan en todos los hospedajes, hasta que, por fin, luego de tres días, lo encuentran en el templo.

María distingue a su hijo, sentado en medio de los doctores de la ley. Su cabellera era inconfundible, y también su voz. No se lo ve atemorizado, no parece un niño perdido, por el contrario, se lo ve entusiasmado con la conversación. Su corazón de madre le revela entonces que su hijo ha iniciado una nueva etapa. Ya no es un niño, es todo un jovencito; tal vez ella tendrá que aprender ahora a ir renunciando a él de a poquitos. ¡Pero se le hace tan difícil!

José y María se acercan sigilosos y alcanzan a oír una de las respuestas de su hijo. No se sorprenden mucho porque ya conocen su inteligencia. Pero parece que los demás sí, y ahora escuchan los comentarios de la audiencia maravillada ante la sabiduría del niño.

María lo mira directamente a los ojos, Jesús la reconoce. Camina hacia sus padres, no hay culpa en su mirada, no hay temor, sino seguridad y satisfacción.

La lucha interna que libra el corazón de María la lleva a emitir un reproche:

—Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia.[12]

María está a punto de echarse a llorar cuando su hijo le responde:

—¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?

José y María se miran asombrados. Hay en esa mirada una complicidad inquieta, una duda refulgente, un vacío de respuestas que les lleva a aceptar este hecho aún incomprensible. ¡Solo Dios conocía la magnitud de la misión de su Hijo! Jesús sabe que no han entendido del todo, mira a sus padres con ternura y regresa presto con ellos a Nazaret. Sujeto a ellos, seguirá creciendo “en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres”.[13]

El Cristo del camino

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