Читать книгу El Cristo del camino - Patricia Adrianzén de Vergara - Страница 7
INTRODUCCIÓN
ОглавлениеY saben a dónde voy, y saben el camino. Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.
(Juan 14:5–6)
La vida está llena de caminos: anchos y estrechos, llanos y abruptos, con sus atajos y bifurcaciones. Los recorremos a diario. Los elegimos sin darnos cuenta. Los desechamos por instinto... Cada camino nos marca un rumbo a seguir, y a todos nos toca elegir entre las posibilidades direccionales de la vida.
Este libro nace de un compromiso con un camino de vida. Y trata del único hombre que pudo decir de sí mismo con autoridad y sin vanagloria que él es el camino. El mayor desafío que tenemos en esta vida es seguirlo a él, confiando que sus caminos son los mejores: “Porque mis pensamientos no son sus pensamientos ni sus caminos son mis caminos, dice el Señor”. (Isaías 55:8)
Dios siempre abrió caminos nuevos y sorprendentes para el ser humano y los dio a conocer a través de Jesús, actuando así en la historia de la humanidad. Nos dio sus principios eternos en situaciones reales y concretas. Jesús se identificó de tal manera con la humanidad que se hizo carne y vino a este mundo como un hombre judío del primer siglo, a cumplir una misión universal.
El primer camino que Cristo se trazó fue un camino misterioso: del cielo a la tierra. Un camino que desafía la comprensión humana, cuando dejó su gloria para encarnarse en el vientre de una virgen y nacer en este mundo. Fue el camino del despojo, de la renuncia, del vaciarse a sí mismo, de la humildad, el único camino por el cual podía identificarse plenamente con el ser humano.
El segundo camino que recorrió fue en el vientre de una joven, desde Nazaret al norte de Galilea, para nacer en Belén conforme a las profecías. Fue el camino del pobre, a lomo de bestia. A punto de nacer debió soportar un viaje de 120 kilómetros, de cuatro a seis días, para cumplir con una ordenanza política. Llegaron a una concurrida ciudad y con María experimentó la angustia de los sin techo, sintió la aflicción del que no tiene las condiciones mínimas de salubridad, aunque su alumbramiento se tratara del más importante de la historia.
El tercer camino fue el de los exiliados: de Belén a Egipto. El camino de la zozobra, de la incertidumbre, de la amenaza a la vida. Siendo aun muy pequeño tuvo que huir con sus padres para salvarse de la muerte, por lo cual puede identificarse también con la niñez en riesgo. Solo Dios sabe las circunstancias que enfrentaron, los apuros de José, su padre terrenal, por conseguir un trabajo, una vivienda. Quién sabe cuánta soledad vivió su madre lejos de la familia. Y cuántas necesidades debieron suplir en una tierra extraña. Porque vivieron esta experiencia Jesús puede entender al extranjero, al inmigrante, y al refugiado.
El cuarto camino lo retornó a Nazaret, donde vivió el resto de su infancia y su juventud. Allí se identificó plenamente con la gente sencilla, fue un artesano más. Aprendió el oficio de carpintero, vivió en familia, y supo lo que significa ser un hijo del pueblo.
Entonces llegó el momento de cambiar de rumbo, y Jesús tomó el camino que lo llevó al río Jordán para ser bautizado antes de iniciar su ministerio. Quiso identificarse plenamente con los pecadores, aunque en él nunca hubo pecado.
Después de bautizado eligió el camino hacia el desierto, donde fue tentado para aprender a compadecerse de los seres humanos y llegar a ser su sacerdote ante el Padre. Fue en ese desierto donde tuvo su primera gran victoria sobre el Enemigo de este mundo.
Durante tres años Jesús recorrió los caminos de esta tierra para acercarse tanto a humildes pescadores como a cobradores de impuestos. Fue llamado “amigo de pecadores”.[1] Nos enseñó con su ejemplo que mayor es el que sirve, y que las jerarquías no son de su agrado.
Caminó de aldea en aldea sanando enfermos, alimentando hambrientos, liberando endemoniados, resucitando muertos. Caminó buscando a los pobres y necesitados, a los que ya no tenían esperanza, a los marginados. Abrió un camino para la fe en medio de una tempestad. Perfiló un camino de asombros a orillas del mar de Galilea en la concurrida ciudad de Capernaúm, donde hizo tantos milagros. Tomó también el camino hacia el monte de la transfiguración donde mostró su gloria a los ojos humanos.
¡Y qué decir del conmovedor camino de Galilea a Jerusalén, para morir! El camino de la cruz, que aceptó voluntariamente para darnos redención, para abrirnos el camino de reconciliación con el Padre. Dio su vida por sus amigos. Conoció el camino del calvario, que recorrió agonizante, maltratado, llevado al matadero como oveja sin abrir su boca,[2] hasta ser clavado en esa cruz, donde derramó su sangre hasta la muerte.
Y cuando se pensó que todo terminaba allí, en una tumba, ¡resucitó! Jesús se levantó de los muertos. Y tomó el camino a Emaús, dándose tiempo para acompañar a dos de sus discípulos que se hundían en la desesperanza. Doce kilómetros, casi tres horas a pie, que él aprovechó para recordarles las Escrituras y explicarles que ya estaba escrito todo aquello que había de suceder.
El último camino contemplado por ojos tan humanos como los nuestros fue ¡de la tierra al cielo! Otro misterio. Pero antes de partir dejó bien trazado el camino que nos propone seguir, el camino del reino de Dios como una nueva forma de mirar la vida, de mirarnos a nosotros mismos y a los demás desde la perspectiva celestial. Nos reveló que su reino no era de este mundo. Pero demostró que era el único camino viable para la reconciliación de Dios con la humanidad. Y de la humanidad consigo misma.
Te invito a seguir las huellas del Maestro. Si en estas páginas escuchas su voz diciéndote “Sígueme”, no dudes en aceptar esa invitación. Solo así comprobarás que Él es el camino.