Читать книгу El Cristo del camino - Patricia Adrianzén de Vergara - Страница 18
Capítulo 11 NO PASÓ DESAPERCIBIDA [34]
ОглавлениеCuando escuchó que Jesús venía en camino con su yerno lamentó no poder incorporarse. Su hija le había contado la increíble historia de esa pesca maravillosa, sus nietos le habían relatado una a una sus enseñanzas, y ella misma había sido testigo del cambio interior que se estaba dando en la vida de su yerno y en el seno de su familia. Pedro ya no gruñía ni gritaba a su mujer. Ya no se lamentaba de su suerte ni se enredaba en líos callejeros. Era verdad que ahora se ausentaba más del hogar, pero cada retorno era una fiesta. No como antes, que podía desaparecerse semanas y regresaba lleno de frustración y actitudes violentas.
Ahora ella tenía su oportunidad de conocer a aquel hombre al que todos llamaban nazareno, pero estaba enferma, muy enferma. Mejor resignarse a oír de lejos sus palabras. Tal vez debía contentarse solamente con escuchar su voz. Ya era una mujer mayor y sin duda su presencia pasaría desapercibida para el Maestro.
La fiebre oprimía sus sienes. El dolor invadía su cuerpo. Tal vez si durmiera el sueño le traería algún alivio, pero el dolor de cabeza era intenso. No, no quería llorar porque la habían dejado sola. ¡Todos habían corrido a recibir al Maestro! Sin duda nadie la recordaría. A lo lejos sintió la algarabía, a lo lejos los gritos y las risas. De pronto todo se volvió silencio y la habitación se iluminó. No, no era el calor de la fiebre, era otro tipo de calor que pareció incendiarla cuando él, sí, el Maestro tocó su frente y reprendió a la fiebre. Fue un calor intenso que le devolvió las fuerzas y las ganas de vivir.
Otro calorcito invadió su corazón de gratitud cuando entendió que en ese instante fue sanada. Tomó la mano que él le extendía, sonriente, y de ella recibió también la fortaleza para incorporase. ¡Se sentía tan saludable! Se vistió el delantal y canturreando una melodía se dirigió a la cocina. ¡Prepararía su mejor guiso para el Maestro! Le serviría gozosa.
Un sentimiento de solidaridad invadió su corazón. Había muchos más como ella que esperaban fuera de su casa para ser sanados. Y deseó con todo su corazón que el mismo poder que había ahuyentado su fiebre y aliviado su dolor se derramara sobre todos aquellos que iban llegando con sus cargas y un pedacito de fe.