Читать книгу El Cristo del camino - Patricia Adrianzén de Vergara - Страница 14
Capítulo 7 EN EL DESIERTO [23]
ОглавлениеLa llanura estéril y salvaje se extendía ante sus ojos. Jesús pensó en el contraste con el valle que acababa de dejar unos días antes. La fertilidad y la aridez. Recordó que el desierto había sido el lugar de prueba para los israelitas, quienes vivieron allí dando vueltas por cuarenta años a causa de su rebeldía y desobediencia. Pero el Padre jamás los abandonó: siempre fueron dirigidos por él en los más mínimos detalles, aun dónde y cuándo plantar y levantar el campamento, dónde hallar agua, hasta les prodigó el alimento. Y fue en el desierto donde recibieron la ley de Dios.
Pero ahora él había llegado hasta allí impulsado por el Espíritu. Su cuerpo estaba débil, pues no había probado alimento por varios días. Entonces el diablo se presentó y le dijo:
—Si eres el hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.
El Enemigo apelaba a algo más profundo que solo saciar una necesidad física. Se proponía que Jesús empezara a utilizar su poder en forma independiente de la voluntad del Padre para beneficiarse a sí mismo. ¡Qué astuto era!
Pero Jesús respondió:
—Escrito está. No sólo de pan vivirá el hombre sino de toda palabra de Dios.
El diablo se enojó con la respuesta, pero no se dio por vencido. ¿Con que le respondía con la palabra escrita de Dios?... Con esa misma palabra lo tentaría, aunque aplicándola fuera de contexto. Lo llevó a la santa ciudad, lo puso sobre el pináculo del templo, y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, échate abajo, porque escrito está: “A sus ángeles mandará acerca de ti, y en sus manos te llevarán, de modo que nunca tropieces con tu pie en piedra”.
El diablo sabía perfectamente que una caída desde esa altura le causaría la muerte. Así que insistió: Vamos, échate abajo, porque si eres Hijo de Dios él te protegerá de todos los peligros, como está escrito. ¡Demuéstralo arriesgando tu vida! Jesús jamás dudó que Dios estaba con él y tampoco tenía que demostrarlo con ningún acto espectacular como proponía el diablo.
Entonces le respondió:
—Además está escrito: “No pondrás a prueba al Señor tu Dios”.
Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo:
—Todo esto te daré, si postrado me adoras.
Jesús contempló la grandeza que se desplegaba ante sus ojos, la hermosura de las ciudades, el brillo de las armas de los ejércitos, el ruido de las voces humanas como el ruido de un mar lejano, la plenitud de la vida de un mundo en movimiento que podía rendirse fácilmente a sus pies. Pero él no había venido para ser un Mesías militar y político ni para recibir gloria humana. No dudó ni un instante y respondió:
—Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás.
Jesús utilizó las Escrituras como su autoridad final para enfrentar al Enemigo. El diablo comprendió que había sido derrotado, entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían.
Jesús volvió a mirar la llanura desolada y estéril. Todavía sentía el sabor amargo que le había dejado la presencia del enemigo de su alma. Pensó en la forma tan astuta en que había intentado seducir su corazón. Y sintió compasión por los seres humanos. Era necesario que él también experimentara la tentación para poder identificarse plenamente con ellos. Aunque sin pecado, iba a compadecerse de las debilidades. Él iba a interceder ante el Padre para socorrerlos.[24] En el futuro, cuando los seres humanos leyeran esta historia se sentirían fortalecidos, pues él había demostrado que frente a las grandes tentaciones de la vida se puede salir airoso en el poder de su Espíritu y mediante su Palabra. Además, debían confiar que de alguna manera frente a la tentación él les mostraría la salida para que pudieran resistir.[25] Porque “El ladrón no viene sino para matar hurtar y destruir”. Él había venido para prodigar vida. Y vida en abundancia.[26]
¡Debía comenzar cuanto antes su misión!